Polanco
Es el principal editor de prensa y el único que actúa simultáneamente en los mercados de la información general, deportiva y económica; domina hasta tal extremo la radio privada que en importantes demarcaciones tiene más emisoras que todos sus competidores juntos; logró en tiempos del PSOE el monopolio de facto de la televisión de pago y está a punto de consolidarlo para siempre con el PP; el año pasado ha sido ya el mayor productor de cine español; es el amo del más próspero negocio de libros de texto tanto en España como en América Latina y sus editoriales de creación abarcan todos los segmentos de la actividad literaria y el pensamiento; directa o indirectamente controla la industria discográfica a través de sus 40 Principales y otras radio-fórmula; posee cadenas de librerías, agencias de publicidad, hoteles, empresas de exportación y váyase a saber qué otros activos ocultos; acaba de quedarse con el fútbol.Polanco es un poder fáctico uninominal equivalente a lo que en épocas diversas representaron la Iglesia, la Banca o el Ejército. Su red de párrocos y capellanes tal vez sea algo menor, su liquidez no tan abultada y sus fuerzas de choque más reducidas, pero hay que remontarse cinco siglos en la Historia para encontrar en manos de una de estas instituciones un arma tan formidable sobre el control de las conciencias como la poliédrica hegemonía sobre la industria cultural que este hombre ostenta.
Novelistas, poetas, ensayistas, dramaturgos, catedráticos, reporteros, columnistas, actores, actrices, directores-estrella, músicos, cantantes y, por supuesto, políticos de todos los pelajes le bailan el agua sabedores de lo mucho que sus favores, inquinas o meros desdenes pueden influir en su triunfo, fracaso u ostracismo. Lo hacen además cómodamente arrullados en la más eficaz adormidera, porque Polanco, un hombre -al igual que sus dos primeros espadachines- profundamente enraizado en el franquismo, tuvo hace veinte años la habilidad para aprovechar esa ventaja estratégica y, estando en el lugar correcto en el momento correcto, quedarse con la patente de un sedicente progresismo que por mor de la implacable ley del péndulo iba a convertirse en palanca, coartada y superstición de varias generaciones de españoles.
Nuestra sociedad ha alcanzado la suficiente madurez como para que las críticas episódicas de un dirigente político o un medio de comunicación al jefe del Estado no sean entendidas sino como expresiones de normalidad y pluralismo. Y del Rey abajo, ninguno. Ninguno... excepto Jesús Polanco. Cualquier revelación o denuncia contra el gran magnate por parte de los contados medios que nos atrevemos a formularla es inmediatamente entendida como un desafío merecedor de implacable represalia. La simple mención de su nombre, la mera aparición de su efigie en la televisión pública en relación con el penúltimo caso de corrupción con el que efectivamente está relacionado,- es ya considerada como una agresión intolerable, materia de anatema y piedra de escándalo.Hace unos días un gran diario de amplia tradición liberal censuró su edición para omitir un artículo crítico contra Polanco de uno de sus más brillantes y sólidos articulistas. Simultáneamente las dos únicas cadenas de televisión privada a las que tienen acceso todos los ciudadanos bifurcaron su cobertura sobre el antedicho caso de corrupción: mientras para una de ellas resultó ser inexistente, la otra le dio una gran importancia con la salvedad de eliminar a Polanco de la foto, según las más acreditadas técnicas de maquillaje de la Historia.
Hasta en privado la crítica a Polanco desemboca en una situación embarazosa si el grupo es medianamente nutrido: los contertulios se miran de reojo sospechando del compañero de armas literarias, del colega períodístico con legítimas ansias de medrar, del individuo bien relacionado con los círculos financieros, del amigo de un amigo que es amigo de no sé quién que puede terminar haciendo llegar el mensaje de que has sido tú, pobre infeliz, el que has osado poner a parir al gran jefe. ¿Acaso no ha sido Polanco el único ciudadano que ha conseguido el secuestro judicial de un libro, por el hecho de que incluía afirmaciones supuestamente calumniosas contra él, cuando cada año se editan cientos de libelos contra otros tantos individuos?.
Y es que Polanco sabe que la fuerza sólo se tiene de verdad cuando se ejerce, se exhibe y se despliega. En lo pequeño, en lo mediano y en lo grande. Si en un momento dado la víctima propiciatoria para apartar la atención de otros asuntos es un pobre diablo que escribe gilipolleces desde su covachuela académica, la inmolación ritual se hace imprescindible: su obra debe ser retirada, su cátedra clausurada, su persona centrifugada. En la antigua Roma, Polanco habría hecho cónsul a su caballo y en la moderna Argentina nombrado vicepresidenta a su mujer. En la España actual se ha conformado con hacer a Cebrián académico de la Lengua. Eso es el poder: imponer que lo blanco es negro -desatar -un turbión de voces proclamándolo-, mientras nuestras octogenarias glorias literarias cuchichean su humillación por los rincones.
