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Tribuna:
Tribuna
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Contestación

Leo a los lectores que no escriben, pero dejan sus mensajes en el contestador de estas páginas. La expresión verbal es siempre más espontánea y libre que la escrita. Al teléfono, aún más al contestador, pueden decírsele cuatro frescas que a través del género epistolar quedarían, sin duda, matizadas, maquilladas por una mínima reflexión y unos toques de protocolo.Incluso una misiva que rece simplemente: "Muy señor mío: es usted un cabrón. Suyo afectísimo, Fulano de Tal", denotaría un breve periodo de meditación entre el momento de pensarla y el de escribirla.

El contestador es un artilugio que no merece tal nombre, pues nunca contesta, o, mejor dicho, siempre nos contesta que no hay nadie para contestarnos, que viene a ser lo mismo, pero aún más irritante. Sin embargo, cuando el contestador se utiliza como mudo buzón de reclamaciones, como receptor de irritaciones, se convierte en un utensilio terapéutico. No hay nada mejor para aliviar la tensión como desayunarse contándole anónimamente a un contestador que no puede contestar lo que uno piensa en realidad de los que aparcan en doble fila a la puerta de su domicilio, del concejal de su distrito, de los alborotadores nocturnos, de los guardias municipales o del columnista de la esquina.

Uno de estos lectores protestaba el otro día de que yo protestara tanto cuando escribía sobre Madrid: "Cada vez que escribe de Madrid, todo son imperfecciones", decía su contraprotesta. "Le ruego que se quede en Segovia tranquilamente y de paso deje en paz a Madrid". Nada más leer tan injusta crítica me abalancé sobre el teléfono para llamar al contestador automático del periódico y decirle unas cuantas cosas bien dichas, pero estaba comunicando y pensé que estaría llamando Juan José Millás, todavía con más razones que yo, porque, en otra reseña de la misma página, una airada lectora amenazaba con regalarle una pareja de ratas "para que compruebe por sí mismo cómo comen y cómo se reproducen estos animalitos... y de paso a ver si le muerden un poquito la puntita de los dedos ......

Prefiero el ostracismo segoviano al tormento chino, pero no puedo quedarme tranquilo en Segovia, entre otras cosas, porque el popular alcalde de la ciudad, Ramón Escobar, ha resultado ser un aventajado discípulo del edil madrileño en el capítulo de excavaciones y subterráneos destinados al realojamiento de vehículos marginales sin plaza de aparcamiento.

Además, lector, mi colega, mi hermano, no es cierto que sólo vea imperfecciones en Madrid; mis quejas se refieren más bien a un cúmulo creciente de imperfecciones que no dejan recrearme a gusto en las múltiples perfecciones que la urbe alberga y que tantas veces he ensalzado.

Por lo visto, me pasa lo mismo que a la mayoría dé los lectores, que acuden a la sección de cartas o al contestador para denunciar con insistencia y perseverancia las lacras que afectan a su ciudad, y no para cantar sus loas y alabanzas.

Cartas y mensajes de las que a menudo se nutren mis artículos en estas páginas, dentro de un proceso de retroalimentación que yo agradezco (véase, por ejemplo, la presente muestra).El día que la correspondencia y los mensajes telefónicos reflejen la satisfacción, el contento y la admiración unánime de los lectores ante las maravillas urbanas y municipales de la urbe y sus municipes, ese día, probablemente, cambiará el tono y el modo de, mis artículos, que reflejará la alegría que a todos nos embargará, Dios mediante. Me temo que serán unos artículos aburridísimos, que el ojo habituado a las imperfecciones no sabrá percibir, ni mucho menos narrar, la perfección exquisita, describir la emoción y el sentimiento colectivo con bellas palabras.

Pero no importa porque en esos momentos no se necesitarán para nada tampoco los oficios de un cronista aguafiestas reciclado, porque habrá que dar paso a los cantamañanas de un nuevo amanecer en el que todo va bien.

Algunos, sin ir más lejos el presidente del Gobierno, afirman que ese amanecer ya ha llegado, pero yo sigo sin ver la luz por ninguna parte.

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