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Tribuna
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Dolores de Garganta

En Garganta de los Montes, un pueblo escondido entre bosques y peñascos, no usan la bandera de la Comunidad porque no se sienten madrileños. Les comprendo perfectamente; yo tampoco me siento nada. Ni del. barrio, ni madrileño, ni español, ni murciélago, ni siquiera terrícola, y, no obstante, sigo vivo. Coincido también en su rechazo a la bandera. Cierto que estas telas ondean con gracia y que a veces lucen colores llamativos, pero en el fondo no dejan de ser unas simples recaderas que, actúan por delegación. (Y aquí termina el párrafo, ya que existe una ley concreta que prohíbe meterse con ellas y, al menor despiste, alguien podría perseguirme de oficio).Lo que ya entiendo menos es por qué se bajaron los pantalones y sí accedieron a izarla cuando el presidente de la Comunidad autónoma de Madrid, Alberto Ruiz-Gallardón, fue a visitarles al pueblo. Lástima, lo estropearon, porque puestos a ser libres conviene emplearse a fondo y no hacer concesiones.

A mi entender, los habitantes de Garganta de los Montes perdieron ese día la oportunidad única para explicarse ante el mundo, y me atrevo a decir, incluso, que actuaron con poca profesionalidad.

Lo procedente hubiera sido no sacar la bandera del almacén y en su lugar haber clavado en el mástil un mensaje aclaratorio: "Aquí no hay bandera, Alberto", por ejemplo, para que el presidente no creyera que se trataba de un olvido.

Y otra pequeña decepción: dice el alcalde de Garganta de los Montes, Rafael Pastor, que en el pueblo sí se sienten españoles -aunque no ejerzan mucho-, y de ahí que coloquen ocasionalmente la bandera nacional: "El día de la Constitución, durante las fiestas del pueblo o cuando nos acordamos". Y concluye: "Adorna bastante".

Me gusta esto del adorno por lo que tiene de innovador, y reconozco que nunca antes había pensado en las banderas como una pieza decorativa. Siendo así, no tengo nada que objetar (cada cual apaña su casa como mejor le. parece), si bien no estaría de más que de vez en cuando se animaran a utilizar otras banderas diferentes, por aquello de amenizar la vista y no caer en la monotonía.

Dicho lo cual, pasemos al himno: coincidimos de nuevo. Yo tampoco lo escucho y, para ser sincero, ni siquiera estaba seguro de su existencia. Me habían llegado rumores, aunque nunca los tomé en serio.

De hecho, hace ya tiempo propuse en esta misma tribuna que nos quedáramos con el de la Unión Soviética; los bolcheviques eran unos diablos, de acuerdo, pero en cuestión de himnos nadie los superaba. Y no me hicieron, incomprensiblemente, el más mínimo caso. Así que, por resentimiento, no quiero saber nada de él. Y me alegro también de que los lugareños no lo oigan.

Garganta de los Montes (formidable nombre que no desentona con su entorno) es un pueblo situado en un paisaje de ensueño: precioso, tranquilo, muy limpio, según recuerdo de mis excursiones con el colegio, y entiendo que no se sientan madrileños.

El alcalde afirma que ellos están más cerca de Segovia que de Getafe o San Sebastián de los Reyes, y aunque la idea no me convence del todo, por lo menos parece tenerlo claro (y no como otros, que unas veces se dicen del Betis, otras del Real Madrid, y cuando no les queda más remedio, del Atlético o del Rayo).

Confío, sin embargo, en que se les pase pronto su apego a lo segoviano, y espero también que no tarden en exigir independencia cósmica y absoluta. El paso natural.

Y por último, con el objeto de apuntalar su postura, les recomiendo que soliciten cuanto antes su incorporación al Pacto de Varsovia.

Esto sólo sería un gesto (dicho Pacto falleció hace anos y ya no admite ficha es), y en verdad muy peligroso, puesto que Occidente está lleno de chulitos, pero enrarecería el ambiente y también significaría un principio de esperanza para todos los que consideramos la independencia como un derecho universal y no una caja de quesitos.

O todos, o ninguno. Así deberían sentirse los pueblos: sin ataduras, sin concesiones, sin tumbas para morir.

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