Caras reconstruidas
La espectacular herida en plena cara parecía fruto, más que de una cornada, de un accidente de tráfico o un intento de suicidio con arma de fuego. Con cara catastrófica, como denominan los expertos a los rostros desfigurados por un accidente, llegaba el pasado abril al hospital Virgen del Rocío de Sevilla el torero Jesús Franco Cardeño, tras ser enganchado por el toro Hocicón en la Maestranza.La imagen de la cogida, que dio la vuelta al mundo, hizo pensar que el torero si sobrevivía tendría que acostumbrarse a la nueva cara. Sin embargo, un mes después de aquel negro encuentro, Franco Cardeño está de nuevo en las plazas y con su rostro de siempre.
Los avances surgidos en la cirugía plástica y maxilofacial en los últimos años obran milagros en la corrección de secuelas de accidentes y tumores y en deformidades congénitas craneofaciales. La intervención de algunos de estos problemas era impensable hace una década.
Los doctores Miguel Ángel Gimeno Azcona y Pedro Infante Cossío, cirujanos plástico y maxilofacial que dirigieron la operación del torero sevillano, afirman que debe pasar el plazo mínimo de seis meses para valorar los resultados de una intervención de estas características, con herida o fractura panfacial. Según Infante, pasado este año, se revisará la cicatriz por si necesita algún retoque y se estudiará la pequeña parálisis de la zona afectada que ahora, tiene, para ver si precisa una operación en el nervio facial.
La participación de cirujanos plásticos y maxilofaciales en operaciones de reconstrucción craneofacial depende en Europa de la relación que exista entre ambos servicios hospitalarios. No así en Estados Unidos, donde hay una especialidad única que integra a estos dos grupos de facultativos.
Este tipo de intervenciones, que siempre se realizan con anestesia general, tienen una media de duración de tres o cuatro horas. "La más corta puede durar hora y media, pero las hay de hasta 10 horas y más, que requieren la participación de dos equipos médicos", puntualiza Emilio Lagarón Comba, especialista del servicio de Cirugía Plástica y Reparadora del hospital Doce de Octubre de Madrid.
Injertos y colgajos o plastias son dos procedimientos muy empleados para la corrección de lesiones faciales. Ambas técnicas se emplean cuando ha habido pérdida de tejidos, principalmente de piel, pero también de fibras musculares y pequeños fragmentos de hueso.
El injerto consiste en extraer a distancia de la zona que se va a tratar una parte de tejido que se aplicará sobre la lesión y que sobrevivirá gracias a la vascularización aportada por la zona donante; el colgajo o plastia es un trozo de tejido, procedente de una región próxima a la lesión, que se rota desde su lugar de origen hacia la zona tratada y que sigue unido a la zona donante.
Como advierte Lagarón, cada procedimiento tiene sus indicaciones: "El injerto es más conveniente cuando la pérdida de tejido no es muy importante y la zona de la lesión está lo suficientemente sana para recibirlo. El colgajo se emplea más bien cuando hay importantes pérdidas de tejido".
Las regiones donantes son diversas, pero en el caso del injerto la más utilizada es el muslo. En el colgajo, al tratarse de zonas anejas a la lesión facial, se suele recurrir al cuello y al cuero cabelludo.
Según Lagarón, la región donante nunca se ve afectada en su funcionalidad. Sólo quedará "una cicatriz de unos 12 centímetros, que es cuidada con mucho mimo". "En estas operaciones y en nuestra especialidad", añade, "las cicatrices son un desafío muy importante y se han mejorado muchísimo".
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