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FÚTBOL 30ª JORNADA DE LIGA

La suerte le llega tarde al Atlético

Los rojiblancos remontan en dos minutos un triunfo que mereció el Rayo

Así es el fútbol y la vida. Cuando menos necesitaba que el cielo le echara un cable, cuando ni el más forofo de los rojiblancos suplicaba árnica divina, van todos los ángeles, vírgenes y santos del mundo, descienden a la tierra y se alían con el Atlético. Acarician su camiseta y le dejan levantar en dos minutos un partido que no merecía ganar. Lejos de encontrar el consuelo, el favor añade más confusión al actual estado de frustración rojiblanca. Y el Rayo, que no tenía nada que ver con las deudas que tuviera esta gente con el colchonerismo, pagó el pato: perdió los puntos, un encuentro que acariciaba y muchas de sus opciones de seguir en Primera.El entusiasmo cuenta. Y al Atlético no le queda ni un gramo. Zarandeado de costa a costa por la desgracia, privado de opción a título alguno en tan sólo 15 días, los acontecimientos han terminado por dejarle seco de ilusión. Y de ganas de vivir la temporada. Primero el Betis (Liga), luego el Barça (Copa) y finalmente el Ajax (Liga de Campeones). El Atlético tiene poco o nada por lo que pelear. Y esas cosas se transmiten a las botas, se clavan en los huesos y se incrustan en la cabeza.

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Fue un Atlético vacío el que pisó ayer Vallecas, con un olor a trámite en su juego que echaba para atrás. Dominó la situación en el primer cuarto de hora, más que nada por el repliegue posicional con el que el Rayo recibió el partido, por pura inercia, pero su gobierno no le convenció ni a él mismo. Antic, tal vez consciente de las heridas anímicas del equipo, colgó los galones en el hombro de Simeone, uno de esos tipos a los que nunca se le derrumba el alma. Mientras exista una pelota cerca jamás tuerce la cara. Y ni tragedias como las del día del Ajax pueden con él.

Antic lo sabía y le colocó el Atlético a su espalda. Tiró a Pantic a la derecha, escoró a Caminero a la izquierda y entregó la media punta a Simeone para que desde allí, con su fe mueve montañas, reanimara al Atlético y lo empujara hasta el portal de Contreras. Pero la depresión del Atlético no tiene soluciones tan inmediatas. Y su fútbol no tuvo más vibraciones que las de Simeone, incluso cuando tras la lesión de Ton¡ el argentino retornó a su puesto clásico por la izquierda.Todas las esperanzas de gol del Atlético en la primera parte murieron con un zurdazo de Toni que se topó con el larguero. Fue un poco después cuando el Rayo se decidió a entrar a escena y a incorporar a su trabajo más aspectos que los pelotazos arriba de los que se hartó en el inicio. Empezó a presionar con decisión, a encomendarse a Ezequiel y Andrijasevic para bajar la pelota, a irrumpir a toda velocidad por los costados y a buscar a Molina. A comerse al Atlético, en suma. A hurgar en su tristeza.

Sin renunciar a las precauciones defensivas, el Rayo se fue creciendo paso a paso a la misma velocidad que el Atlético bajaba la mirada. Su trabajo fue más físico que cerebral, pero la escena no exigía otra cosa. Fijando bien desde atrás, echando el resto en los balones divididos, a los que el Atlético acudía de antemano con cara de perdedor, metiendo la quinta velocidad por las bandas... Y atreviéndose a todo. Por allí aparecía Cota para intentar una bicicleta, José María para firmar la galopada de su vida, Andrijasevic para exhibir pases rasos y profundos o Ezequiel para conservar la pelota entre cuatro contrarios. Ya podía llamarse Atlético el adversario, que el balón no le quemaba a ningún rayista. Todo lo contrario sucedía en el grupo de Antic, donde cada cual, menos Simeone, huía de las complicaciones y le mandaba el muerto, o sea, la pelota, al vecino más próximo.

Molina retrasó lo que pudo el gol del Rayo. Hasta que una cómoda carrera de Andrijasevic terminó en un toque suave para Klimowicz, que empujó a la red. El Atlético amagó con tirar la toalla para siempre. Pero una pizca de conformismo rayista y los inagotables gritos y aspavientos de Simeone, desesperado por levantar a sus compañeros, permitió que el Atlético se fuera arriba. Sin demasiada convicción, pero geográficamente bien situado. Cuando un equipo juega cerca del área rival, aun en sus peores tardes, puede encontrar el gol. Y viceversa.

No había ideas, ni inspiración, ni siquiera demasiada decisión. Pero sí automatismo a balón parado. Y así, cuando ni el más optimista de los rojiblancos daba un duro por los puntos, en un córner llegó el empate. Y un par de minutos después, Kiko se dejó llevar y construyó un penalti: 1-2. En 120 segundos, el resultado dado la vuelta. Simeone y su endemoniada fe se salieron con la suya. La victoria tenía trazos heroicos, pero sólo eso: trazos. Porque en el fondo, añadía un poco más de confusión al drama sentimental de los rojiblancos: cuando no se pide ayuda divina, cuando no se suplica una alianza diabólica con la fortuna, cuando el triunfo no vale de nada, va Dios, o la suerte, y lanza un guiño al Atlético. A buenas horas.

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