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Una pandilla de maniáticos

Una exposición descubre los fetiches y objetos preferidos de 14 escritores

Miguel Ángel Villena

"Son buena gente, estupendos conversadores y grandes bebedores. Pero muy neuróticos, una pandilla de maniáticos". Con este desparpajo describe María, la viuda de Juan García Hortelano, a los escritores desde el principio de realidad y el toque de cotidianidad que concede la proximidad a los artistas. A medio camino entre el fetichismo literario, la exhibición de objetos curiosos y la indagación sobre la creación, una muestra en la FNAC de Madrid reúne paneles dedicados a 14 autores españoles y latinoamericanos.En las vitrinas, como testigos mudos de la lucha contra el folio en blanco o la pantalla vacía, aparecen el despertador que marca la disciplina de Gabriel García Márquez, el busto del general Francisco Franco que decora el despacho de Manuel Vázquez Montalbán, el teléfono de las interminables charlas de Ana María Moix con sus amigos o los viciosos caramelos de café que acompañan las horas de escritura de Rosa Montero.

Con el título de El revés de la trama, la exposición -que se mantendrá abierta durante los 15 días de la Feria del Libro de Madrid- pretende acercar los iconos de los autores a sus devotos lectores, en ocasiones incorregibles mitómanos que necesitan ver, tocar y hasta oler esas pequeñas cosas que componen la trastienda de las obras de arte. Cedidos por los autores, los objetos pertenecen a tres premios Nobel (Pablo Neruda, Gabriel García Márquez y Camilo José Cela) y a otros 11 narradores de primera fila de la literatura española y latinoamericana, como son Félix de Azúa, Juan García Hortelano, Manuel de Lope, Juan Marsé, Ana María Matute, Eduardo Mendoza, Ana María Moix, Rosa Montero, Miquel de Palol, Mario Vargas Llosa y Manuel Vázquez Montalbán. Al merodear por la sala de exposiciones se descubre también una brecha generacional entre los veteranos anteriores a la revolución tecnológica -como la caligrafía jeroglífica de Cela- y los más jóvenes que viajan y deambulan ya con un ordenador portátil en la cartera. A pesar de todo, cambian las herramientas, pero permanecen los tics.Las manías son tan variadas que abarcan desde una foto de Ava Gardner, que preside la mesa del catalán Miquel de Palol, hasta el pequeño globo terráqueo que debía inspirar a Neruda en la chilena Isla Negra. Pero incluso aquellos que se confiesan, quizá con un punto de sorna, poco fetichistas, como Vázquez Montalbán, acogen en su escenografía bustos de Franco, Lenin y Tito, compensados con una Diana de Gales desnuda, en un fotomontaje trucado y dedicado al escritor with love En una interpretación psicologista, Rosa Montero, una de las autoras que asistieron a la inauguración de la muestra el pasado miércoles, admite que "los escritores sufren una fisura con la realidad, que necesitan llenar con sus palabras".

Perfeccionistas hasta el hastío, manuscritos y originales revelan que los escritores corrigen una y otra vez, hasta el punto de que algunos autores reconocen su liberación cuando los editores les arrancan los textos, literalmente de las manos, para impedir que sigan con ese enfermizo tejer y destejer de palabras.

Como emblemáticos autorretratos de su relación con la literatura, la exposición recoge frases con las que los escritores definen su trabajo. Así resuenan las claves de esa dependencia, casi adicción, cuando Eduardo Mendoza se declara "un esclavo confortable" o cuando Ana María Moix proclama que "la escritura es una manera de ser", o cuando Félix de Azúa manifiesta que ','escribir es la más inútil de las actividades imprescindibles". Otros, como Mario Vargas Llosa, apuestan por "la artesanía, la disciplina y el esfuerzo" para describir una tarea que va más allá del talento innato o la inspiración prodigiosa.

De todos modos, lo que pretenden muchos narradores, aunque pocos se atrevan quizá a confesarlo, es aquella sentencia que el colombiano Gabriel García Márquez ha exhibido siempre como una filosofía: "Escribo para que mis amigos me quieran más". Los admiradores de estos 14 autores tienen ahora la oportunidad de comprobar si los quieren más tras fisgonear entre las entretelas de sus ídolos. O, por el contrario, descubren que, vistos de cerca, los mitos siempre se difuminan.

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