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Entrevista:

"Las orquestas no serían tan buenas sin mujeres"

Rocío García

Daniel Barenboim, de 55 años, es brillante y delicioso. El director de la Sinfónica de Chicago y de la ópera Estatal de Berlín está en Madrid, donde ha dirigido dos conciertos, ayer y el lunes, dedicados a Sergiu Celibidache, el músico rumano fallecido el pasado verano. La Sinfonía inacabada de Schubert y la Heroica de Beethoven sonaron, clamorosas, en su memoria.P. ¿Qué fue lo más destacable de Celibidache como músico?

R. Lo que separó a Celibidache de los otros músicos fue su amor intenso por el detalle, que es algo muy latino. La mezcla de ese latinismo que él tenía con su educación y cultura teutónica es lo que le hizo tan especial. Ese amor por el detalle es rarísimo. Para él todo tenía importancia, algo que es común a todos los latinos.

P. Lleva un ritmo de trabajo prodigioso ¿la música no necesita más tranquilidad?

R. La más grande tranquilidad la tengo con la música. La música no es trabajo, es un privilegio. ¿Qué hubiera hecho yo hoy [por ayer] con más ganas que estar aquí buscando algo más profundo o más importante o más divertido en la sinfonía de Schubert o las piezas de Schönberg? No hay nada mejor.

P. ¿Comparte usted la opinión de los que dicen que la música clásica en directo atraviesa una importante crisis?

R. Naturalmente que la hay y por muchas razones. Ya es una crisis que la gente hable de obras escritas a principios de este siglo, comolas de Schönberg o Stravinski, como si fuese moderna. Música que dentro de dos años vamos a decir que es del siglo pasado. Hay otras. Probablemente el hecho de que se haya roto con la tonalidad después de Wagner. La tonalidad le dio a la música una dimensión que la hacía muy accesible, incluso para la gente que no entendía de música. La tonalidad era la cosa que daba a los sonidos y a las armonías una jerarquía. El ser humano a veces se rebela contra la jerarquía, pero si uno puede estar de acuerdo con ella, es muy cómodo. La jerarquía armónica de la tonalidad le da una dimensión muy orgánica a la música. Eso se perdió con la música atonal, fue una ruptura importante. Por otro lado, desde principios de siglo la educación musical se ha empobrecido y, paralelamente, se asistió a un movimiento fortísimo de popularización de la música. En el momento en el que tratas de popularizar algo que no entiendes, tienes que bajar de nivel. Hay millones de gentes que oyen música sin escucharla. La diferencia entre oír y escuchar ha desaparecido prácticamente.

P. ¿Hay soluciones?

R. Lo principal es que se hagan esfuerzos para educar a la gente. El primer paso tendría que ser un nuevo empuje para la educación global, no sólo musical.. Ahora no se educa, se informa. A los niños, a mis hijos, les informan, pero educar en el sentido de darles los instrumentos para que puedan pensar solos y deducir cosas de una disciplina u otra, eso no existe. La televisión, por ejemplo, es objetivamente algo que hace imposible la profundización de los temas porque juega con el elemento de tiempo. ¿Cómo se puede profundizar algo y pasar por el proceso de duda, que es necesario para todo pensamiento, cuando hay sólo 30 segundos para explicar una verdad artística o política?

P. La calidad discográfica puede estar en el fondo de esa crisis.

R. El problema de la discografia para mí no son los discos, sino la actitud que tiene la gente con los discos, el pensar que es un documento definitivo de algo. No existe nada definitivo en la música. El sonido es efímero y contra eso no se puede luchar. Es justamente eso lo que le da a la música una dimensión única. La Sinfonía inconclusa de Schubert no existe en realidad, existió en la cabeza de Schubert cuando se la imaginaba y existe cada vez que una orquesta se pone a tocarla como ayer [por el lunes]. Literalmente lo que los músicos hacemos es traer esos sonidos a una realidad fisica. Esos sonidos sólo existieron en el cerebro del compositor y luego utilizó un sistema de anotación que son manchitas negras en papel blanco, pero eso no es la inconclusa de Schubert. No hablo de algo metafísico, es algo fisico y real.

