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'Polípolis'

Protestan, mediante indignada pero respetuosa misiva en estas páginas, los vecinos de un inmueble de Alcorcón de los muchos inconvenientes que conlleva compartir edificio con la sede local del Partido Popular, que, al parecer, funciona sin la correspondiente licencia de apertura y con un considerable y ejemplar trajín de activos militantes que no respetan horarios ni festivos en su infatigable y noble afán de servir a los intereses de su formación, afán que en ocasiones se expresa, según el portavoz vecinal, "en escándalos y otras molestias provenientes de los propios afiliados", perturbaciones que vienen a sumarse a otros agravios "como insultos y pintadas amenazantes contra miembros del partido por parte de grupos radicales".Según se desprende de las citadas líneas, compartir inmueble con unos inquilinos tan populares acarrea tantas molestias como vivir en el piso de arriba de un bar de copas y decibelios o pared por medio con un prostíbulo especializado en terapias sadomasoquistas, donde por muchas mordazas de cuero que se usen siempre trasciende algún gemido que otro. Para solucionar tales entuertos habría que aplicar a las sedes de los partidos las mismas normas que obligan a las industrias contaminantes nocivas o peligrosas a instalarse en polígonos alejados de los centros de población. Una normativa que ediles madrileños de diversas ideologías han hecho ya extensiva a discotecas y discopubs juveniles impulsando la creación de auténticos alcoholódromos como Costa Polvoranca, donde los adolescentes pueden desfogarse a su aire sin dar mal ejemplo a sus mayores ni alterar su merecido reposo nocturno y sabatino con sus estruendosas y generalmente injustificadas expresiones de júbilo.

Alcalde tuvo Madrid en una época reciente que llegó a proponer la creación de un polígono erótico, de un barrio chino homologado, consensuado y debidamente señalizado donde se concentraran las actividades prostibularias, algo así como una ciudad para mayores de 18 años vigilada por complacientes guardianes de la ley condenados a hacer la vista gorda y sometida, es de suponer, a la inflexible supervisión de los funcionarios del Ministerio de Hacienda. El invento no prospero, pese a lo que tenía de civilizado y europeo, o precisamente por ello, Madrid no es Amsterdam, ni Hamburgo, y la idea del putódromo, como empezaron a llamarlo los periódicos, no tardó en extinguirse tras haber sido pasto durante unas semanas de voraces columnistas y gacetilleros insaciables.Al putódromo le pasó lo mismo que al manifestódromo, otra extravagante iniciativa municipal que proponía, con una ingenuidad rayana en el deterioro mental, habilitar una gran explanada a las afueras de la ciudad para uso y disfrute de cívicos manifestantes que antepusieran sus deseos de no entorpecer el tráfico ni la vida cotidiana de la urbe a sus inaplazables reivindicaciones. Pero tales manifestantes no existen; salir de excursión a las afueras con pancartas que sólo van a leer los colegas y entonar cánticos y consignas que sólo escucharán los de la misma cuerda, más que una manifestación sería un acto estéril y frustrante de onanismo colectivo. Los manifestantes siempre quieren manifestarse ante las narices de los causantes de las injusticias que denuncian, o por lo menos frente a sus despachos para calentarles las orejas de viva voz.

La creación de un polídromo o un politódromo, de una polípolis, ciudad de los políticos, como existe la de Los Muchachos o la de Los Periodistas, no es tan descabellada como las anteriores y no deja de tener su lado práctico. Si las sedes de los partidos políticos y los propios políticos aceptaran vivir en comunidad, aprenderían quizás a superar muchas de sus diferencias que se suavizarían en el trato cotidiano. Sus hijos compartirían los mismos colegios, eternos rivales se verían obligados a pedirse amablemente la vez en la cola del pan y a confraternizar en peluquerías, cafeterías o videoclubes. Aprenderían a tolerarse y a respetarse mutuamente y, por tanto, a hacer más tolerante y respetuosa la vida pública del país. La fundación de Polípolis zanjaría también la polémica del manifestódromo, pues los manifestantes ya sabrían adónde dirigirse con sus clamores y reivindicaciones con la seguridad de ser escuchados.

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