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Tribuna:EL DEFENSOR DEL LECTOR
Tribuna
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El caso del profesor y el alumno fantasma

Hay historias en las que no hace falta dar el nombre del protagonista para que todo el mundo a su alrededor sepa de quién se trata. Una de esas historias la ha vivido el profesor de Filosofía del Derecho de la Facultad de Derecho de la Universidad Autónoma de Madrid Luis Rodríguez Abascal. En el artículo ¿De qué van los profesores? Los universitarios cuestionan los métodos didácticos de los docentes, publicado el 18 de febrero en las páginas de Educación de EL PAÍS, se ilustraba el supuesto desinterés de los profesores por sus alumnos con la siguiente anécdota contada por un estudiante: "En un examen de Filosofía Política, un compañero disfrazó su identidad bajo el seudónimo de Lucas Barbate Peich. Bien, pues en el listado de las notas salió Lucas Barbate Peich con su calificación. El profesor no se había enterado de que Lucas es sólo un personaje de Tele 5".Las autoras del referido artículo, Paz Álvarez y S. Pérez de Pablos, no decían quién era ese profesor, pero aportaban datos suficientes para identificarlo. "La única Facultad de Derecho que ofrece una asignatura de Filosofía Política en Madrid es la de la Universidad Autónoma de Madrid. Yo soy el único profesor varón de esa asignatura", señala el profesor Rodríguez Abascal en la misiva que ha dirigido al Defensor del Lector identificándose como el protagonista de la historia. Y añade: "Creo que esto es suficiente para comprender por qué considero que tengo un interés directo en esa información y soy el destinatario adecuado de una disculpa. Podría añadir que al menos los demás profesores de mi disciplina en este país supieron a quién se refería la noticia cuando la leyeron. Sin embargo, no me siento agraviado ante ellos. La noticia era demasiado absurda como para poner en cuestión mi profesionalidad. Me ofende que se me descalifique gratuitamente, no que los demás otorguen valor a la descalificación". El profesor Rodríguez Abascal confirma, en todo caso, la veracidad de la anécdota, aunque discrepa de su valoración: "El interés de un profesor de Universidad por sus alumnos ni se confirma ni se desmiente por ver Tele 5 ni por conocer el nombre de todos sus alumnos".

También discrepa de la significación atribuida a la anécdota el profesor Antonio Valdecantos, de la Universidad Carlos III, quien, sin embargo, juzga altamente valioso el artículo periodístico por varios motivos. "Soy profesor de Universidad", dice, "y estoy acostumbrado a que en los ambientes profesionales no tenga ninguna importancia (o al contrario, que sea objeto de condescendiente irrisión) el tomarse en serio la labor estrictamente docente y pedagógica. Siendo la Universidad una institución poco dada a la autocrítica y blindada contra las quejas de los usuarios, conviene que la prensa de calidad haga lo que es bueno hacer; por ejemplo, poner de manifiesto -como el artículo hace- que las encuestas a los alumnos carecen de todo tipo de efectos". Pero considera lamentable que se recurra a anécdotas como la reseñada para probar la falta de interés de algunos profesores por sus alumnos. Y ello porque "todo alumno de Derecho, y de cualquier otra cosa, es muy dueño de hacer las gamberradas que quiera y de usar los seudónimos que tenga a bien, pero ningún profesor de ninguna disciplina tiene obligación de saber quién es don Lucas Barbate Peich, o como quiera Dios que se llame este ciudadano".

Tiene razón este profesor. La calidad de la enseñanza superior no depende de que los profesores conozcan o dejen de conocer a tal o cual personaje televisivo. Sólo darlo a entender hubiera resultado ofensivo para el estamento docente universitario y para los lectores. Pero no es ésa, obviamente, la lectura que cabe hacer de la referida anécdota. Lo que se pretendía resaltar, al margen de que el personaje suplantado por el alumno fuera o no televisivo, es la existencia de indudables carencias en el sistema de control del alumnado universitario. El profesor Rodríguez Abascal explica por qué se producen en el ámbito universitario situaciones como la vivida por él. "Tengo un grupo de 160 estudiantes...", dice. "Claro que, después de varios meses de clase, tal vez resulte exigible que un profesor acabe por conocerlos a todos. Puede ser, pero los dos exámenes (pues no fue sólo uno) en los que alguien firmó con ese nombre ficticio y apareció en las listas tuvieron lugar en las primeras semanas de curso, como podrían haber sabido las periodistas preguntándole al estudiante que les facilitó la información. También podrían haber sabido que a esas alturas de curso (en realidad, hasta varios meses después de comenzado) los profesores no contamos con listas completas de los estudiantes, pues hay que atender a un sinnúmero de traslados de expedientes de otras universidades".

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Queda perfectamente claro que la suplantación de personalidad por parte de uno de sus alumnos no es imputable a desinterés alguno por parte del profesor Rodríguez Abascal. El malentendido sólo ha sido posible por el desconocimiento que tenían las autoras del artículo de esas circunstancias. Paz Álvarez, una de las autoras, manifiesta que "nunca tuve la intención de herir personalmente a Luis Rodríguez Abascal; de hecho, no puse ningún nombre, aunque el fallo estuvo en creer que ocultaba, 'cuando no era cierto, la identidad del profesor". Por su parte, Carlos Arroyo, responsable de las páginas de Educación de EL PAÍS, explica que "el testimonio que ha suscitado la queja del profesor Rodríguez Abascal se incluyó en la información porque era relativamente gracioso e ilustraba a las claras una carencia en el sistema de control. El error, del que soy personalmente responsable, fue dar un paso adelante e interpretar que la falta de control era imputable al desinterés del docente. Es un fallo por el que el profesor Rodríguez Abascal tiene perfecto derecho a exigir disculpas, y yo, la obligación de dárselas". El Defensor del Lector estima que el equívoco ha quedado suficientemente aclarado y se congratula de que la noticia -precisamente por lo absurda que resulta a juicio del propio afectado- no haya empañado en lo más mínimo la imagen profesional del profesor Rodríguez Abascal.Los lectores pueden escribir al Defensor del Lector o telefonearle al número (91) 337 78 36.

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