Diputados y altos cargos del partido de Major reconocen en privado que "todo ha terminado"
Medios de comunicación, amigos y enemigos del Partido Conservador británico, coincidían ayer en pronosticar las dimensiones históricas que tendrá, salvo milagro de última hora, la derrota tory en las elecciones del jueves. Con los resultados de cuatro diferentes encuestas en la mano, la perspectiva de un aplastante triunfo laborista parece cada vez más real. Diputados y altos cargos del partido de John Major reconocen en privado que "todo ha terminado". La diputada proeuropea Edwina Currie aceptaba ayer en un artículo publicado en un dominical conservador la posibilidad de que el líder laborista, Tony Blair, se instale el próximo 2 de mayo en Downing Street con una mayoría de más de 200 diputados.
Currie, novelista de éxito y antigua secretaria de Estado de Sanidad, aceptaba los resultados más pesimistas para su partido en un artículo en el Express on Sunday. La candidata tory por Derbyshire South culpa al primer ministro, John Major, de la errónea campaña desarrollada por los conservadores. "Necesitaríamos un milagro para ganar el jueves próximo", escribe.Quizá es tarde ya para invocar la intervención divina, a juzgar por la desmoralización general en las filas tories, donde cada candidato se ha lanzado ya a una batalla individual por su supervivencia. Si se cumplen los vaticinios de un sondeo realizado por ICM para el dominical prolaborista The Observer en 16 circunscripciones marginales en todo el país, cuatro miembros del Gobierno perderán su escaño. Los damnificados serán los ministros de Asuntos Exteriores, Malcolm Rifkind; de Industria, lan Lang; el secretario del Tesoro, William Waldegrave, y el ministro para Escocia, Michael Forsyth.
A tenor de las respuestas de los encuestados, ni siquiera parecen seguras las posiciones de la ministra de Educación y Trabajo, Gillian Shephard, o del líder del grupo parlamentario, Tony Newton. En la cuerda floja, a sólo cuatro puntos de diferencia de su principal contrincante, aparece el propio ministro de Defensa, Michael Portillo -uno de los aspirantes a suceder a Major como líder del partido-, en la circunscripción de Enfield Southgate.
Nadie acepta, no obstante, la infalibilidad de las encuestas, y en la sede de los conservadores la plana mayor del partido sigue defendiendo la tesis de que los muestreos "están inflados" a favor de los laboristas. Las propias encuestas internas del partido recortan, al parecer en no menos de 10 puntos, la ventaja de Tony Blair.
Aun así, el pesimismo cunde mientras los estrategas de la campaña intentan desesperadamente dar con un tema de combate que haga renacer la confianza en la victoria. De momento, John Major optó ayer por la sinceridad y llegó a reconocer en una entrevista en televisión que rompió la promesa electoral de 1992 de que no subiría los impuestos. "Con la situación de recesión económica en que nos encontramos, no me quedó otro remedio que hacerlo", dijo el primer ministro.
A cuatro días de la cita con las urnas, el campo conservador ha probado el amargo sabor de algunas deserciones sonadas, como la del dominical News of The World, que en una doble página explicaba ayer el porqué de su sorprendente respaldo a Blair, recordando, entre otras cosas, la sonada catástrofe de las vacas locas.
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