El segundo juicio
AUNQUE NO suele ser habitual en Estados Unidos que una persona resulte absuelta del delito de asesinato y, sin embargo, tenga que responder civilmente por los daños y perjuicios causados por tal acción -en España es inconcebible un caso así-, éste es el último ingrediente que ha aportado el folletín de O. J. Simpson. Esta celebridad del mundo del fútbol americano ha tenido en vilo durante meses al público estadounidense. En su caso se ha visto retratado no sólo el sistema judicial, sino también la grieta racial que divide este país.Los hechos son claros. Simpson fue juzgado ante un tribunal penal por el asesinato, el 12 de junio de 1994, de su esposa, Nicole Brown, y de Ronald Goldman, un amigo de ella. Tras un largo juicio, seguido con pasión en EEUU, el 2 de octubre de 1995 el jurado le declaró "no culpable". Pero las familias de los asesinados prosiguieron por otra vía: la civil. Constitucionalmente, en Estados Unidos uno no puede ser juzgado dos veces ni recibir penas diversas por un mismo delito, pero hasta ahora se ha considerado que la vía civil no violaba este principio, y a ella recurrieron las familias de las víctimas. Y así, otro jurado califomiano ha declarado esta vez a Simpson "responsable" de estas muertes y le ha condenado a pagar daños y perjuicios.
Hay diferencias entre un juicio penal y un juicio civil. En el primer caso, O. J. Simpson pudo acogerse a su derecho constitucional a no declarar en su contra. Por lo civil no, por lo que tuvo que testificar, y al hacerlo incurrió en contradicciones, cuando además se habían aportado nuevas pruebas. En el juicio criminal, el jurado tenía que dar su veredicto por unanimidad y no se vio capacitado para probar "más allá de toda duda razonable" la culpabilidad del acusado. Por lo civil, dado que básicamente sólo se pueden imponer penas pecuniarias, bastaba que una mayoría de los jurados apreciara una "preponderancia de la evidencia".
Muchos observadores han querido ver, además, una diferencia en la composición de estos dos jurados, con una mayoría de negros en el penal y otra de blancos en el civil. De hecho, el componente racial ha alimentado la curiosidad por este complejo caso, aunque la última decisión no ha provocado disturbios.
El caso de O. J. Simpson no es único; hay precedentes. Y si no son más numerosos, en opinión de algunos expertos, es porque son pocos los que creen que los de mandados tendrán suficiente dinero para pagar las compensaciones buscadas, o siquiera para poder amor tizar los elevados costes de tales procesos. Pero el último veredicto abre dudas sobre las verdaderas posibilidades de esta doble vía. Pues, de hecho, estamos ante el segundo juicio contra O. J. Simpson. Y probablemente no el último. Para empezar, Simpson ha sido condenado por el jurado a pagar 8,5 millones de dólares (1.150 millones de pesetas) a la familia del asesinado, aunque será el juez quien determine finalmente el importe. Independiente mente de las dificultades que tenga para pagar tales can tidades, es harto probable que apele para intentar con seguir otro juicio y, de recurso en recurso, llegar hasta el Tribunal Supremo. El culebrón no acaba, pues, aquí. Con lo que los participantes en el circo que ha acompañado a este caso podrán seguir sacando buen provecho de sus declaraciones, memorias y consejos. Los dos juicios de Simpson pueden parecer contradictorios, pero, desde luego, han sido lucrativos para muchos.
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