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Unas balas de caucho en teoría inocuas pero que mantan

La intención de darle carácter inocuo y hasta justificable al empleo de balas de caucho (que no hay que confundir con las pelotas de goma que emplean los antidisturbios en muchos países europeos) se descalabró ayer una vez más tras la muerte de dos jóvenes palestinos alcanzados por munición que desde hace años el Ejército israelí se empeña en describir como preventiva y disuasoria.

Nadel Abdelkader al Said, de 24 años, murió ayer en la mesa de operaciones con uno de esos proyectiles que primero le destruyó el ojo izquierdo y luego causó estragos en la masa encefálica.

El cadáver de otro muchacho, de 15 años de edad, fue sepultado ayer con honores militares de la policía palestina de Hebrón después de que una pelota de goma le partiera la cabeza.

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Blandiendo las radiografías de Al Said, amplios negativos con un punto circular alojado en el hemisferio izquierdo del cerebro, un médico del hospital Alia de Hebrón dijo: "Balas de caucho, balas de plástico, balas de metal, qué más da, todas son iguales".

Otro centenar de palestinos resultaron heridos por balas similares, la mayoría por encima de la cintura, lo que a decir de los observadores indica algo sobre las intenciones de quienes disparan.

El portavoz oficial del Ejército israelí en Jerusalén decía anoche: "No usamos balas de plástico, sólo usamos balas de caucho".

Tal concepto y su falsa concesión humanitaria son deleznables y cuestionables. Las balas de caucho, esos proyectiles especialmente diseñados y fabricados por el Ejército israelí son un eufemismo. Vienen en dos formas: una cilíndrica y otra esférica. La primera está cubierta de un delgado forro de caucho, la segunda es un perdigón del tamaño de una canica (o un ojo humano) y está revestida de una capa de plástico. En el interior hay Metal. Disparadas a 30 metros de distancia ambas tienen un efecto letal, como cualquier bala de guerra.

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