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Bach, Haendel y la madrugrada

La disposición ante la música es variable con las estaciones y adquiere rasgos especiales en épocas de vacaciones generalizadas. En Semana Santa era tradicional el recogimiento, y aún se conserva en buena medida la inclinación hacia músicas de corte espiritual y sosegado, pero el cambio de costumbres ha servido en bandeja deslizamientos cada vez mayores hacia terrenos donde lo religioso convive con lo teatral y hasta con lo festivo.Lo espiritual en la música durante estas fechas tiene en Bach y en Tomás Luis de Victoria dos puntos de referencia incuestionables. Las Pasiones del primero son una cita felizmente inexcusable, y ante su derroche incomparable de hermosura renovamos año tras año una admiración inquebrantable. Al margen de ello, yo tengo la sensación de que el gran músico del barroco ha perdido protagonismo en la sociedad actual. Tal vez sea solamente un espejismo debido a que muchos de sus incondicionales se han refugiado en la intimidad de sus hogares para escuchar la amplia discografía que de él se dispone, pero no deja de ser curioso que cuando Ibermúsica celebró su 10º aniversario, en 1980, lo hizo con un ciclo de conciertos dedicado exclusivamente a Bach. Ahora eso es insoñable ante la avalancha de sinfonías del romanticismo tardío. Lo que está fuera de dudas es que la familiaridad con Bach es algo imprescindible para una buena salud músical. Una sociedad sin Bach es una sociedad enferma. Si Bach pierde presencia, algo grave está fallando.

La Semana Santa es una época adecuada -cualquiera lo es, desde luego- para reencontrarse con el magno misterio de la música de Tomás Luis de Victoria, un viaje interior apasionante hacia lo más profundo de nuestra propia historia musical. Algunos viajeros musicales, no obstante, se han ido este año a Berlín como desagravio a las nuevas aventuras del Real, que diría Ligeti, pues mañana, en el teatro Unter der Linden, Daniel Barenboim se dejará llevar por los encantos del Viernes Santo en un Parsifal de Wagner que aquí seguimos soñando.

Si la dimensión más espiritual durante estos días está impecablemente representada por Bach o De Victoria, la música de carácter teatral surge espontánea de una manifestación tan inimitable como la Semana Santa de Sevilla. Las sonoridades fúnebres de capilla del XVIII para oboe, clarinete y fagot -los pitos, en terminología popular- han acompañado con mimo por rincones y callejas a La quinta angustia, y seguirán los pasos de La mortaja, El silencio, El valle o Los negritos en un baño popular de emoción e intimidad que contrasta fuertemente con la explosión extravertida de las bandas de cornetas y tambores que anuncian la llegada de la Macarena. Sevilla es una fiesta de teatro popular cuya apoteosis llega con la madrugá del Jueves al Viernes Santo.

¿Hay alguna música de las llamadas serias asimilable a esta mezcla de devoción, festejo, arte plástico y belleza efímera de velas encendidas acariciadas por los ecos de una saeta? Probablemente, la de Haendel. El autor sajón no es únicamente el contrapunto mundano de Bach, sino que su música posee uno de los más inagotables tesoros melódicos de toda la historia. Ello explica comentarios tan entusiastas como el de la crítica Fátima Medeiros en el Diario de Noticias de Lisboa después de una versión en concierto de Julio César en 1994 dirigida por René Jacobs. "El mayor maestro del mundo", concluía, "dirigió a la mejor orquesta y a los mejores cantantes del mundo en la mejor partitura operística de la historia de la música. ¿Exagero? Posiblemente. Pero durante cuatro horas esa exageración se convirtió en la más evidente de las realidades. Quien estaba allí sabe que no miento. Quien no estaba, nunca podrá tener una idea de lo que pasó". (Cleopatra era, por cierto, la soprano navarra María Bayo, y lo seguirá siendo en el Palais Garnier de París a partir del martes).

Haendel es un músico en el que prima la belleza instantánea, un tipo de belleza muy vinculada a la cultura sevillana. No estaría de más escucharle después de la madrugá. Hay una línea de canto Haendel-Rossini que puede servir de introducción a ese esperado Barbero de Sevilla que el teatro de La Maestranza tiene preparado para abril diseñado por la pintora Carmen Laffon. Carmen Laffon, precisamente: una seguidora de a pie de La quinta angustia y sus entrañables músicas de capilla para trío de viento.

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