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Estampa de muerte y desolación tras el último terremoto en Irán

Un panorama de destrucción masiva; algún muro solitario como único resto de pueblos que 24 horas antes estaban llenos de vida y niños llorosos vagando entre las ruinas en busca de sus parientes. Los supervivientes cavaban con sus palas, e iban sacando cuerpos para alojarlos en sábanas polvorientas. Esta era la estampa al día siguiente de un terremoto de 7,1 grados en la escala de Richter que el sábado sacudió el este de Irán, en la frontera con Afganistán. Al menos 2.500 personas resultaron muertas.

Los equipos de rescate que acudieron ayer al este de Irán fueron descubriendo y revelando al mundo a lo largo del día la virulencia del terremoto que el día anterior había asolado la región. Ayer por la tarde, los cadáveres ya ascendían a 2.500, los heridos eran decenas de miles y los pueblos derruidos sumaban 200. Se trata del más violento terremoto que sacude Irán desde la tragedia de 1991, cuando 40.000 personas perdieron la vida en un seísmo de 7,3 grados de magnitud."He perdido a mi hija", lloraba una mujer de unos cincuenta años alzando sus brazos en un gesto desesperado mientras deambulaba por las calles polvorientas y ruinosas de Hadjiabab. En el cercano pueblo de Abiz, un hombre de unos cuarenta años permanecía de pie junto al cuerpo de sus hijos, de cuatro y ocho años, envueltos en mantas que sólo dejaban asomar sus rostros. Sus cadáveres yacían en lo que solían usar como porche de su hogar. "Estaba fuera de casa trabajando. Mis niños estaban solos", gemía en estado de histeria.

Un muchacho de siete años observaba cómo sus parientes sacaban el cadáver de su madre del amasijo que ahora es su casa. Un miembro de los equipos de rescate que intentaba consolarle le dio unas galletas. El chico estaba demasiado sorprendido como para reaccionar.

"No hay suficientes mujeres vivas para lavar a las mujeres muertas", dijo un clérigo en referencia al rito islámico de que las mujeres laven los cuerpos de las muertas antes del entierro. Por eso, las mujeres de áreas vecinas viajaban a las zonas del siniestro para ayudar en esta tarea.

Hossein Maldar, de 20 años, permanecía de pie en lo alto de su destruida casa de ladrillos en Esbidan, a 45 kilómetros al sureste de Qaen, llorando y temblando por la pérdida de su hermana de 10 años y su hermano de 16. Sus pantalones negros y sus manos estaban cubiertos de polvo. En este pueblo, cerca de 500 casas han resultado destruidas. Zapatos, ropas, tazas de té, motos o coches salpicaban las pilas de cascotes.

Unos 2.000 trabajadores de rescate, equipados con 300 vehículos, acudieron a la provincia de Jorasán, en donde 10.000 casas han sido borradas de la faz de la tierra. Según el viceministro del Interior para desastres naturales, Rasul Zargar, citado por la agencia oficial Irna, cuatro Hércules C-130 cargados con 80 toneladas de alimentos básicos y material de ayuda iban a partir hacia la zona del terremoto, donde cuatro helicópteros trabajaron durante todo el día para localizar los puntos de mayor emergencia.

El gobernador de Qaen hizo un llamamiento por radio para el envío de médicos, sangre, tiendas de campaña, alimentos, ambulancias y equipos especializados en busca de supervivientes.

Unos setenta movimientos sísmicos sacudieron Qaen y Birjand en las horas posteriores al terremoto, lo que provocó cortes de luz y de agua en las redes locales. Tras los llamamientos a la ayuda internacional, Francia y Alemania fueron las primeras en reaccionar, prometiendo el envío urgente de alimentos. La ONU envió ayer a un funcionario para realizar un informe sobre la situación.

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