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Tribuna
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Si no existieran los Barcelona-Madrid

Inimaginable un mundo, por muy global que sea, donde no existiera el enfrentamiento Real Madrid-Barcelona, duelo único en su género que resume casi todas las arqueologías del Espíritu del Estado Español, desde el desastre de 1898 hasta el almuerzo de Aznar con Duran Lleida en el verano de 1995, paso previo al pacto de legislatura entre el PP y CIU. Cuando hay que explicarle a un extranjero qué quiere decir ese enfrentamiento, no se me ocurren mejores imágenes que los choques entre nordistas y sudistas en la recolección de cabelleras de indios en tiempos inmediatamente posteriores a la guerra de Secesión de Estados Unidos. De no haber existido aquella competición, las tensiones, los agravios históricos acumulados hubieran provocado peores violencias. El enfrentamiento entre el Real Madrid y el Barcelona ha sido la válvula de escape de la irreconciliable antipatía consensuada entre Madrid y Barcelona, auténtico banco de malas leches históricas que nos ha distraído de abismales radicalidades.Cuando Goikoetxea, un fornido y magnífico defensa del Athletic de Bilbao, se topó con las privilegiadas piernas de Maradona y Schuster, jugadores del Barca, y las dejó para el arrastre, apareció un nuevo antagonismo historicofutbolístico contra natura entre Cataluña y Euskadi. Costó varios años cerrar aquel segundo frente y todavía hoy Clemente no es excesivamente bien visto por la afición barcelonista porque entonces se permitió comentar que los jugadores vascos eran más fuertes que las estrellas extranjeras y de ahí las lesiones.

Superado el enfrentamiento entre aficiones naturalmente unidas por su condición de periféricas, rebrotó el duelo Real Madrid-Barcelona a pesar del lamentable intento de Tarradellas de reconciliar a los presidentes de ambos clubes. Aquella insensatez pactista del Honorable estuvo a punto de provocar un daño irreparable, y menos mal que la habilidad y frenesí dialéctico entre Mendoza y Núñez consiguieron resituar la situación. Temíamos que la mudez de Núñez forzada por el protagonismo de Cruyff y las mejores maneras del señor Sanz hubieran enterrado para siempre aquel formidable conflicto de pasiones.

Pero liberadas las cuerdas vocales de Núñez y forzado Sanz a reconstruir un enemigo exterior, todo vuelve a ser como antes y dos ejércitos simbólicos, el de la catalanidad y el de la españolidad, saltan al escenario dispuestos a comerse los hígados. La verdad es que los jugadores de uno y otro equipo se quieren y se consultan las cláusulas de rescisión todas las mañanas. También percibo que seguidores del Barcelona y el Madrid cada vez somos más conscientes de que interpretamos un papel convencional como quien juega a moros y cristianos. Sólo un instinto de higiene mental y social adquirido por lo borde que ha sido la historia de España nos empuja a seguir fingiendo que nos jugamos la razón de ser. Y es que si no, igual nos montábamos otra guerra civil.

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