"Se publican demasiados discos"
, Zubin Mehta, nacido en Bombay hace 60 años, no es sólo el único músico de origen indio que ha llegado a los primeros puestos de ese reducidísimo mundo que es la dirección de orquesta, sino uno de los pocos maestros vivos de la batuta que puede exhibir como palmarés una contribución decisiva al desarrollo de cinco grandes conjuntos sinfónicos de fama internacional: la Sinfónica de Montreal, la Filarmónica de Los Ángeles, la de Nueva York, la de Israel y la Orquesta del Maggio Musicale Fiorentino.Con esta orquesta de Florencia, a la que está asociado como director principal desde 1986, Mehta, una cara sonriente conocida incluso por los no muy aficionados a la música desde que dirigió los dos primeros conciertos multitudinarios de Luciano Pavarotti, Plácido Domingo y José Carreras, realiza este fin de semana una gira que le llevará sucesivamente a Zaragoza (anoche), Santiago de Compostela (hoy en el Auditorio de Galicia) y Barcelona (mañana en el Palau de la Música). En el programa, la Sinfonía número 9 de Franz Schubert y la obra más popular de ígor Stravinski, La consagración de la primavera. Dentro de pocos meses volverá a Murcia y a Madrid, con la London Symphony Orchestra.
Pregunta. En este bicentenario del nacimiento de Schubert, ¿qué puede decir de su obra?
Respuesta. Schubert fue el mayor diletante de Viena, en el sentido de que no tenía la organización clásica de Haydn, Mozart y Beethoven. Fue un chansonnier. Escribió no sé cuántos centenares de lieder, y de esos lieder viene su música de cámara, y de la música de cámara, las sinfonías que, por desgracia, nunca pudo oír, porque nadie las tocó durante su vida. Beethoven era entonces un coloso en Viena y Schubert siempre estuvo a su sombra. Schubert escribió modulaciones que Beethoven ni siquiera se planteó, porque no estaban en la regla clásica. Pero las últimas composiciones de Beethoven son mucho más avanzadas armónicamente que las de Schubert. Éste se mantuvo siempre en el plano armónico. Fue mucho más folclorístico, más austriaco. Schubert fue al final el verdadero vienés, antes de Bruckner.
P. La consagración de la primavera es uno de sus caballos de batalla, frecuentemente asociado a alguna obra romántica.
R. Y muchas veces a una obra de Mozart. Con Stravinski siento siempre necesidad de una cosa más clásica. Mi colega Pierre Boulez programa siempre alguna obra de Béla Bartok con Stravinski. Yo no estoy de acuerdo. Creo que al público hay que darle un menú equilibrado. Se puede oír, naturalmente, el concierto de Bartok en la primera parte y La consagración en la segunda, pero es un poco la misma comida.
P. ¿Le resulta muy distinto interpretar estas obras con una orquesta americana y una europea?
R. Es otra cosa, porque más de la mitad de la orquesta del Maggio que usted oye hoy toca La consagración de la primavera por primera vez. Son músicos muy jóvenes. Y para mí, como director que ya ha cumplido los 60 años, es muy interesante enseñar algo nuevo a una orquesta, ver cómo descubre en los ensayos una obra maestra. Tuve la misma experiencia la semana pasada con Vida de héroe y la Filarmónica de Berlín. En tiempos de Karajan tocaban esa obra de Strauss casi todas las semanas, pero hoy son músicos jóvenes y no la conocían.
P. Usted cogió la orquesta del Maggio en un bache, aunque la habían dirigido grandes batutas, desde Karajan a Muti.
R. Bueno, yo no la cogí realmente, porque no he sido nunca un director musical. He ayudado. Ignoro los motivos de la crisis, aunque quizá es que faltaba una atención constante y que los músicos no se renovaban. Hoy es otro instrumento. El año pasado fuimos a Salzburgo y tuvimos un gran éxito. Hace unos anos estuvimos en Suramérica, y tuve más éxito allí con el Maggio que con la Filarmónica de Nueva York o la de Israel. El entusiasmo de cada uno de estos músicos es tal que llegan al público como un puñetazo. Las grandes orquestas suelen tomarse las giras con cierto relajo. Éstos del Maggio, en cambio, tocan como si les fuera la vida en cada compás.
