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EL CUADERNO DE ANDAR POR CASA JORGE VALDANO

Jorge Valdano

Chendo, de profesión defensor. Tuve la satisfacción de chocarme con Miguel Porland Chendo en el túnel de un estadio, y lo saludé con la emoción y la admiración que se tiene por los hombres verdaderos, con el agradecimiento que se siente por ese tipo de jugadores que le entregan su vida al fútbol sin recibir ni pedir mucho a cambio. Chendo fue, en su plenitud, un coleccionista de dioses. Virtudes, instinto y vanidad de marcador le sirvieron para descifrar la inteligencia futbolística de Platini, Maradona o Rumenninge, todos víctimas de su limpio talento defensivo. Al veloz se le cruzaba delante para interrumpir su carrera, al hábil le devolvía amague por amague, al inteligente le adivinaba sus intenciones; y a todos los despojaba del balón para entregárselo luego, pulcramente, al compañero más cercano. Cuando Chendo cuenta sus partidos lo primero que hace es darle el balón al contrario: "A aquel jugador le obligaba a salir siempre por su pierna mala al otro, primero había que cuerpearlo y después disputarle el balón, "a ése lo invitaba a tirar el balón largo por que yo le ganaba en velocidad". Una enciclopedia del buen defensor siempre infravalorada, pero llena de verdades simples que conviene robar. La pureza humana y profesional de Miguel la terminé de calibrar el día que el Real Madrid se enfrentó al Betis en el homenaje a Gordillo. El homenajeado se entregó a su fútbol de ataque, pero se encontró con una mala noticia: enfrente estaba uno de los mejores zagueros del fútbol europeo de las dos últimas décadas ("Ozú, que pesao"). Pero Chendo encontró una sabia medida entre la amistad, la fiesta y el orgullo: "Gordi, te dejo que controles el balón para centrar o encararme, pero pasar no pasas..." .Y Gordillo la paró, y centró, y encaró, pero pasar no pasó. A Miguel lo vencerá el tiempo, como a todos, pero nadie nos quitará de la memoria sus enseñanzas y la calidad moral de su ejemplo. . La 'Juve' y Brasil. La Juventus gana, por tanto, es el equipo europeo del momento. Tiene todas las virtudes de los equipos pequeños (orden, humildad, sacrificio) y todos los beneficios de los jugadores buenos (Montero, Deschamps, Zidane). Pero su gran secreto es la actitud. Siempre he creído que la euforia es un estado de excepción del ánimo que exalta el sentido del deber, pero su efecto es corto, como todo lo que desafía los impulsos naturales. La Juve, sin embargo, lleva dos temporadas en estado de euforia permanente. Es de una eficacia poco fascinante como puede serlo, por ejemplo, una demolición. Gana, convence y hasta puede conmover por la generosidad de su esfuerzo, lo que nunca logrará un equipo como la Juve es emocionar a un neutral. Para eso Brasil. A la una de la mañana los veo jugando un amistoso contra México y no me dejan ir a dormir. Como siempre: toma y dame; mía y tuya, toque y toque. Un fútbol hecho de precisión y engaño que busca sin prisas el momento de acelerar. El poder hipnótico del balón que pasea de un pie a otro va desordenando al adversario, le va quitando entusiasmo, convicción y fiereza hasta que la presión parece avergonzada de buscar sin encontrar el famoso balón. Y ganan partidos, y campeonatos mundiales, y sobre todo la admiración y la esperanza de quienes tendemos a creer que no todo está perdido.

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