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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Agujero negro

ARGELIA SE ha convertido en un agujero negro en el que nadie consigue saber con exactitud lo que verdaderamente está sucediendo en el interior del país. Es la cultura de la clandestinización, creada por fuerza durante la guerra anticolonial librada contra Francia entre 1954 a 1962. Lo que parece no es siempre lo que es. Y así, demasiado a menudo, demasiado misterio envuelve a demasiados y atroces asesinatos.El poder ha hecho dejación del monopolio de la violencia al armar a casi 200.000 llamados "grupos de autodefensa" y "gendarmes rurales" para proseguir una guerra sucia contra los terroristas integristas en la que no termina de saberse si los asesinatos corresponden a unos u otros. La libertad informativa contribuiría a aclarar la situación. Pero, por el contrario, hay un vacío informativo. En tales condiciones, las elecciones del próximo 5 de junio, aun cuando pudieran constituir un cierto avance, están anticipadamente hipotecadas.

La prensa privada e independiente de Argelia, surgida al amparo del fracasado proceso de democratización del país, fue uno de los logros más importantes del ex primer ministro Mulud Hamruch. Permitió que numerosos periodistas abandonaran los medios oficiales y emprendieran experiencias propias, gracias a generosas ayudas económicas del Gobierno. El golpe de 1991, que interrumpió el proceso democratizador en curso, colocó en una difícil situación a esta prensa que no había aún logrado consolidarse económicamente. Estos medios empezaron a sucumbir al acoso de las presiónes económicas ejercidas por el Gobierno, al mismo tiempo que se iniciaba una oleada de asesinatos de todo tipo de profesionales del sector. Muchos fueron planeados y ejecutados por los integristas, pero otros fueron inspirados y realizados desde la esfera del poder.

Muchos de los periodistas que lograron salvar la vida se exiliaron. Hoy, en consecuencia, Argelia cuenta con una prensa debilitada e incluso domesticada -salvo honrosas excepciones-, que cumple a pie juntillas las consignas dictadas desde el poder. Todo ello con una total impunidad, en medio de la cual destacan las grotescas declaraciones del ministro de Asuntos Religiosos al anunciar un rígido control en la difusión de los libros para acabar con los "microbios intelectuales" que ponen en peligro la "salud del país".

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Argelia es hoy un país donde se muere y se vive en silencio. La prensa internacional ha desertado o no se la deja entrar. Las presiones inconfesables y la rígida censura oficial ejercida sobre los temas de orden público incrementan la opacidad del doloroso proceso argelino. Sólo a destellos se consigue saber de contados incidentes -en su mayoría asesinatos de mujeres o degollamientos-, cuidadosamente filtrados desde los servicios de seguridad a la prensa de confianza. Después, estas informaciones son utilizadas por el poder para justificar la represión ejercida contra la población civil, con todo lujo de medios, incluido el napalm y la aviación. Es una guerra, un exterminio sin testigos, sin imágenes. A oscuras. Como en un agujero negro, la poca luz que entra no vuelve a salir.

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