Divino tesoro
Los datos demoscópicos sobre la juventud universitaria española que ayer publicaba este periódico son absolutamente reconfortantes. Los Jóvenes votan al PP y dan por zanjado el conflicto generacional: "Papá hace lo que puede", vienen a decir los jóvenes, tan amables. Comprendo que semejante mapa sobre las convicciones juveniles sumerja en la desesperanza a muchos. A muchos que recitaban: "Quien a los veinte años no es de izquierdas es que no tiene corazón..., etcétera". Pero a mí me parece que la decisión de los jóvenes de instalarse sin pérdida de tiempo en el lado juicioso de la vida nos ahorrrará una gran cantidad de literatura médica sobre las ilusiones perdidas, los marchitos ideales y la escala móvil de las ideas. Nos ahorrará también mucha, hipocresía: cuánto señorito progre y sesentaiochista esperaba aburrido en la barra, pongamos de Boccaccio, que pasaran de una vez los años y aquel incomprensible sonsonete marxistoide de todas las conversaciones, que pasara cuanto antes aquel peaje generacional, fisiológico, para poder dedicarse a lo que de veras interesaba, esto es, la agresiva defensa del modo y el orden occidentales, herencia de sus próceres.Jóvenes auténticos, esto es lo que la demoscopia prueba y yo celebro. Sólo un incomprensible equívoco pudo relacionar la juventud con la naturalidad de los ideales igualitarios. La juventud es edad para gritar ibanzai! -como lo gritó anteayer noche el siempre joven Fujimori-, es la edad del deporte y la de comerse a fieras dentelladas de lobo, de lobito sin collar, la moqueta de Wall Street. En realidad, ahora lo vemos claro: la edad de la izquierda ha sido siempre la provecta. La edad de defender el estatuto de pensionista y lo que quede del Estado de bienestar. La edad compleja y melancólica, blanda y vulnerada, en que la cínica muerte consuela al implicado anunciándole que la aurora de la igualdad ha llegado.
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