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Tribuna
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Vuelve la censura

Las historias del exterminio de la libertad de expresión bajo el franquismo suelen subrayar -con harta razón- las dramáticas represalias tomadas por los vencedores contra los vencidos tras la guerra civil: desde la incautación de los periódicos republicanos hasta el fusilamiento o encarcelamiento de sus directores y redactores. No cabe olvidar, sin embargo, que el régimen de censura de la dictadura descansaba sobre fundamentos fríamente administrativos: el sistema de numerus clausus impuesto a las empresas de comunicación otorgaba a Franco facultades discrecionales para autorizar y clausurar periódicos.Los directivos de la humorísticarnente autodenominada Agrupación de Escritores y Periodistas Independientes (AEPI), creada en 1994 por un grupo de energuménicos adversarios del PSOE, han sacado su patita de censores por debajo de la puerta para exhortar al Gobierno de Aznar -en un comunicado difundido la semana pasada- a emprender un proceso de limpieza del mundo de la comunicación animado por un parecido espíritu. Ni que decir tiene que la Europa democrática de los noventa impide a los gobiernos repetir los comportamientos de la Europa fascista de los cuarenta; de añadidura, el objetivo del exterminio no son -al menos por ahora- los medios impresos, sino las televisiones privadas, acusadas de estar manchadas por el pecado original (las licencias fueron concedidas por un Gobierno socialista), de emitir telebasura (siguiendo el ejemplo, dicho sea de paso, del nauseabundo programa La máquina de la verdad, presentado en su día por un fundador de la AEPI), de atreverse a desobedecer sus consignas y de criticar a jueces y fiscales amigos suyos.

La política de comunicación del Gobierno de Aznar otorga una inquietante verosimilitud al comunicado de la AEPI. Mientras Canal + continúa sometido a un triple acoso legislativo, gubernativo y judicial, el presidente de Antena 3 reveló anteayer que el Gobierno le amenazó con enviarle a la cárcel por llegar a un acuerdo empresarial con Sogecable. Aunque el secretario de Estado de Comunicación ponga histriónicamente los ojos en blanco para desmentir con voz estridente la información dada por Asensio, los testimonios son tan abrumadores que Jordi Pujol se ha sentido obligado a tomar cartas en el asunto.

La incitación de la AEPI para que el Gobierno de Aznar emprenda la limpieza de la televisión privada culmina su arrogante cruzada Contra el poder (así se titulaba su volumen colectivo editado en 1996), concebida en realidad como un instrumento electoral de los populares. La biografía autorizada de Pedro J. Ramírez, escrita por Esther Esteban (El tercer hombre. P. J. la pesadilla de E G., Espasa Calpe, 1995) nos había familiarizado ya con la vanidosa afición del director del diario El Mundo a comportarse como el poder detrás del trono y el hacedor de reyes que llevaba de la brida a un mediocre Aznar. Ahora nos enteramos, además, de que este correveidile actuó en diciembre de 1994 como mamporrero de un encuentro secreto entre Álvarez Cascos y el representante legal de Amedo y Domínguez (dos asesinos condenados a 108 años de cárcel) para negociar su confesión judicial sobre los GAL; no fue ésa la única ocasión en que Pedro J. Ramírez actuó como apoderado clandestino de un delincuente: Ernesto Ekaizer narra cómo llevó a Perote al despacho de Adolfo Suárez en febrero de 1995 (Vendetta, Plaza y Janés, 1996, p. 343) para hacer operativa la estrategia de chantaje de Conde. La victoria del PP se ha encargado de mostrar el corto recorrido de la hipócrita cruzada contra el poder emprendida por la AEPI antes de convertirse en un grupo de presión con vocación censoria; en estos doce meses Pedro J. Ramírez (que se ha dado de baja en la AEPI) también ha mostrado una singular destreza para mezclar la obsecuencia como entrevistador de calzón corto de Aznar con la capacidad para imponer al Gobierno su sectaria política de comunicación.

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