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El mejor ministro del Gobierno

Quizá puede resultar para alguien una auténtica provocación designar al ministro del Interior como el mejor del actual Gabinete. De entrada tiene a su favor los resultados de las encuestas y además, para el juicio de quien esto escribe, se beneficia de una proclividad centrista que caracteriza a los ministros que están dando mejor resultado. Cuando un atentado terrorista ocupa la primera de las páginas de todos los diarios, el brutal absurdo hace que se busquen responsables inmediatos a los que penar por supuestas incompetencias. Ése es, en mi opinión, el momento preciso de emitir un juicio como el que antecede.Existe una convención acerca de cómo deben ser los responsables del orden público que les hace poco aptos para recibir flores de analistas exigentes. Cuando se publiquen los diarios recientemente aparecidos de Azaña se descubrirá que siempre Casares Quiroga adoptaba la postura más autoritaria cuando había que aplicar sanciones, incluidas penas de muerte. En regímenes muy distintos del republicano ese rasgo se convertía en áspera rudeza. "¡Me cago en la ley!", parece haber dicho Camilo Alonso Vega, el ministro de Franco, cuando se empezó a aplicar la nada liberal legislación de prensa elaborada por Fraga. En tiempos mucho mejores y más recientes José Luis Corcuera nos obsequió, al pretender una nueva ley de seguridad ciudadana, con una orgía de necedad a la que le indujeron su propia ignorancia y el desparpajo jurídico de sus asesores. Al final, este género de políticos con garrote ni siquiera consigue cumplir lo que se espera de él. Casares no evitó una sublevación militar en 1936, a Alonso Vega el propio Franco le debía parar los pies recordándole que la carne de cura era indigesta y Corcuera se topó de bruces con el Tribunal Constitucional.Hay quien dice que Jaime Mayor parece un predicador pero a mí me parece que está en su justo punto cuando apela a los principios, hace juicios éticos y practica el análisis político. Un rudo esgrimidor de garrote quizá quedara bien, después de un atentado, con una declaración que no por gruesa en sus calificativos dejaría de estar por completo justificada. Pero el estilo del ministro a mí me induce a mucho mayor respeto y. confianza a medio plazo que ése otro.Las declaraciones después de cada atentado convierten a quienes las hacen en muñecos de esperpento valleinclanesco. Precisamente por eso es bueno remitir se, a pesar de todas las provocaciones, no a una condena que debe darse por su puesta sino a juicios de mayor enjundia y trascendencia. El terrorista practica una perversión consistente, por ejemplo, en secuestrar para luego pedir que las "dos partes" lleguen a un acuerdo porque de lo contrario se incurriría en "irresponsabilidad". Es lógico que aflore, como reacción, el insulto pero mucho más eficaz es recordar que cada día está más cercano el día del fin de ETA, la cual, a pesar de recurrir a atentados cada día más fáciles, consigue matar menos. Todavía resulta más certera esa denominación de los dirigentes de HB como "señoritos" cuyo confort depende de lanzar al heroísmo del destrozo urbano a unos cuantos insolventes quinceañeros. Es lo mismo que Ángel Pestaña decía de los pistoleros anarcosindicalistas que convirtieron el atentado en una lucrativa forma de vida y hundieron en el barro una protesta social legítima.

Todavía resulta más laudable el ejercicio del análisis político. La fuerza del terrorismo no reside en su brutalidad sino en el efecto que pueda tener en nosotros. Frente a una abundancia de declaraciones irresponsables antes de llegar al poder de alguno ' s compañeros de partido, Mayor, con toda razón, señala la urgencia de insistir una y otra vez en las coincidencias o en el papel decisivo que el PNV, con su decisivo liderazgo de la sociedad vasca, está jugando para erradicar un fenómeno que no es consecuencia del nacionalismo sino de su perversión. Y deja caer que no es con medidas extraordinarias, de esas que se elaboran después de dar un puñetazo en la mesa, como se acaba con ETA sino convirtiendo en realidad práctica los principios del Estado de Derecho en esa porción de la sociedad vasca que no acaba de beneficiarse de ellos. Se reargüirá que eso es tan fácil de decir como difícil de cumplir. Pero da la seguridad de estar en el buen camino.

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