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Matutes y el 98

No hay buena química entre el ministro de Asuntos Exteriores del Gobierno de Aznar y el Gobierno cubano, acentuada en este caso la desavenencia porque Matutes parece obedecer -más incluso que Aznar- a fijaciones que marcaron preelectoralmente la línea del compromiso del PP con la cruzada anticastrista. Nada que objetar al derecho a ser anticastrista de cualquier anticastrista, pero a un ministro de Asuntos Exteriores se le puede pedir que no juegue a serlo tratando de clavar los tacos, siempre que puede, en el muslo del enemigo.Futbolista, del Español; en su tierna juventud, Matutes demuestra no haber perdido la cultura del cabreo entre el delantero y su marcador, o viceversa, porque así como Matutes parece un perseguidor obseso del régimen cubano, el Gobierno de La Habana sólo le dedicaría al ministro pepero una sesión de vudú. Se dice que hay viejos pleitos entre el financiero ibicenco y el Gobierno cubano, pero desde su condición actual de ministro de Asuntos Exteriores a Matutes no se le debieran notar los asuntos interiores o viscerales.Su vehemente declaración noventayochista de guerra turística a Cuba no sólo puede pasar a la historia universal del despropósito, sino también a la no menos universal del patinazo. Incluso el ciudadano español con problemas en La Habana, ante las desinformaciones exhibidas por el señor ministro, vino a decir que Dios le guardara de su ministro de Asuntos Exteriores, porque él ya se preocupaba de las autoridades cubanas. Menos mal que Inocencio Arias le puso organillo al concierto de bombo y demostró que para meterse en asuntos exteriores hay que haber pasado por experiencias muy complejas y haberlas asimilado a un nivel superior al de la Internacional Pija, que tantos elementos ha prestado al actual Gobierno. Arias ha sido vendedor de sandías. Ha sobrevivido a Mendoza. Él sí que sabe.

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