P. ¿Echa de menos Estados Unidos?
R. He sido allí muy feliz, pero después de 30 años no quiero volver a ser director musical en América. El año próximo voy a Múnich como director de la ópera, y estoy muy contento. Tengo siempye mi casa en Los Angeles, donde me encuentro muy a gusto,. pero mi trabajo está aquí. Me he vuelto más europeo. Por cierto, deseo lo mejor a Madrid con su nuevo teatro de ópera. Cada vez que pregunto, me dan alguna noticia nueva. Como sala de conciertos, era una de las más bellas.
P. Hace años dijo que quería reducir mucho sus grabaciones discográficas..
R. Sí, y casi me he parado. Hago muy pocos discos. Creo que grabé demasiados y que las casas discográficas no se preocupan suficientemente de hacer publicidad. A veces no sé por qué producen discos, porque, sin publicidad, nadie sabe que han sabido. Y es frustrante. Mi última grabación, la Sexta de Mahler con la Filarmónica de Israel, creo de verdad que es una de las mejores que haya hecho. Pero nadie la conoce. Además, salen demasiados discos. Hay una veintena de casas y la producción es enorme. No quiero formar parte de esta banda.
P. ¿Tiene todavía alguna relación con la India?
R. Cada vez tengo menos familia. Pero voy ahora, en abril, con la Filarmónica de Múnich, a Bombay y Delhi durante cuatro semanas. Estuve con la de Israel, que políticamente era muy importante, y también con la Orquesta del Maggio y la Filarmónica de Nueva York. Voy bastante. Pero mi país no se acerca a la música occidental. No tiene necesidad de ella, porque la música india es riquísima. China y Japón sí necesitan la música de Occidente, porque no tienen mucha música propia.P. ¿Sigue siendo siempre un hombre con preocupaciones políticas?
R. Soy un hombre que no puede limitarse a tocar música y marcharse. El año pasado dirigí en Suráfrica, por primera vez, en Durban, que es donde hay más indios. Y los indios que vinieron al concierto no podían creer que llegará un día en el que un público de blancos se levante para aplaudir a un indio sobre el podio. Por eso quise ir, para que los indios entendieran que ahora eso es posible.
P. ¿Estudia todavía obras nuevas?
R. Dirigiré la Cuarta Sinfonía de Lutoslawski en Chicago dentro de dos semanas. Siempre he hecho mucha música contemporánea, aunque algo menos desde que he dejado Nueva York. Luego, claro, en Israel, tengo que hacer compositores israelíes cada cierto tiempo.
P. En junio volverá a Florencia para dirigir Turandot, una ópera que desde el principio, con Brigitte Nilsson, le trajo problemas.
R. No es que me trajo problemas, es que me equivoqué dirigiendo y ella se enfadó muchísimo. Más tarde, en 1976, con motivo del cincuentenario del estreno, hice Turandot en La Scala de Milán con la Caballé. Al terminar el primer acto, en el descanso, me dijeron que Montserrat estaba enferma. Acepté, por salvar la situación, que la sustituyera una soprano surafricana de la que no quise ni saber el nombre porque, por motivos políticos, yo no trabajaba con cantantes de Suráfrica. Y acepté incluso anunciar la sustitución. Pero en cuanto me asomé al escenario y dije: "Por desgracia, Montserrat Caballé no puede cantar", todo el teatro prorrumpió en gritos e insultos. No me dejaban ni hablar. Luego, cuando pasé al foso, me recibieron con un gran aplauso, en parte porque habían entendido que yo era el único que había dado la cara. No he vuelto a hacer Turandot desde entonces.
P. Usted dirigió los dos primeros conciertos de los tres tenores, pero ahora que son una especie de compañía estable ha preferido no seguirles por todo el mundo. ¿Por qué?
R. Porque no es eso lo que quiero hacer. Me gustó mucho. hacer los dos conciertos en que les dirigí. No soy un esnob y quiero a los tres, no sólo como tenores, sino porque son personas excepcionales. Todavía recuerdo cuando Plácido vino a verme a Los Ángeles y me dijo: "Maestro Mehta, no puedo esperar al día en que hagamos música Juntos". Pero no quiero que acompañar a tres amigos se convierta en mi profesión. La cosa empezó en 1990, en Roma, para celebrar que José Carreras volvía a nacer tras la enfermedad, y lo hicimos por beneficencia. Luego, en Los Angeles, ganamos bien. Caracalla, con 8.000 personas, fue más íntimo que Los Angeles, con 60.000 espectadores. Dicho esto, si piensan cantar en París para los próximos mundiales de fútbol y me llaman, yo estoy dispuesto.
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