Las mejoras atascan la avenida de Logroño
La capital engulló el pasado octubre un tramo de 2,9 kilómetros de la carretera M-110 -que transcurre entre la N-II y Paracuellos-, pero aún no ha podido digerirla. A consecuencia de ello, los vehículos que antes transitaban por una carretera estrecha pero despejada de las afueras de la ciudad se ven atrapados ahora en una avenida urbana con maraña de nuevos semáforos, rotondas y obras sin fin.De hecho, el corto recorrido de la avenida, llamada de Logroño, incluye desde una calzada de más de 15 metros -acabada en octubre, con dos carriles por sentido- hasta una calle parcheada convertida en barrizal cada vez que llueve. "Mire los arcenes", comentó la pasada semana un policía local, "los camiones se hunden en el barro y revientan el asfalto. Este tramo no sabemos si es un calle, una carretera o un camino de cabras".
Eso sí, como su trazado coincide con el de la vieja carretera, la vía está muy vigilada: Policía Municipal y Guardia Civil se fijan a ambos lados. "Cuando nos encontramos con los guardias civiles nos saludamos. No está claro quién debe vigilar la avenida, porque nadie sabe si esto sigue siendo carretera o es ya una calle", dicen los policías. Junto a sus arcenes sólo se levantan los parques del Capricho y de Juan Carlos I y las postrimerías de los barrios de la Alameda de Osuna y Barajas. Cuatro semáforos regulaban entonces su escaso tráfico. Los intentos del Ayuntamiento y la Comunidad de Madrid de ensancharla han empeorado las cosas.
En una primera fase (desde la N-II a la A-10), la Comunidad invirtió 692 millones. La M- 110 fue ampliada a dos carriles en cada sentido y se plantaron 23 semáforos. El tráfico, hasta entonces fluido, está obligado ahora a parar cada 100 metros.
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