Indignado y perplejo

Estoy absolutamente indignado. Más que indignado, desconcertado y perplejo. Como ciudadano de a pie, que cree que vive en un Estado de derecho, en una democracia que creo tiene más que superado su rodaje, y con una Constitución que hasta "se viste de largo", también creía que un voto, emitido en unas elecciones libres y democráticas, tenía una validez.Servía para que unas personas que presentan un programa político con el que uno se siente identificado, le representen a él, a sus ideas y a sus intereses, en el marco legalmente instituido para ello, es decir, el Congreso de los Diputados. No se olvide nunca que por eso están allá: porque han sido votados por el pueblo.

Pues bien, yo quisiera que algún jurista de los muchos y buenos que sé que existen en España alumbrara mi ignorancia y me aclarara en qué estoy equivocado, porque ahora resulta que no, que un partido, que en el ejercicio de su labor de oposición critica unas medidas adoptadas por el Gobierno, con las que no está de acuerdo, exige una respuesta clara a sus preguntas, la respuesta es: ustedes no tienen legitimidad para hacer preguntas. ¿Me quieren decir entonces para qué sirve un voto? ¿Y el de nueve millones de personas? ¿Eso no es suficiente legitimidad moral y legal?

Creo que ese señor -que en ese momento me está representando a mí- sí está legitimado para hacerle preguntas al Gobierno, porque precisamente para eso le he confiado mi voto y si lo hace mal, si no defiende mis intereses -o incluso si me da la gana-, tengo, a la vuelta de cierto tiempo, la decisión de cambiarlo en mi mano. Precisamente ahí está la grandeza de la democracia. Quizá deberíamos empezar otra vez desde el principio, porque si todos aceptamos como algo normal ese talante en nuestros actuales dirigentes, nuestra democracia va a terminar cambiando el vestido largo por una minifalda. Un lamentable paso atrás.-