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El cielo está enladrillado

El cielo está enladrillado ¿quién lo desenladrillará? El desenladrillador que lo desenladrillare, buen desenladrillador será. El trabalenguas infantil ha cobrado estos días plena vigencia. Ahora, además de enladrillado, está digitalizado. La digitalización permite observar sobre la asepsia de las nuevas tecnologías las huellas dactilares de los impulsores. El ruido introducido en el sistema político y mediático produce toda clase de distorsiones en la percepción de la realidad. La competición ha derivado en pulso y se ha coloreado de visceralidad. Aquí se trata de saber quién manda. El mando a distancia se considera demasiado leve. Se prefiere el mango, la empuñadura para descabezar al adversario o a sus empresas. Es una cuestión de contundencia y de instantaneidad. Los poderes de cualquier signo en cuanto se constituyen quedan fascinados por la inmediatez. Recordemos la instalación de los socialistas en 1982. Venían con la desmilitarización de la Guardia Civil bajo el brazo y acabaron subyugados por su manera de obedecer sin rechistar. Los nuevos titulares del poder gubernamental buscan incansables ese mismo reflejo, sin el cual se sienten huérfanos de lo fundamental.Ni los datos de la bonanza económica, ni la plétora de los embalses, ni las nuevas amistades con Prodi, con Chirac y con Kohl, ni la supresión del servicio militar, ni la entrada en la estructura militar de la OTAN, ni los éxitos internacionales con Cuba y Guatemala sirven de consuelo en semejante situación de desamparo. Sólo un triunfo digital se dibuja como suficiente para recuperar la confianza en sí mismos. Los más reputados zahoríes llamados a consulta por Pedro Arriola han establecido que sólo la victoria digitalizada salvará al Gobierno de todas las asechanzas que sobre él se ciernen. Porque si Polanco se encarama a la plataforma de Canal Satélite en adelante se alzará con la soberanía real. La atribución de los escaños parlamentarios se hará desde esa órbita y aquí gobernará quien diga PRISA.

Entre tanto, en las redacciones de los medios informativos se registra estos días un ambiente parecido al que describe, respecto de la regencia de María Cristina, Fernando Puell de la Villa en su libro El soldado desconocido. Dice nuestro autor que "la tropa pasaba la mayor parte del día recluida en los dormitorios donde casi siempre se puede medir la densidad de la atmósfera por los sentidos de la vista y del olfato". Mientras las cúpulas del poder se atienen al diagnóstico que hace de Franco el general Alfredo Kindelán, impulsor de su designación como jefe de los sublevados en aquel aeródromo de Salamanca a finales de septiembre de 1936. Como escribió después Kindelán en su libro La verdad de mis relaciones con Franco, el generalísimo estaba atacado por el mal de altura, era un enfermo de poder decidido a conservarlo. Reconoce que muchos le tenían por perverso pero que él le consideraba taimado y cuco, que estaba mareado por elevación excesiva (obsérvese aquí la fina percepción de aviador experimentado propia de Kindelán) y que estaba desarmado por insuficiente formación, que le correspondía el dictado de listo o vivo más que de inteligente y que no era productor de ideas sino asimilador de las que encontraba aprovechables.

Eso sí, el clamor hacia Europa como norma de los más opuestos comportamientos es unánime. De ahí la oportunidad de recurrir al libro Europa mañana de Marcelino Oreja, comisario competente en el campo de la información, del audiovisual y de la reforma de las instituciones de la UE, y uno de los pesos pesados históricos de la refundación del PP. En un texto recogido en ese volumen, fechado el pasado 5 de septiembre en la Universidad Menéndez y Pelayo en Santander, Oreja reflexiona sobre "tecnología y negocios en la era digital". Bosqueja el carácter impredecible de estos fenómenos y aclara que las diversas opciones tecnológicas -por ejemplo fibra óptica u ondas hertzianas- se imponen como resultado de meras decisiones económicas, ajenas a una difusa e inverificable demanda social de bienestar tecnológico. Para mayor perplejidad, Oreja concluye que las nuevas prácticas sociales, que parecían conllevar las nuevas tecnologías -sobre todo en el área de la información y la comunicación-, se han traducido en una reiteración de los hábitos de consumo, pasivo o instrumental, dominantes en nuestra sociedad. Así que amigos digitales, nada de panaceas, porque seguimos en las mismas.

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