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¿Es la libertad políticamente correcta?

El auténtico debate intelectual se nutre de la discusión y la crítica, del respeto a quien no piensa como uno y en ese hecho higiénico y deportivo que es aceptar la posibilidad de estar equivocado. La agresión personal, el insulto y el afán de aniquilar al adversario es cualquier cosa menos digna y noble tarea intelectual. En un reciente artículo publicado, en estas páginas (véase EL PAÍS, del 8 de enero de 1997), Joaquín Estefanía ha ofrecido un espléndido ejemplo de. lo que es un verdadero debate de ideas por la forma en ocuparse de nuestro opúsculo La apoteosis de lo neutro (Faes, Madrid, 1996) dedicado al reciente y aIgo desternillante fenómeno de la "corrección política".Nuestra primera sensación ante su lectura fue de agradecimiento hacia un curioso lector tan atento como amable que ejercía el más rotundo y honesto acto al que puede aspirar quien escribe y publica: el simple hecho de ser leído. Un lector atento y sabio es el más precioso regalo que puede recibir un escritor, más aún, por lo poco frecuente casi insólito, en la España de la última década. Gracias, pues.

Joaquín Estefanía, además de un muy atento lector, es uno de los relevantes creadores de opinión de este periódico, a cuyo frente estuvo durante cinco años. Un periódico que, por su calidad e influencia en amplios sectores de la sociedad española, bien puede ser considerado, a título meramente descriptivo e histórico, como uno de los principales foros donde se ha ido decantando el perfil y la geografía de lo "políticamente correcto" para el lector español.

Entre los muchos aciertos de su artículo no es el menor el reconocimiento, tal vez no políticamente correcto, de que la derecha -dejemos la terminología en la simplificación electoral- hasta ahora habituada a administrar y a dirigir, también piensa. El pensamiento así dejaría de sufrir la apropiación indebida e ineducada, incluso estéticamente, por parte de la izquierda. Incluso cabría decir que el centro derecha -más real con lo que pasa- hoy piensa y también administra. Esta realidad acaso sea la responsable de que nuestro interlocutor piense que en España hoy lo políticamente correcto es la defensa de la libertad, del libre mercado.

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Y, a nuestro juicio -basta frecuentar, como bien conoce Estefanía, publicaciones, foros y demás-, el conflicto no se produce entre lo políticamente. correcto y el liberalismo político y económico, sino que afecta al núcleo esencial de la libertad de expresión. Lo que se puede decir y lo que no se puede decir. Lo que conviene y lo que encierra riesgo.

De ahí que el problema, al menos el problema planteado en nuestro breve opúsculo, sea si la sociedad española puede aceptar o no la libertad de expresar ideas que choquen o incluso repugnen a la sensibilidad dominante sensibilidad dominante que no suele corresponder con las representaciones gráficas y moderadamente groseras de escalas sociales propias de una novela de Dickens o de Iguals de Izco, sino con foros de comunicación de poderoso influjo en los ciudadanos-, sin más límite -y ahí está el núcleo del liberalismo intelectual - que el Código Penal, básicamente, la apología del crimen, cuando no su complicidad. Esa es la cuestión esencial.

Lo que se plantea en La apoteosis de lo neutro es dilucidar si pensar en España debe estar bendecido por una suerte de "santos laicos", mandarines del eufemismo, o si la libertad de expresión ya ha adquirido la suficiente madurez como para aceptar cualquier enunciado sin el habitual y castizo gesto de rasgarse las vestiduras. Porque lo cierto es que la libertad, como Borges señalara para la literatura, no admite adjetivos pospuestos, como tampoco los admite la democracia. Y aquí en las Españas ya hemos sufrido, y Estefanía como otros muchos, durante unas cuantas décadas eso de colocar adjetivitos a la democracia, en este caso más propios de la química que de la política. Lo demás son retóricas, artes de birlibirloques y apogeos del eufemismo.

Por ello, el error de la "corrección política" no estriba tanto en los valores cuya defensa emprende, aunque no puede ocultarse que muchas veces sus efectos bordean el límite del ridículo y el patetismo, sino que lo traspasan con decidido entusiasmo. El problema es que los apologetas, casi bíblicos, de lo políticamente correcto- intentan acallar toda disidencia, convirtiéndose, mire usted por donde, en los herederos, probablemente involuntarios, de quienes pretendieron condenar al silencio a Galileo o a Darwin, entre otros, pues lo que ambos expresaban se salía de la doxa intelectual dominante. Parecería, y valga el condicional, que ahora la Inquisición se tiñe bajo el dudoso rótulo de "progresista". Ya lo advirtió Ferlosio: mientras no cambien los dioses...

