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Atención al vecino

Soledad Gallego-Díaz

Francia es ahora uno de los países más interesantes, y preocupantes, de la Unión Europea. Los problemas a los que se enfrenta no son más duros que los que tiene que asumir Alemania, pero sí es distinto el estado de ánimo con el que los franceses se disponen a encararlos. Francia es el cuarto exportador del mundo, el creador de los trenes de alta velocidad y del Airbus, sus datos macroeconómicos son bastantes solventes y su papel en la construcción de la moneda única imprescindible. El gobierno tendrá problemas para situar el déficit en el exigido 3% del PIB (aunque ha conseguido bajar del 5,6% en 1995 al 4% en 1996), pero aun así la presencia francesa es condición sine qua non para que el euro pueda arrancar en 1999 y absolutamente nadie osa poner en duda su relevante papel en el proceso de construcción europea. ¿Por qué entonces se empiezan a oír las primeras voces reclamando atención a nuestro vecino?El dato preocupante de la economía francesa es el nivel de paro, que se sitúa ya en el 12,6%. Eso y algo difícil de medir, la reacción de los franceses ante una sociedad obligada a enfrentar la globalización de la economía. Jacques Chirac ha llegado a acusar a sus conciudadanos de ser los más conservadores de Europa, de haberse convertido en el único pueblo que se enfrenta al futuro con injustificado miedo colectivo. Sus detractores le devuelven la pelota y le acusan de ser incapaz de transmitir un mensaje coherente, de explicar qué tipo de Europa está construyendo y a qué tipo de sociedad está conduciendo a sus habitantes.

Ese desconcierto ha tenido un efecto magnífico: Francia es el país en el que más se discute sobre la moneda única. Políticos, intelectuales, sindicalistas, economistas, incluso artistas, hacen oír sus voces, a menudo confusas, con una vitalidad que no es posible encontrar en Alemania, en Holanda o en España. Las encuestas muestran que la mayoría desconfía de sus dirigentes, cree que los mercados financieros tienen más poder que los políticos, se queja de que la palabra "mercado" se haya convertido en un mantra al que ya no saben qué significado atribuir y se resiste a que el Estado tenga un papel menor. Los hechos enseñan, además, que el Gobierno obtiene una respuesta virulenta cada vez que plantea reformas para crear empleo, adaptar el Estado de bienestar o preparar a esa sociedad para los cambios que, quiera o no, están a sus puertas. Respuestas que se traducen en huelgas como la de los camioneros -que contó con un apoyo masivo de la población- y que obliga a ese Gobierno a retroceder y aceptar, por ejemplo, jubilaciones a los 55 años.

El malestar de los franceses hace que lleguen incluso a la televisión polémicas como el papel del futuro Banco Central Europeo, que decidirá los tipos de interés que regirán en los países miembros de la Unión Monetaria Europea. La independencia del banco está decidida en el Tratado de Maastricht, pero en Francia numerosas voces reclaman mecanismos políticos para contrarrestar, o influir en el impresionante poder que se deja en manos de un puñado de expertos. Los franceses desconfían de sus políticos, pero les reconocen más sentido común que a sus economistas.

La polémica resulta importante para España. No sólo porque enriquezca el debate, sino también por motivos pragmáticos. Las dificultades por las que atraviesa Francia son las que le convierten en nuestro mejor aliado a la hora de ampliar la "flexibilidad" de los criterios de entrada en la moneda única. París necesita países que apoyen políticas monetarias menos restrictivas que las preconizadas por el Bundesbank y cuya moneda colabore a crear un euro devaluado frente al dólar. No se trata de un problema político (la existencia de una Europa del Sur, frente a la Europa renana) sino de una necesidad económica, como reconocía un reciente estudio del Círculo de Economistas. La mayoría de sus miembros -anti o pro Maastricht, liberales o socialdemócratas- consideró que la entrada de España en la primera fase del euro era "necesaria", "vivamente deseable" o "muy conveniente".

Atención a Francia y al estado de ánimo de los franceses. En abril de 1968, un comentarista escribió que Francia se aburría. Treinta años después, los comentaristas coinciden en lo contrario. Cuidado, Francia se siente mal.

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