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Tribuna
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Crispación

Crispación. No se habla de otra cosa. Socialistas y peperos se acusan crispadamente de crispar la vida política, el PNV reclama crispadamente gestos políticos frente a ETA y recibe crispadas acusaciones de ambigüedad, mientras por las calles de Euskadi la dialéctica de los puños parece anunciar la de las pistolas y, fríamente, sin crispación aparente, ETA mata y Herri Batasuna invierte en victimismo patriótico, mientras Felipe González se queja crispadamente de que el PP no le pida consejo sobre asuntos del Estado estadista ni del mundo mundial.¿Están crispados? ¿De verdad? ¿No se trata de una cortesía retórica intercruzada a través del estrecho pasillo del pensamiento único y su discurso único? Por ejemplo, Pérez Rubalcaba parece crispado y contagia su crispación al precongelado Arias Salgado, aunque a mí el señor Pérez Rubalcaba me produce la impresión de que tiene la crispación tan controlada como el colesterol y que, al igual que Ciscar, es un maestro en el arte de fingir crispado patriotismo partidario. Todo esto de la crispación es un cuento, es un hecho diferencial de la democracia española que se cultiva porque le pone color y música de pasodoble a lo políticamente correcto. La crispación no deja de ser otra cosa que el camuflaje agresivo de lo políticamente correcto y aquí nadie se parte la máscara, y mucho menos la cara, ni el lenguaje, ni siquiera se coge por las solapas o por el moño o por los testículos o por las tetas. Aquí no hay otra cosa que lo inevitable y ceño, mucho ceño, porque lo exige el guión.

El personal vive al margen de tanta crispación, buen catador de las excelentes crispaciones reales del inmediato pasado. De hecho, se está guisando la crispación actual con las sobras de las anteriores y la cocina política española apesta a croqueta de residuos requemadas por refritos aceites harinosos.

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