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BARCELONA

Apoteosis de Ponce y Rivera

La forzada ausencia de Joselito en este cartel debió dejar la corrida en un mano a mano. Sin embargo, se recurrió una vez más a Litri, que por algo lo apodera la empresa, aunque aquí nunca haya acabado de cuajar. Y después se vio lo que pudo haber sido esta corrida si hubiese quedado en un mano a mano entre Ponce y Rivera. Porque, realmente, Litri, a pesar de su voluntad, su valor y una rabia novilleril ya un poco trasnochada después de tantos años de alternativa, ofició de relleno o de convidado de piedra ante un duelo torero en la cumbre.Y yendo al grano, es justo decir, en primer lugar, que la corrida de Domingo Hernández colaboró al éxito de los toreros. Todos, a excepción del último, cumplieron en varas y alguno hasta derribó. Para la muleta tuvieron nobles viajes o se entregaron si se les hacían las cosas bien. Una corrida raramente pareja en su juego y que, además, no se cayó.

Hernández / Litri, Ponce, Rivera

Seis toros de Domingo Hernández, de correcta presentación, que dieron buen juego. Litri: oreja y silencio. Enrique Ponce: oreja y dos orejas. Rivera Ordóñez: ovación y dos orejas con petición de rabo. Ponce y Rivera salieron a hombros por la puerta grande.Plaza Monumental, 25 de mayo. Tres cuartos de entrada.

A Enrique Ponce en esta tarde sólo le sobró el aire. Si no llega a ser por eso, su tarde hubiese sido redonda. Pero ni el aire pudo impedir el temple, la cadencia, el buen gusto y la suavidad de su toreo, estéticamente deslumbrante. Con su clarividente inteligencia supo en todo momento qué trato lidiador había que dar a sus oponentes para sacarles el mejor partido. El aire le obligó a cambiar los terrenos en su primero, un noble colorao que fue a morir en los medios. El quinto, extraordinariamente banderilleado por Tejero y Bourret, tenía sus problemas, que Ponce supo tapar y solventar. A principios del muleteo el animal llevaba la cara por las nubes e incluso dio un violento gañafón. Pero ahí había torero, de valor sereno y extraordinaria inteligencia, que sabía lo que había que hacer. Lo hizo, lo templó, le dio la distancia, llevó la muleta a la altura precisa y acabó toreándolo relajado y con gran belleza.

Para quienes ven siempre a este torero demasiado fácil, Ponce se puso de rodillas y les dedicó algunos alardes de valor. Estocada al volapié, entrando con fe, y justo premio de dos orejas.

Rivera Ordóñez es un auténtico gallo de pelea, con todo el orgullo torero de sus antepasados a cuestas. No ganó la pelea a Ponce en el tercero, pero en el sexto hizo tablas con el valenciano. A los dos los lanceó con excelente estilo, a la verónica y por delantales. El tercero buscaba algo por el izquierdo y Rivera, después de unas vibrantes dobladas, puso en práctica su toreo de mano baja, mando y sometimiento. No siempre el toro permitió el temple y se produjeron algunos desarmes. El valor y la entrega estuvieron siempre presentes. Pinchazo hondo al final y el astado se acostó, matándolo, en realidad, el puntillero.

El sexto manseó claramente en varas y lo banderilleó brillantemente Paco Alcalde, pero se vino arriba en la muleta, con boyante y clara embestida. Misterios de la bravura. Rivera Ordóñez lo entendió a la perfección. Comenzó la faena sentado en el estribo y la prosiguió de rodillas. Aquí vio que el sometimiento hubiese sido innecesario y muleteó erguido y relajado por ambos pitones, consiguiendo poner al público en pie. Torerísimo en los muletazos por bajo finales.

Y un alarde de seguridad, torería y valor la estocada hasta las cintas, ejecutada en un terreno no habitual para esta suerte, el mismo platillo de la plaza. Lógicamente, el entusiasmo se desbordó y hasta se solicitó con fuerza el rabo. Rivera dio dos vueltas al ruedo a pie y luego otra a hombros en unión de Enrique Ponce, antes de salir ambos por la puerta grande, sin que el público hubiese abandonado sus localidades. ¿Para cuándo el mano a mano?

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