La puñetera calle
Entre los motivos de satisfacción experimentados por los vecinos de esta ciudad hay que alinear el amor irracional al lugar donde nacimos o vivimos y pastamos, ese inexplicable patriotismo local donde el corazón manda y el ojo está dormido. Lo mejor de Madrid tampoco se ve: es el aire del Guadarrama que aventa las nubes y baña de puro azul nuestras pupilas, salvo cuando es viento biruji, sutil y traicionero. Se la moteja como capital de la mugre y ése parece su aspecto superficial y, a veces, también el más profundo. Nos dividimos sus habitantes en tres categorías: los peatones y eventuales usuarios del transporte colectivo, los automovilistas y los inválidos, procedentes de cualquiera de los grupos anteriores.El viandante camina cabizbajo, avizorando los desconchones del pavimento, el bache en las aceras, que parecen sembradas de minas antipersonales, de pronóstico menos grave. El madrileño alcanza un notable grado de flexibilidad y versatilidad en sus tobillos, que le ayuda a evitar el esguince, la torcedura, cuando no el batacazo. En trayectos largos utiliza el Metro, servicio más que aceptable, incómodo en la hora punta y peligroso en las otras, por su semejanza con los vericuetos de la serranía cordobesa en el tiempo de los bandoleros. Quienes mejor conocen los riesgos del mundo subterráneo son los guardas del servicio de seguridad, que evitan prudentemente los pasajes solitarios, actitud poco compartida por la temeridad e ignorancia de quienes se hacen atracar, como si fueran tontos.
En la superficie, los autobuses manifiestan un irreprimible instinto gregario: circulan en pequeños grupos, dejando anchos periodos de ausencia. También puede ser esto reflejo de la realidad y consecuencia del desorden que impera en muchas vías importantes y de insuficiente anchura, empequeñecidas por una perenne orla de coches particulares y camionetas de reparto -a menudo en doble fila- donde está expresa y reiteradamente prohibido aparcar y circular vehículos que no sean de servicio público. Tramos antológicos son los del comienzo de la calle de Fuencarral, su continuación por la de Montera y todas las radiales de la Puerta del Sol. Mantengan el secreto, miren para otro lado, como con tanta discreción hacen los guardias, cuando se les ocurre transitar por esos andurriales: está proscrita la detención e incluso circulación, durante la mitad del día, por medio de discos y letreros de comprensión universal, olímpicamente ignorados por la grey motorizada. Sugiero a las agencias turísticas una tournée para mostrar a los visitantes la castiza desenvoltura y naturalidad con que se vulneran normas elementales.
Por la típica Puerta del Sol, albergue del Gobierno de la Comunidad de Madrid y la próxima alcaldía presidencia, también está vedado el paso a vehículos privados, con el fatuo propósito de aligerar el tránsito por el congestionado centro. La recién asumida mentalidad democrática impele al automovilista a ejercer su personal autodeterminación, bajo el precepto de que la calle es de todos, dando el ejemplo práctico de apoderase de ella. Hay quien experimenta el paradójico asombro de que se respeten las peatonales lo que, tras medida reflexión, atribuyo a la solidez de los pilares de cemento que lo impiden. No veo otra causa.
Con este panorama de dimisión de la autoridad edilicia, el soñoliento Consistorio anuncia una severa razzia contra los morosos que, con cartesiana coherencia, arrugan y lanzan al suelo -incluso en las papeleras- las multas por infracción viaria. Compatible con su natural pereza incompetente, el municipio recurre a datos personales que la Seguridad Social posee acerca de los habitantes de la villa, fracasada la subrogación del cobro por una entidad privada. Ha recibido, en principio, una negativa al papel de soplona, aunque una primera instancia no amilana al sonriente alcalde. La ciudad, la casa, en que vivimos, está sin barrer y los corregidores deberán usar la escoba de forma ortodoxa, o sea, agarrándola por el palo, para adecentarla, no empuñándola como un garrote o una vara de azotar Respiro por la herida: soy peatón profesional, usuario de la puñetera calle desde hace años, y no me concierne la pasión recaudatoria.
Los inválidos son las clases pasivas de aquellos grupos.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.