Pero ahora voy a decir lo que de verdad importa, porque al final toda dictadura cultural es soportable en la medida en que cada uno amuralle la integridad de su conciencia. Lo que hace de Polanco un personaje profundamente nefasto para la sociedad española es su tozuda determinación de proteger y preservar el felipismo frente a cualquier evidencia sobre sus horrores y desmanes de toda índole. -
En cualquier país democrático un solo escándalo como el de los fondos reservados, Filesa, las comisiones del AVE, las escuchas del Cesid o los crímenes de los GAL habría desembocado expeditivamente en el apartamiento de su máximo responsable de la vida pública y en una drástica renovación de la cúpula de su partido. Que Felipe González esté sobreviviendo a la suma de todos ellos y vuelva a constituir una alternativa de gobiemo, apalancado en la dirección del PSOE junto a personas que han robado y han ordenado asesinar, no puede atribuirse solamente a la falta de tradición democrática de la sociedad española, a sus prejuicios frente a cualquier opción que pueda ser identificada como de derechas, al limitado carisma del presidente Aznar y a la ilimitada ingenuidad de Julio Anguita.
Ninguno de esos factores habría permitido a González conservar el poder hasta marzo del 96, obtener entonces más de nueve millones de votos y comparecer de nuevo ante el inminente con greso del PSOE como líder incontestado y gran esperanza blanca para la vuelta a La Moncloa, si Polanco no hubiera puesto todos los tentáculos de su imperio comunicativo al servicio del enmascaramiento de la infamia.
Nadie podrá discutir ni la eficacia bélica con la que él y su estado mayor han mantenido esta causa perdida a note, ni la rentabilidad económica que han logrado obtener de ello. Pocos generales han sabido dirigir mejor a sus ejércitos, trazando cortinas de humo, inventando maniobras de distracción para proteger sus enclaves estratégicos, golpeando sanguinariamente con la escoria de la milicia a los más renombrados adversarios, incorporando tropas de refresco, satelizando a los tibios, cortejando a los ambiciosos, corrompiendo a los enfermos de codicia, dando alas a los locos y desesperados. Es Polanco el que ha logrado que medía España crea -o finja creer- que José María Aznar es un oportunista mediocre que se ha aprovechado de la conspiración de unos financieros corruptos, unos jueces resentidos y unos periodistas megalómanos para, con la complicidad de un mesiánico tonto útil llamado Anguita, arrebatar temporalmente el poder a Felipe el Prestigioso, Felipe el Modernizador, Felipe el Difamado. Es Polanco el que desde el mismo día en que ese accidente se produjo puso a todas sus legiones al servicio de la operación Reconquista, bloqueando la ejemplar regeneración de la democracia mediante la ejemplificadora regeneración del PSOE.
Durante los últimos años todos los bancos parecían aspirar a tener grupos periodísticos. En el caso que nos ocupa sucede casi al revés. Polanco no tiene bancos, pero sí tiene banqueros. Ha sido tal la habilidad con que ha urdido sus negocios que prácticamente ninguna de las grandes familias de la oligarquía financiera ha quedado al margen. Si en algo coinciden los dos Emilios es que a ambos les beneficia la prosperidad de Polanco. ¿Puede extrañarle a alguien que hasta para aceptar los más deseados puestos del panorama empresarial emergente, profesionales de primera se sientan obligados ante todo a pedir la venia del Padrino?
Tras el golpe de mano del día de Nochebuena las cosas han llegado a tal extremo que el mundo del dinero, sensible como ningún otro al poder de quien tiene en sus manos la capacidad de configurar las apariencias, empieza a ver en Polanco el único fielato verosímil a través del que encauzar su relación con la política. Esa mañana el grupo Prisa consiguió de un solo golpe la exclusiva sobre todos los derechos de imagen de los clubes de fútbol (o sea el monopolio de la oferta) y la exclusiva para su comercialización a través de la televisión de pago (o sea el monopolio de la demanda). Un elemental sentido del pudor me impide dedicar una sola línea a describir la conducta de Antonio Asensio quien en no menos de 30 conversaciones a lo largo de los últimos dos años me expresó con las peculiaridades propias de su estilo, la más inamovible resolución de servir de dique de contención a la marea polanquista. Además, la gravedad de lo que está pasando ni siquiera deja margen para plantearse si llegará o no el día en que comportamientos tan indescriptibles obtengan su merecido. Lo tremendo para quienes anhelamos que la nueva situación política sirva para pasar de una España en la que hay mucho poder en pocas manos a una España en la que haya algo de poder en el mayor número posible de manos, es que basta mencionar tres sílabas para constatar -y nunca mejor dicho- que, por ahora, vamos perdiendo por goleada.
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