Lo propio de quienes protagonizan, con fervor, el fenómeno de la corrección política no es tanto el dislate, aunque ciertamente a veces lo abrazan con. entusiasmo, sino la vocación censora, el gusto, casi morboso, por arrebatar al adversario, por excéntrico o aberrante que pueda resultar, el uso de la palabra y, con él, el derecho a la existencia espiritual.

Y es que el liberalismo -político y económico, de manera particular este último- está lejos de constituir en España el pensamiento hegemónico, el discurso políticamente correcto, sobre todo, porque entrañaría una manifiesta contradicción ontológica con los fundamentos sobre los que se asienta el propio concepto, talante en términos de Ortega, liberal. La libertad nunca ha sido, no es, ni será políticamente correcta.

Aunque lo cierto es que el fracaso rotundo y sin fisuras del comunismo -o del "socialismo real" para ser un poco correctos políticamente y no eludir la posibilidad de un idílico "socialismo ideal"- no ha podido dejar de favorecer el auge de la democracia, incluso en las conciencias de la izquierda clásica y radical, hace apenas nada tan poco proclives a ella. ¿Olvidamos acaso las no tan lejanas diatribas feroces y atormentadas contra la demoniaca "democracia burguesa"? Dichosos adjetivos. Dichosos eufemismos.

¡Ojalá fuera cierto que el discurso en nuestra España sea el que pretende Estefanía! ¿No es, por el contrario, frecuente tildar de reaccionarios, cuando no de fascistas, a pensadores tan amantes de la libertad como Hayek, Popper, Aron, Ortega ... ? Para el eufemismo no sólo lingüístico sino cultural, histórico, intelectual de lo políticamente correcto, la civilización griega y el derecho romano, la teología medieval y el canon renacentista, el ideal matemático occidental y los principios de la Ilustración europea, forman parte del mismo tinglado: un frío cálculo imperialista de los hombres blancos -lenguaje de western, éste de lo polítícamente correcto- para someter al otro, ya sean esos otros el más variopinto y galimatías grupo de heterogéneos orígenes.

Valgan las palabras de alguien conocido en estas páginas para elevar, un poco, el grado del asunto y enfrentarse de verdad al mal templado vaivén de lo multicultural y entrar, como suele, en corto y por derecho. Escribía Rafael Sánchez Ferlosio (Claves de Razón Práctica, número 38, diciembre de 1993): "Toda cultura en cuanto tal es por naturaleza absolutista, y- la idea de un relativismo cultural contradice el concepto más propio de cultura. Cualquier idea de pluralismo o universalismo que ( ... ) pretenda formar, bajo drásticos criterios selectivos, una especie de eclecticismo cultural, a modo de melting pot o de olla de fray Junípero, incurriría en un absolutismo mucho mas duro, más limitado, más condicionante y sobre todo más perniciosamente insuperable que el modesto absolutismo de las pertenencias culturales".

Curiosamente, hoy lo que no se tolera es la defensa de cualquier clase de diferencia adquirida entre grupos o tipos humanos. El mito de Procusto en versión on line y CD-ROM. Hoy, el discurso dominante es multiculturalista -es decir, neutro, plano- y supuestamente igualitario. Lo políticamente correcto es la supuesta igualdad, no la libertad, y por mor de esa supuesta igualdad de todos constreñir la libertad de cada uno, perseguir la libre expresión y, por consiguiente, advertir sobre lo adecuado en cuanto a la creación artística y literaria. Un código de limitaciones, de advertencias, de amenazas. Y así el eufemismo juega la desagradable papeleta de neutralizar en su apoteosis la libertad.

Ni hemos dado gato por liebre ni hacemos saltos en el vacío. Y, por cierto, Joaquín Estefanía, al considerar que en nuestro opúsculo hacemos ideología utiliza de forma perfecta, y muy correcta políticamente, el concepto marxista de ideología como falsa conciencia que deforma la realidad. Estefanía ha escrito una espléndida corroboración de nuestra tesis, no un contra ejemplo ni una refutación. Incluso cabría decir que nuestra expresión apoteosis de lo neutro es quizá bondadosa porque ante lo que estamos es ante un intento de hacer pasar como verdad científica y discurso dominante lo que es un determinado sistema de valores de raigambre sesenta y ochista y, en su mayor parte, periclitado. Nuestra única intención es defender la libertad de expresión ante el sutil macarthismo de una izquierda tan desorientada que sólo le queda el eufemismo; nuestra única intención, más allá de los jardines y de los mercados, es defender la libertad de expresión ante la caza de la bruja no igualitaria.

Fernando R. Lafuente es director general del Libro, Archivos y Bibliotecas; Ignacio Sánchez-Cámara es catedrático de Filosofía del Derecho en la Universidad de La Coruña.

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