Tetuán invicto
La plaza de la Remonta es un cuadrado de amplias proporciones con soportales de cemento y edificios de ladrillo visto y altura moderada. La plaza de la Remonta nació posmodema sobre los cuarteles y caballerizas militares. Los veteranos de Tetuán aún recuerdan el olor de la bosta y el rítmico golpear de los cascos de los caballos de la Policía Nacional y Armada cuando salían a sembrar de palos los alrededores de La Moncloa, a galopar por los campus universitarios persiguiendo estudiantes rebeldes. El barrio de Tetuán de las Victorias debe su hiperbólica denominación original a una sola batalla, a una de aquellas victorias pírricas de las guerras de África. El barrio de Tetuán nació para alojar, arrojar, donde la ciudad terminaba, a los ejércitos ni victoriosos, ni heroicos, a los supervivientes de las lejanas matanzas y tras ellos a sucesivas oleadas de inmigrantes que se iban adosando ala urbe, dando pujanza a una ciudad satélite, popular y palpitante que domaba campos baldíos y construía sus poblados más allá de la gran encrucijada de los Cuatro Caminos.Barrio de huertas y cuarteles, de pequeños artesanos, hortelanos y porquerizos, de chamarileros Y traperos, en el que raramente pusieron sus pies los cronistas corte sanos para no mancharse de barro los zapatos. Pedro de Répide, cronista zascandil y noctívago, no incluye ninguna de sus vías en sus itinerarios callejeros, pero en su glosa de la de Bravo Murillo clama por el estado de su urbaniza ción e higienización, "harto descuidadas hoy en día", y aconseja a las autoridades municipales: "Deben hacerse desaparecer de allí los pozos negros y los continuos de pósitos de basuras; dotarle de una red de alcantarillado y bocas de riego; construir un mercado de gran amplitud, y no consentir que la incuria y el abandono neutralicen las grandes ventajas naturales de aquella parte tan hermosa y saludable de Madrid".
Los puntos negros, los testimonios de la incuria y el abandono se localizan hoy en el próximo barrio de La Ventilla, cuyos vecinos siguen clamando al. cielo desde el desierto de las iniciativas municipales, de sus falsas promesas y de sus aplazamientos innumerables.
En sus alrededores se abren nuevas vías, y nuevos edificios sin alma desplazan a las populares y modestas casas de ladrillo con trazas de madrileñísimo y artesanal neomudéjar. Sin protección alguna han ido desapareciendo muchas de ellas en la cercana Huerta del Obispo, donde las calles tienen nombres botánicos y aromáticos que incluyen entre sus variedades herbáceas la marihuana. Las ampliaciones y remodelaciones viarias, destinadas a proporcionar fluidez al tráfico y cabida, al aparcamiento, ponen en peligro la subsistencia del rastro castizo de Marqués de Viana con sus veteranas almonedas y sus puestos callejeros, menos comercializados que los de Curtidores, desde los más abigarrados y surtidos. a los más ínfimos y despojados que exhiben sobre una manta en el suelo tres o cuatro objetos heteróclitos.
La plaza de la Remonta es una plaza moderna, nacida en la década de los ochenta con vocación de plaza mayor de un barrio crecido entre los Cuatro Caminos y la plaza de Castilla. Las encantadas torres de KIO, que aguardan el fin de su maléfico encantamiento, contrastan con la moderada altura de los edificios de la Remonta, un muestrario de cívicas instituciones que incluye una comisaría casi pegada a un instituto de enseñanza media, un centro cultural del municipio y un centro comercial, Mercadona. Desde el centro de la plaza se divisa, mirando al Este, una amplia panorámica del cielo de Madrid milagrosamente preservada de los numerosos obstáculos en forma de bloques y torres que van cercando sus alrededores. En los soportales de la Remonta se multiplica en varias sucursales un mesón gallego que copa la oferta etílico-gastronómica del entorno con las especialidades de su terruño. En el pasaje que secciona el barrio en dos mitades, un cafetería multiúsos enlaza desayunos tempraneros con cenas tardías, concurrida por una fiel y variopinta parroquia que va cambiando de oficio, edad, sexo, menú y temas de conversación a lo largo de la jornada. La cafetería La Remonta está situada frente a una de las bocas del hipermercado que concentra la actividad comercial. Poco a poco van echando el cierre en los alrededores los obsoletos y entrañables establecimientos que describiera con minuciosidad de notario y ojo de artista el pintor y escritor cántabro-madrileño Gutiérrez Solana en dos escenas de su Madrid callejero, tituladas Un baile de criadas en Tetuán y El carnaval de Tetuán. En la segunda, Solana compone un excelente bodegón literario con los ingredientes del escaparate de un ultramarinos: "Nos detenemos ante el escaparate de una tienda de ultramarinos; hay colgadas del techo muchas bacaladas secas, paquetes de velas, albarcas, rollos de cintas, cartones llenos de botones, paquetes negros de agujas, cepos con fuerte resorte para cazar ratones, y, en un marco, un trabajo artístico hecho con dos trozos de bacalao que representa dos mujeres desnudas bailando con un cura. También vemos juguetes para niño, cajas bastas de soldados de plomo, muñecas de cartón, peponas de cabeza gorda con los labios muy coIorados y el pelo pintado de amarillo o de negro betún".
Gutiérrez Solana se manchó muchas veces los zapatos y los bajos de los pantalones por los desmontes y los poblados de Tetuán, y se impregnó del barro de sus calles para crear sus tremendas y tremendistas descripciones suburbanas, mucho antes de que los desvelos municipales y los impulsos inmobiliarios, o viceversa, vinieran a remodelar el barrio y a liberar los viejos cuarteles para crear la nueva plaza de la Remonta. Nueva, pero ya deteriorada con su pavimento de delgadas baldosas levantado en cien lugares. La plaza de la Remonta necesita un suelo más resistente para sobrevivir al paso consuetudinario de los alumnos del instituto, los pupilos de la comisaría, los jubilados que procesionan al centro cultural del Ayuntamiento todas las tardes y las amas de casa cargadas con las pesadas bolsas del hipermercado que por allí desfilan todas las mañanas. Al caer la noche, risas adolescentes y efluvios de cannabis en el recuadro ajardinado, y, más alejado de la comisaría y en la explanada central, un reñido partido de fútbol cuyos contendientes utilizan para marcar las porterías alguna que otra papelera desgajada de su soporte.
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