El pánico sobre las pensiones, arma definitiva
Ha sido una campaña de desgaste que ha puesto a prueba las fuerzas y el discurso de ambos partidos. John Major escogió la opción más larga, una campaña de seis semanas para destruir el montaje escénico del Nuevo Laborismo. De hecho, las huestes de Tony Blair han estado tensas y agobiadas, aterradas ante la idea de cometer el más mínimo error que pusiera en peligro su liderazgo en los sondeos de opinión durante todo este tiempo, mientras el primer ministro y su veterano equipo se mostraban relajados y tranquilos.Sin embargo, no tardaron en encajar los primeros golpes. Major abrió la campaña con la polémica sobre los casos de corrupción parlamentaria ocupando las primeras páginas de los diarios nacionales. Un mal principio, que el primer ministro remontó como pudo, gracias a un par de errores laboristas. Primero fueron unas desafortunadas declaraciones de Blair comparando los poderes que tendrá el futuro Parlamento escocés con los que tiene un ayuntamiento rural inglés. Después llegó el más grave desliz -quizás deliberado- sobre privatizaciones. El portavoz de Economía laborista, Gordon Brown, reconoció días después de la presentación del programa del partido que no descartaba la venta de algunos bienes estatales. Afirmaciones que dieron una óptima opción de ataque a los tories.
División por Europa
El equipo de campaña laborista contraatacó entonces con una vieja y efectiva arma: la desunión del Partido Conservador en el tema europeo. Los agentes de prensa de Blair filtraron a varios diarios los manifiestos personales de destacados cargos tories en los que quedaba clara su oposición a la moneda única. Después se supo que hasta 237 candidatos conservadores habían aceptado ayuda económica para desarrollar sus campañas de un millonario llamado Paul Sykes. El único requisito que se les reclamaba era dejar constancia de su oposición a la moneda única, en clara transgresión de la política oficial del partido de esperar y ver.
Según los expertos en propaganda electoral, el verdadero dardo envenenado que acabó con las últimas esperanzas tories, fue el de las pensiones. El propio Blair se encargó de lanzarlo la pasada semana. "Si los conservadores ganan por quinta vez acabarán con las pensiones estatales", repitió una y otra vez ante las cámaras de televisión y los micrófonos de las radios. Todo el mundo sabe que la información es inexacta -lo que los conservadores se proponen es iniciar un plan de privatización que se producirá a lo largo de 40 años y que no afectará en absoluto a los que están al final de su vida laboral-, pero el efecto en la audiencia, dicen, ha sido devastador.
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