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El Barça es presa de la impotencia

Errores arbitrales y propios condenaron al equipo azulgrana en Anoeta

El Barça sucumbió a la apuesta sicológica de la Liga. La oferta e resurrección que le había ofrecido el Real Madrid murió por faIta de argumentos. Nació en un error arbitral y concluyó en un gol patético. La Real Sociedad fraguó su victoria en el trabajo defensivo y las circunstancias ambientales.El partido se condujo de forma errática, un poco a imagen y semejanza del Barcelona, que asa dé muerto a resucitado y viceversa de semana en semana, con el banquillo oliendo a chamusquina. La posibilidad de resucitar se agotó en tres ocasiones consecutivas que Giovanni y Luis Enrique desperdiciaron al inicio del encuentro. Ambos anunciaron su mala noche. El brasileño fracasó en dos acciones impropias de su nacionalidad futbolística y el asturiano inició u particular colección de fracasos en la última acción.

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La Real Sociedad, sorprendida por el arranque barcelonista, pelaba a su repertorio en tiempos de penuria: las jugadas a balón parado que obligaron a Vítor Baía a enseñar su fracaso en cada salida y su deficiente juego con el pie. El guardameta azulgrana acabó por descomponer a una defensa poblada de jugadores corpulentos pero con cintura de hierro, en la que el francés Blanc ejercía a la vez de general y de bombero.

Entonces llegó Guardiola y mandó parar. Tomó el balón y lo abrió a los costados mientras Ronaldo observaba desde la lejanía las evoluciones de sus compañeros, incapaces de favorecer su velocidad y empeñados en obligarle a jugar de espaldas.

Las alternativas se sucedían en el medio campo, con un dominio tan clarividente como inofensivo en el Barcelona y tan atropellado como vertical en la Real Sociedad, conviniendo un partido sin dueño.

El fútbol de los azulgrana apenas traspasaba la cocina y el de la Real Sociedad se movía con dificultad por los pasillos. Ronaldo no estaba más lejos de sus compañeros en Anoeta que en Río de Janeiro.

Malgastadas las balas de los primeros cinco minutos, el colegiado madrileño tiró de cartuchera y convirtió en penalti una caída de Kovacevic ante Abelardo. A la vista de las circunstancias, era la única forma de romper el partido. En un instante los fantasmas habituales rodearon al Barcelona y le obligaron a una acometid « a visceral. La psicología volvía a examinar la actitud azulgrana: un test entre la gloria y el infierno.

El acoso se sirvió desde el primer minuto de la segunda mitad. Guardiola recuperó el tono y dispuso la ofensiva. Ronaldo entró en calor y la Real Sociedad se dispuso a la resistencia. Irureta movió pieza y preparó un tapón para Guardiola con Idiakez reforzando a la vez su entramado defensivo. con el argentino Gómez. Robson apeló a la carta de Figo. El portugués estiró al Barcelona, le dio profundidad y resucitó a Ronaldo, que empezó a moverse con soltura por ambos costados.

Sin embargo, el acoso fue tan visceral como ineficaz. Un cabezazo forzado de Giovanni al poste fue todo su rédito. Contagiado de los errores de sus compañeros, Ronaldo se permitió un de talle humano: envió a las nubes el balón en un mano a mano con Alberto. Todo un signo de la humildad barcelonista, un equipo trabajando a, destajo pero incapaz técnicamente de sacar provecho. a su dominio. A pesar de la descomposición defensiva de la Real Sociedad en los minutos finales, el Barcelona creció en actitud en la misma medida que decrecía su capacidad de remate.

Era un Barça agónico, presionado a la vez por el rival y por el fracaso psicológico de no consumar una resurrección propiciada por el Real Madrid. La apelación final a Iván de la Peña y Oscar resultó puramente estética en un partido convertido en un frontón.

Ni siquiera le quedará al conjunto azulgrana el argumento de la injusticia manifiesta del colegiado en la acción del penalti. El segundo gol resultó patético. Un córner, inofensivo de De Pedro en el último minuto lo dejó pasar Guardiola ante la sorpresa general de los futbolistas -primero de Sergi y después de Baía- y del público. Era el gol del desconcierto, de la impotencia; en definitiva, de un nuevo fracaso psicológico.

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