Solo ante el centro
LAS ELECCIONES británicas están prácticamente confirmadas para el 1 de mayo próximo y todas las encuestas dan cerca de 20 puntos de ventaja a los laboristas, que dirige Tony Blair, sobre el Partido Conservador de John Major, tendencia que se confirma con la abrumadora victoria de la izquierda en la elección parcial de Wirral South, el pasado 27 de febrero. Después de cuatro derrotas electorales consecutivas que le han mantenido 18 años alejado del poder, y cuando la situación económica debería favorecer al partido en el Gobierno, el laborismo parece haber rehecho su fortuna electoral.No se puede perder siempre, la alternancia es decisiva, y los tories, muy a su pesar, están pidiendo relevo por un agotamiento que se plasma en inútiles trifulcas sobre Europa y en la grisura general de su prestación. Pero hay otras razones para el resurgir laborista. Este partido perdió las elecciones de 1992, en gran parte, porque a última hora despertó serios temores entre unas clases medias que habían votado por la renovación tory y no querían experimentos neosocialistas.
Un nuevo líder, Tony Blair, sucedía en 1994, por defunción, a John Smith, también centrista, pero de la línea popular. Blair, de 44 años, se presenta como un directo representante de esas clases medias, a gusto con las privatizaciones, temeroso de Dios, moderado en todo, cauto pero alentador sobre la integración europea. Por algo ha sido calificado por algunos de sus detractores de Tory Blair. Afirma sin ambages que viene a completar la revolución de Thatcher, aunque con contenido social', por supuesto. Promete no subir los impuestos y habla, a guisa de programa electoral, de un "maridaje entre iniciativa pública y privada" para la renovación del aparato productivo y de grandes inversiones en educación. Como la de Clinton, es ésta una lucha por el centro. Pero si en el programa económico de Blair domina la moderación, no cabe decir lo mismo respecto al gran cambio institucional que pretende impulsar el nuevo laborismo, desde la reforma en profundidad de la Cámara de los Lores para acabar con los privilegios de los que se sientan en ella por derecho hereditario hasta la creación de Cámaras para Escocia y Gales, pasando por la introducción de un sistema electoral proporcional, pactado con los liberales demócratas, que puede ser más justo, pero que de aplicarse supondrá el triste fin de una de las esencias del sistema político británico.
John Major, por su parte, no sabe sacar partido de lo que es un excelente cuadro macroeconómico, aunque con grandes fracturas sociales" y se ha liado hasta la extenuación en el problema, europeo. No le ha salido bien su propósito de evitar que en la campaña se hable de la UE, a fin de mantener abiertas todas las opciones sobre la moneda única sin ningún compromiso electoral firme. Pero más de 150 parlamentarios conservadores han declarado que desoirán las consignas de callar o seguir esa procelosa línea sin línea, para hacer sentir sus opiniones, masivamente antiintegracionistas.
En este contexto, los tories, de repente, han realizado un quiebro. Con una propuesta de privatización de gran alcance, nada menos que del sistema de pensiones públicas, y otra llena de simbolismo como el metro de Londres, Major y su partido han dado un giro radical a su precampaña. Quizá esperan recuperar así unas raíces thatcherianas que les dieron crédito político en el pasado o simplemente plantear temas de debate que tapen su división sobre Europa y las polémicas sobre la financiación del partido. Pero el caso es que, como también ocurriera con el republicano. Dole en las últimas elecciones presidenciales en EE UU, Major le entrega así el centro a Blair. Habrá que esperar para ver si éste sabe hacer buen uso de él. Pues una vez en el poder, si esta vez las encuestas no yerran, podrían comenzar las tensiones desde la izquierda del partido laborista, que ahora calla, pero quizá no para siempre. ¿O acaso el laborismo enterrará su pasado con, Blair?
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