Alarma demográfica
LA SOCIEDAD española ha experimentado una serie de cambios en profundidad en las últimas décadas, en par ticular la transición de un régimen de dictadura a otro de democracia. Otras transformaciones, a veces olvida das, han afectado más al ámbito de lo privado o de las mentalidades, y una de los más vertiginosas es la drástica reducción del crecimiento demográfico. No hemos llegado a los 40 millones de habitantes, como parecía inminente hace sólo unos pocos anos, y no llegaremos seguramente en mucho tiempo, a pesar del considerable alargamiento de la vida media de los españoles.La razón es la espectacular caída del número de hijos por mujer, del orden de 1,2 en estos momentos, prácticamente el más bajo del mundo, cuando quince años atrás la media doblaba esta cifra y hace unas pocas décadas nuestras mujeres se contaban entre las más prolíficas de Europa. Las causas de ese fenómeno, que ha causado gran alarma en el presidente de la Generalitat, Jordi Pujol, hay que buscarlas en la nueva mentalidad de las mujeres españolas, su mayor autonomía y capacidad de decisión en el uso de métodos anticonceptivos y su incorporación al mundo del trabajo.
No cabe esperar que se vaya a producir una vuelta al pasado; los cambios sobrevenidos deberían ser irreversibles. Cabe debatir, sin embargo, acerca de si la tasa de natalidad se mantendrá indefinidamente en esos niveles tan bajos o bien habrá una recuperación como ha ocurrido en los países del norte de Europa, hoy más prolíficos que los del sur. Es posible que, tras un acentuado y casi obligado descenso, se trate de un fenómeno pasajero, consecuencia de las dificultades del momento.
La disminución en el número de niños nacidos, junto con la prolongación de las expectativas de vida de los mayores, está provocando el rápido envejecimiento de la población española, cuyas posibles consecuencias sobre la economía y el sistema de protección social conviene dilucidar. En efecto, el número creciente de personas jubiladas exige una porción de ingresos siempre crecientes. Pero, aunque la extrapolación a muy largo plazo de los datos actuales implica un agravamiento del problema, no está claro que en las próximas décadas las dificultades existentes, y las previsibles, tengan que ver con la tasa de natalidad.
El mayor o menor número de hijos no influye en el número de jubilados, que aumentará inexorablemente a medida que aumente la esperanza de vida de los españoles y la edad de jubilación se mantenga o disminuya. Si existiera pleno empleo y trabajaran todos los jóvenes en edad de trabajar, entonces podría aducirse que una mayor tasa de natalidad implicaría una contribución mayor de los activos a la Seguridad Social. Pero el hecho es que las cifras de paro son muy elevadas, especialmente entre los jóvenes. No está claro, pues, que en el próximo futuro esa disminución de la natalidad repercuta en la disminución de la población de ocupados, que son los cotizantes que mantienen el sistema.
Aunque es cierto que los estímulos fiscales a la natalidad en nuestro país son minúsculos, por no decir inexistentes, no parece que las desgravaciones puedan alterar significativamente la decisión de tener hijos, en qué momento y cuántos. Son otros factores, más complejos, los que de verdad influyen; por ejemplo, el precio y características de las viviendas, la disponibilidad de escuelas y guarderías o la compatibilidad de cuidar los hijos con la carrera profesional. Es posible imaginar un cambio de tendencia, pero en ningún caso retrotraernos a situaciones derivadas del papel subalterno de las mujeres, únicamente dedicadas a la procreación y al cuidado del hogar.
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