La narración
Todos los partidos se desarrollan como una narración y, como todas las novelas, acaban alcanzando su sentido a partir del final, no importa la, intriga por la que han discurrido. El encuentro de ayer fue también un episodio de intrigas.Pareció que, frente a la acalorada codicia del Atlético, el Real poseía a lo largo de los primeros 25 minutos la clave más eficaz para resolver la pugna, y cualquiera habría apostado porque Mijatovic, en un intento más, aprovecharía la siguiente ocasión para adelantar a su equipo. Kiko fue, sin embargo, quien seis minutos después hizo sospechar que nos estábamos equivocando y que la tecnología del Madrid podría ser insuficiente ante el pícaro oportunismo de un contraataque. El gol atlético en el minuto 32 y los compases que siguieron hasta el descanso hicieron creer durante el medio tiempo que acaso el Atlético sabía más del encuentro aunque el Madrid supiera más de fútbol. A lo largo de lo que llevamos de Liga se ha comprobado que si el Madrid juega sólo con tecnología, sin el arrebato de la pasión, los demás le bloquean las máquinas.
El vestuario hizo, no obstante como en tantas veces, de caja transformadora y el Madrid volvió al campo con la cara encendida. No habían pasado dos minutos cuando Raúl logró el gol tras otra oportunidad de Mijatovic y, hasta el minuto 20, barrió el campo de una punta a otra. Hasta ese momento, la codicia atlética le había llevado a recibir cuatro tarjetas amarillas, pero, en ese minuto, como un signo de inflexión, Alkorta recibió la primera y, dos minutos más tarde, Mijatovic vio la roja. No fue injusta: fue el castigo divino a sus desatinos en forma de juez de línea. Y, en esa línea, también Suker, sin aparecer durante el partido, desapareció -por voluntad de Capello- definitivamente del campo.
Sólo quedaban nueve y Raúl. Y Raúl, con 19 años, tomó a su cargo el madrileñísmo de madrileno por encima de la adversidad. Con 10 jugadores, y 10 minutos por delante, el Madrid, expurgado de sus dos estrellas, jugó entonces como campeón y anonadó a un Atlético extrañamente indispuesto ante lo que la providencia había puesto a su disposición.
En esos 10 minutos épicos y finales regresó el fantasma de la histórica superioridad madridista, mientras la potencia de su rival -bien demostrada - en otras ocasiones- tomó la apariencia -de una fantasmada de su querido señor presidente. No es exactamente así, pero el 1-4 definitivo hace leer la narración desde su fin, con demasiada elocuencia.
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