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Entre col y col

El canciller Kohl se equivoca otra vez. Ya insistió en reforzar la unidad de las dos Alemanias con la fusión de sus dos monedas. Ahora quiere construir la unidad de Europa dotándola de un euro. En ambos planos arrecian las borrascas.Desde que se derrumbó el Muro de Berlín fui partidario de la restauración de la unidad alemana. Las naciones experimentan a veces mutaciones culturales que les hacen tomar un camino histórico distinto. Derrotado Napoleón, Francia olvidó sus ideales imperialistas y fue transformándose en la democracia pacífica que hoy es. Desarraigado el nazismo, Alemania dio la espalda a 75 años de crecientes delirios nacionalistas para volver a sus tradiciones de cultura y trabajo. La gran República Federal no debería producimos miedo.

Si algo disuena en la Alemania unida es la frialdad existente entre el Este y el Oeste, inharmonía a la que contribuyen las diferencias económicas. Pese a la opinión contraria del Bundesbank, Kohl decidió sustituir el Ostmark por el Deustchemark y a un tipo de cambio poco realista, uno por uno, cuando el precio en el mercado se acercaba a siete por uno. Así favoreció a los pensionistas y a los asalariados, pero hundió a las empresas, ya malheridas de improductividad.

Cierto, me dirán, pero las monedas europeas no entrarán en el euro con un tipo de cambio tan poco real. Admito que empezaremos mejor que los alemanes del Este, pero de lo que se trata es de si, con el paso de los años, los que empezaron no siendo competitivos han acabado siéndolo, y si una situación de paro no termina enquistándose con las cuantiosas ayudas y transferencias como las recibidas por la antigua Alemania del Este. Me atrevo a afirmar que, si en Alemania hubieran seguido corriendo dos monedas hasta el desplazamiento espontáneo de la peor, y si el Estado de bienestar y las transferencias hubiesen sido menos generosas, no sufriría hoy la República Federal un paro del 12,3% de su poblacion activa, la mayor parte en el Este.

Entiendo bien el lado positivo del esfuerzo por crear una moneda europea. Los criterios de Maastricht tienen el efecto benéfico de conducir las finanzas públicas hacia, la ortodoxia financiera. Un euro estable y libre de presiones políticas puede ser el inicio de una era sin inflaciones. Pero la transición puede hacerse mal y el estado final puede sufrir desequilibrios permanentes.

Cuando digo que el proceso es precipitado, no abogo porque se retrase la aplicación de los mencionados criterios, sino porque se dé tiempo a poner en obra todo lo que los criterios no imponen y que es urgente y necesario hacer para que la unión monetaria sea más llevadera en la parte real de la economía, como es en España la reforma del mercado de trabajo y de la financiación de las autonomías. Cuando digo que puede haber desequilibrios permanentes es que temo el efecto deprimente de la actividad periférica en las uniones monetarias, especialmente cuando las transferencias a. regiones deprimidas son generosas.

Es pues dudosa la necesidad de crear ahora, tan aprisa, con tamaña precipitación, una moneda única europea... excepto por razones políticas. Difícil, angustiosa profesión la del político. Si quiere dejar su marca, debe darse prisa pues pronto habrá de abandonar el poder. Los problemas de fondo son muchas veces inabordables, porque la opinión pública no le sigue, por lo que ha de comunicarse con símbolos casi infantiles. Cualquier sorpresa puede estropearle los cálculos.

Helmut Kohl, en el ocaso de su carrera, tiene prisa por dejar a Alemania bien atada a Europa, como exorcismo de demonios familiares. Los verdaderos problemas de Europa, el proteccionismo visceral, un Parlamento de papel, una Comisión burocrática, un Consejo secreto, una ampliación comprometida, parecen intratables. La tentación de distraernos con la carrera hacia el euro es irresistible. Pero ahora viene la sorpresa... La economía alemana no le sigue al pobre canciller. Por eso, entre col y col, ofrezco esta ensalada. ¿Por qué no hacemos la. unión monetaria sólo los países del sur?

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