P. Es usted uno de los grandes intérpretes de Wagner. Como judío argentino ¿cree que el abuso que hizo el nazismo de este compositor ha perjudicado su imagen?

R. El fenómeno de la popularidad de Wagner y la preocupación que tiene la gente con él es algo que francamente, no entiendo. El otro día me dijeron que hay más libros escritos sobre Wagner que sobre cualquier otro personaje de la historia humana después de Jesucristo. La música de Wagner y sus óperas tienen una dimensión que se reanuda permanentemente y que siempre es contemporánea. ¿Por qué? No lo sé, Wagner tiene algo que se adapta a todos los tiempos en una forma más concreta que otros compositores. La gente que escucha música intelectualmente encuentra en Wagner un interés enorme, analítico; la gente que tiene una relación emotiva con la música se deja llevar por Wagner y hasta se habla de una experiencia puramente sensual, se habla de elementos orgiásticos y sexuales como en ningún otro compositor. Tiene una calidad que atrae a todos los extremos de sensibilidad. Es evidente que las ideas de Wagner fuera de lo que tiene que ver con la cultura son horripilantes, pero esto forma también parte del espíritu de su tiempo. El antisemitismo en la Alemania de la segunda mitad del siglo XIX era no sólo una posibilidad, sino casi una necesidad: si eras nacionalista alemán eras antisemita, a diferencia de otros países. Pero en las 10 grandes óperas de Wagner, el. antisemitismo no es el tema principal.

P. Desayunarse a diario con las trágicas noticias de Israel y con una situación que parece no tiene salida, ¿cómo le afecta?

R. El pueblo judío, que durante casi 2.000 años fue perseguido, cuando se creó el Estado de Israel, en 1948, hizo la transición para pasar de ser una minoría perseguida a una mayoría independiente de una forma excelente. Después de la guerra de los seis días, en 1967, el pueblo judío tuvo que pasar a otro estadio al tener bajo su control a un millón y medio de palestinos. Y esa transición nunca la hizo como es debido. Israel necesita reexaminarse. El pueblo judío no tiene vocación, nunca la ha tenido, ni la tendrá, de controlar otros pueblos. El problema con los palestinos es también un problema interior israelí. Si no estás en paz contigo mismo, no puedes dialogar con el prójimo. Eso es lo que está pasando. Tanto el Gobierno israelí como las autoridades palestinas van, en mi opinión, por un camino falso. Incluso los que tratan de buscar la- paz buscan la paz a base de una separación total y eso no es posible. Una paz fría, a fin de cuentas, es tan peligrosa o más que una guerra fría. Una guerra puede ser fría y caliente, pero una paz tiene que ser caliente. P. La dirección orquestal parece que produce mayores satisfacciones que un instrumento. ¿Está usted abandonando paulatinamente el piano?

R. No, no, no, no.

P. ¿Qué le atrae más del piano?

R. El piano es un instrumento que de por sí no es interesante, por el hecho de que cualquier peso sobre las teclas produce un sonido, a diferencia del violín, con el que hay que crear el sonido. El piano tiene una cierta neutralidad y se vuelve interesante cuando el pianista tiene una imaginación sonora desarrollada y tiene la capacidad de crear la ilusión de otros sonidos. Desde niño aprendí a tocar el piano de esta manera, como una orquesta en miniatura, eso es lo que me fascinó y me sigue fascinando.P. ¿Qué opinión le merece ese rechazo de la Filarmónica de Viena hacia las mujeres?

R. Han votado y han aceptado una, pero creo que es algo del pasado. A lo largo de mi carrera, yo he contratado muchas mujeres. Si no lo hubiera hecho, las orquestas no serían tan buenas como son.

P. Usted tiene un hijo violinista y uno rockero. Si alguna vez coincidieran en una actuación, ¿por cuál se decantaría?

R. Se dice que no hay preguntas indiscretas, sólo respuestas indiscretas, pero creo que esta sí es indiscreta.

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