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FERIA DE SAN ISIDRO

El 'toroplús'

Un equipo de 45 personas y 19 cámaras lleva la feria a los abonados de Canal +

A las cinco en punto de la tarde, la pequeña oficina que tiene Canal + bajo el tendido 2 de Las Ventas es un hervidero. Fuera aún no hay público, ni toreros, pero Manolo Molés y Antonio Chenel, Antoñete, matan ya "el miedo a salir al tablao de los tormentos" -así llama el maestro a la plataforma desde la que retransmiten la corrida- hablando de la primera faena de José Tomás. "Eso es torear", ha dicho Antoñete apartando el cenicero-caja de bombones, y luego se ha levantado y ha dibujado en el aire un natural profundo, vaciando la embestida imaginaria y el pitillo inseparable junto a la mesa en la que los chicos de producción le dan al ordenador.En la misma mesa que ocupan los jefes, un par de redactores encargados de los reportajes y secciones del previo charlan con Juan Carlos Crespo, entrevistador en el callejón y redactor jefe de deportes de la cadena, que proclama que el verdadero crack brasileño es su cámara, que el día del triunfo de Tomás lo siguió hasta la habitación y no se metió en la ducha por no mojar el equipo.

Mientras tanto, Cristina Tárrega, entrevistadora en el desolladero -antes de- y el palco -durante la corrida-, brujulea activa entre una maquilladora, chicos para todo, técnico s anónimos, una pila de cajas de botellas de agua y un monitor que emite, todavía, una película.

Pese a la previsible tensión que debe suponer una retransmisión que dura alrededor de tres horas -y en la que está involucrado un equipo de 45 personas-, se respira un ambiente relajado. Y de fervor taurino. "Es que aquí todos saben de toros", presume Manolo Molés. "La mayoría son gallegos y vascos, pero les preocupa mucho saber lo que pasa ahí fuera. Primero, son buenos en su oficio; segundo, están envenenados por él toro".

Pero ese veneno contagioso es sólo uno de los motivos de que las corridas televisadas de San Isidro hayan supuesto, a lo largo ya de seis años de emisión, uno de los mayores ganchos -algunas corridas alcanzan en audiencia al fútbol- de Canal +. Lo principal, afirma Molés, "es que formamos un grupo muy grande pero muy integrado: aquí todo el mundo hace el quite al otro, y, aunque todo está muy engrasado ya, sigue siendo una fábrica de ilusión".

Eso lo confirma también el redactor Miguel Cuberta: "El eslogan dice nos vamos a los toros y la verdad es que nos vamos con todas las consecuencias: en casa sólo nos ven por la tele. Pero cuando la feria acaba, aunque estemos agotados, tenemos todos un mono insoportable".

¿Y cómo encaja Antoñete, el torero más parco y castizo del mundo, en esta máquina ilusionada pero ultratecnológica? Porque, según explica José Antonio Maté, jefe de unidades externas, la cadena despliega en la plaza 6.500 metros de cable, un camión de 16 metros de eslora, 14 cámaras grandes y 5 microcámaras -Maté las llama "de mariconeo", y entre ellas destaca el minitravelling denominado México "porque hace parecer los tendidos a los de la Monumental del DF"-. Además, hay un puesto fijo de comentaristas -el tablao-, otros cuatro puestos móviles, una grúa de 40 metros de altura, microfonía inalámbrica en toda la plaza -y en la calle de Alcalá, por si hay puerta grande- y varias decenas más de cachivaches de irreproducibles nombres.

"Bueno", dice Antoñete tomando aire del cigarrillo, "encajo como puedo. No soy un profesional, pero me gusta mucho hablar de toros. Y verlos. Siempre los he visto bien, primero bastante de cerca y luego desde el tendido. Con la cámara paso lo mío, es un trago, pero voy saliendo adelante". ¿A base del sacacorchos de Molés, no? "Qué va, nos conocemos mucho ya", responde éste, "y sé bien cuándo no hay que meter al maestro en un charco o no quiere hablar de alguna cosa. Antoñete es la antiverborrea, pero hablando de toros es Dios: conoce todos los rincones, todos los misterios. Lo único que le cabrea es no estar anunciado en los carteles, pero por lo demás es la persona con menos resentimiento del mundo".

"Eso será la crianza que he tenido", dice en voz baja el torero. "Yo me crié en la calle, la calle me hizo así y luego he procurado ser fiel a mí mismo, en la vida y toreando. Al final, compensa, porque te da el cariño de la gente".

Por ejemplo, el de Cristina Tárrega, que es nueva en esta plaza -"aunque llevo 13 años trabajando en la SER"- y habla con encendida pasión del maestro. "Es mi gurú, no se equivoca nunca. Él y Molés siempre te enseñan algo".

Pero el previo está ya en antena. Antoñete y Molés han subido a la plataforma por una endeble escalerilla. El realizador, Víctor Santamaría, que sé ha reunido con los cámaras, está ahora sentado en la unidad móvil -refrigerada con tres equipos de 17.000 frigorías, apunta Maté- frente a 25 monitores. ¿No son demasiados? "Bueno, es verdad que doblamos en medios a las otras cadenas que dan toros, pero procuramos no dejamos arrastrar por la tecnología, respetar siempre lo taurino. Una faena importante no se interrumpe por nada. Y si hay mucho sobrero, pisamos el informativo".

Es la hora. Suenan los clarines. Sale el toro. Antoñete trata de adivinar cómo será. En el callejón, Crespo espera que no sea saltarín. En el camión, Santamaría empieza a dar órdenes suaves chasqueando los dedos: "La 2, dentro. Lista la 7; atentos a México, vámonos de ahí, vámonos...". Tras él, Agustín Matilla, su asesor taurino, le sopla cosas: "Creo que cojea de la pata izquierda, Víctor. Lo devuelven". "Qué gafe eres, Mati. Darme un plano corto de la pata izquierda, por favor".

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