La televisión del PP
PUESTO QUE nadie cree, a estas alturas, que la televisión pública sea estatal, neutral o pública, a cada Gobierno se le transparenta su carácter a través de TVE. Esta consideración cínica y real debería traducirse a menos en un cuidado extremo a la hora de definir Ia programación. Pero nada semejante al esmero y al intento de superación parece guiar a los responsables actuales del PP. Si el PSOE dejó unas emisoras tan desvencijadas en las cuentas como deterioradas en su calidad, los populares han iniciado una senda que parece encaminarse, sin vacilación, al cuarto trastero.La nueva programación no sólo ha resucitado modos y rostros de hace dos décadas -que en algún caso han cosechado recientemente fracasos clamorosos en la televisión privada-, sino que ha optado por la reposición como emblema de su época. Mientras la directora general no cesa de precipitarse en anuncios sobre la comunicación del futuro y la plataforma digital, los dedos sobre los informativos se vuelven huéspedes. Nunca, ni en los tiempos de mayor descalificación política del PSOE, los telediarios fueron tan meticulosamente partidistas ni tan flagrante la marginación de profesionales no afines.
El PP ha entrado en TVE con la ansiedad de procurarse un hartazgo de poder y sin atender al mínimo pudor que exigiría la actuación en público. A partir de esta disposición, cualquier arrebato tiende a justificarse por sí mismo. Pocas veces una entrevista rutinaria a un presidente de Gobierno contó en TVE con tanto desembolso en aparato propagandístico. Finalmente, la entrevista con Aznar obtuvo una audiencia inferior a la cosechada días antes por Anguita sin ese redoble de pregoneros. Más que convocar a la audiencia, parece que los tambores la ahuyentaron.
Desorientada por la competencia de las cadenas privadas, mal gestionada, sin criterios propios ni misión definida, la televisión pública ha venido a parar en las peores manos en el peor momento. Sólo cabe esperar que los bandazos a los que nos tiene habituados el PP en otros campos no empeoren aún más -cosa harto difícil- el actual estado de TVE, y que, a fuerza de errores, enderecen este catódico globo sonda. Por el momento, sin embargo, y con una temporada de programación a la vista, lo conservado en pantalla más lo que se ha incorporado componen un retrato de baja estima y pésimo gusto. Si éste es el retrato del PP, mal favor se está haciendo a sí mismo este Gobierno. Y de paso, claro está, a todos los telespectadores.
Ahora que la satisfacción del público con la oferta televisiva en general -canales privados incluidos está en uno de sus puntos más bajos, la televisión pública debería encontrar la manera de enaltecer los con tenidos. No parece, sin embargo, según la deriva que han tomado las cosas, que ésta sea la intención que anima a Mónica Ridruejo y su equipo, inspirados antes por Miguel Ángel Rodríguez y ahora por el vicepresidente Álvarez Cascos, convertido en el nuevo estratega de la cosa. Al telespectador se le tiene por zafio o por vetusto, por ignorante o por correligionario. Pronto ha de verificarse el tamaño de su reacción. Son ya muchos años de ilustración televisiva como para considerar inocente y acrítica a la audiencia. En la televisión, tanto como en la gestión económica o política, los abusos se pagan y, con mayor facilidad aún, la comunicación se apaga.
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