Paz en Palestina ya
Rabin, Peres y Arafat llegaron a sintonizar. Se entendían. Se habían combatido durante décadas, pero el tándem Rabin-Peres llegó a conectar con el líder palestino, tan vilipendiado, tanto tiempo odiado. Arafat, correspondió de similar manera. Triunfó el pragmatismo. Un ambiente nutrido de sentido de la historia y de mero sentido común posibilitó que sobre lo emocional se impusiera la razón. Y la razón -tan dura de aceptar a uno y otro lado de la barrera del rencor, que sólo generaciones conseguirán diluir- facilitó que dirigentes israelíes y palestinos la franquearan. Supieron establecer una relación personal directa, asombrosamente cordial a la vista de los antecedentes. Se dice de los mediterráneos que necesitan de ese cara a cara personal para lograr cerrar un acuerdo, incluido un acuerdo político. Para sorpresa de muchos, los fríos noruegos auspiciaron el trato y la confianza se impuso. Los acuerdos de Oslo significaron, sobre todo, la aceptación por ambas partes, palestina e israelí, del repudio del recelo y de la asunción de la confianza. El olvido militante de tantas barbaridades cometidos por unos y por otros. El comienzo de un camino -vislumbrado algo antes en la Conferencia de Madrid- que debería llevar a la cooperación mutua, umbral de la paz definitiva.Hoy todo eso está en peligro. Isaac Rabin fue asesinado por un representante del sector -minoritario- de la sociedad israelí que continúa haciendo barbaridades, y Simón Peres fue desalojado, eso sí, democráticamente, del Gobierno. Y resulta obvio que el hoy primer ministro de Israel, Benjamín Netanyahu, y el presidente de la Autoridad Nacional Palestina, no sintonizan. El primero exige al segundo que condene, una vez más, el terrorismo de las organizaciones extremas palestinas. Pero la propia televisión israelí difundía el pasado viernes que el jefe de los servicios de seguridad, Ami Ayalon, había informado ese mismo día al Consejo de Ministros israelí de que Arafat apoyaba a los manifestantes que lanzan piedras, pero que estaba esforzándose en impedir el terrorismo de los islamistas palestinos.
Posiblemente ni Arafat ni Peres disponen de alternativa en caso de que el actual proceso de paz fracasara. No la tienen porque no ven futuro ni para israelíes ni para palestinos sin la paz. Así de sencillamente lógico. Sin embargo, hay quien sostiene que Netanyahu sí tiene alternativa, lo que explicaría su forma de actuar. Según algunas fuentes, esa alternativa se sustentaría en tres pilares: la propia fuerza militar de Israel; la capacidad del país para estar engranado en la economía mundial -la famosa globalización- independientemente del probable acoso de los Estados vecinos, y la permanente disponibilidad de la comunidad judía norteamericana, capaz de influir sobre los órganos políticos, económicos y de comunicación de la única gran potencia.
Pero esos tres pilares pueden no serlo tanto. Fuerza militar. El pasado octubre el jefe del Estado Mayor declaró que ni él ni los dos generales responsables de los servicios militares de información habían sido consultados sobre el riesgo que implicaba la apertura del famoso túnel de la discordia. Servicios que, antes de dicha apertura, habían comunicado a Netanyahu la frustración palestina ante la situación socioeconómica y el estancamiento del proceso de paz. Israel en la economía mundial. No parece que, dada su agitada situación sociopolítica interna, pudiera el país -boicoteado por los de su región- mantener largo tiempo un espléndido aislamiento. Simpatía y complicidad de por vida de los judíos norteamericanos. Cada vez se complica más. No sólo porque la mayoría de ellos apoya la conclusión del proceso de paz, sino porque, además, el 90% pertenece a las expresiones reformista o conservadora del judaísmo, pero no a la ultraortodoxa que lleva la voz cantante en Israel y de la que depende la continuidad del Gabinete Netanyahu. ¿Podría un gobierno de coalición entre éste y Peres restablecer el sentido de la historia o, cuando menos, el común?
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