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Tribuna
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El sabio arte de Pedir perdón

Creo que fue Jovellanos quien, enzarzado en las agrias disputas entre los reformistas, revolucionarios y reaccionarios de su tiempo finisecular, recordó que el hecho de que el adversario pareciera desmesurado no daba derecho, por sí mismo, a mostrarse frenético en la defensa de sus propias posturas. Tenía toda la razón aunque ni siquiera se le prestara, mucha atención por entonces.La cita viene a cuento de] debate en el Congreso de los Diputados acerca del nombramiento del director de Radio televisión Española. Los reproches de la oposición socialista fueron respondidos desde el Gobierno con referencias al pasado poco digno de respeto de los socialistas en aquellas mismas materias que reprochaban al PP. El "más eres tú" siempre es un argumento contundente y provocador aunque su eficacia se limita a quien no exige sobrepasar el nivel argumentativo de la gresca en un patio de colegio. Pero parece evidente que puede haberlos mejores. No sólo denota poca imaginación, sino que además instala el debate en un cruce de reproches que puede estar justificado, pero sirve para poco de cara a los intereses generales y deposita el debate en un ambiente de politiquería raquítica y estéril.

¿Por qué no pensar en la posibilidad de otro? Si así se hiciera quizá se descubriría que existe otra forma de comportarse que no sólo es la que corresponde al trato normal de las personas, sino que incluso puede resultar más rentable en la vida política. Alfonso Guerra podía, en su momento, haber prometido una investigación acerca de su hermano y haber pedido disculpas por que una decisión inadvertida suya hubiera tenido las consecuencias sabidas en la Delegación del Gobierno de Sevilla. López-Amor habría quedado mucho mejor aceptando que fue un error consultar la declaración fiscal de su compañero de partido y que di aquellos 59 segundos sobraron 60.

Con ambas actitudes, en primer lugar, habríamos salido ganando todos los ciudadanos españoles. Lo pésimo de "mantenella y no en mendalla", de no reconocer los errores propios y pensar que se justifican porque los de] adversario fueron mayores, es que fuerza la argumentación hasta tal extremo que parece dar por supuesto que el ciudadano no sólo se halla por debajo del coeficiente de inteligencia normal, sino que propende a ser mansurrón y lanar. Cuando López-Amor, pongamos por caso, atribuye sus males a la persecución o argumenta que la promesa de Aznar fue cumplida al nombrar a Ridruejo sólo cabe la duda de atribuirlo a que es idiota, se hace el idiota o nos toma por idiotas a los demás. Lo peor del caso es que, como suelen explicar los malos catedráticos, en este caso la doctrina correcta consiste en la síntesis de todas las demás. Por si fuera poco, este género de respuestas crea ante todo adicción. Ya se puede asegurar que, habiendo empezado con este pie, a López-Amor se le van a reprochar cosas de las que no será culpable.

Hace unos días el dirigente del partido conservador danés salió a cenar, tomó unas copas, tuvo un accidente de coche y, como resultado, ha dimitido de su puesto. La reflexión a que induce esta anécdota no sólo es que un político español montaría toda una teoría conspirativa para justificarse, sino que el danés tiene posibilidades de volver. Sucede que quien pide perdón -como haría cualquier individuo en el trato personal o en el seno de una empresa- sale ganan do. El reconocimiento por parte de Felipe González de que el intrincado laberinto de la OTAN fue un error o el de Aznar de que la ley de secretos oficiales era lo más parecido a una castaña no sólo producen satisfacción porque se nos trata como adultos en pleno uso de nuestras capacidades mentales, sino que compensan a medio plazo a quienes las practican.

Porque ¿quién no rectifica nunca pase lo que pase? Quien ha ignorado por completo, en su pasado, aquello en que la democracia consiste. Jaime Campmany se, especializó en su día en atacar desde Arriba a quien no podía defenderse y, desde los sindicatos oficiales, en contemplar cómo iban a la cárcel aquéllos a los que debiera proteger. Ahora pretende ejercer no se sabe bien qué "acciones populares" en pro de intereses colectivos. No pedirá nunca perdón, aunque tiene motivos sobrados. Razón de más para pensar que ésa es sabia doctrina.

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