"Quiero un hijo de puta"
La publicación de las conversaciones de Nixon revela las obsesiones del fallecido presidente de EE UU
Washington apenas se escandaliza por nada. En la capital que los padres fundadores de Estados Unidos soñaron como un eiemplo de virtud republicana, Richard Nixon dejó tan alto el listón de la picaresca que, en comparación con sus métodos, los actuales pecadillos de Bill Clinton y Newt Gingrich parecen poca cosa. La publicación de las conversaciones- del fallecido Nixon en el Despacho Oval está confirmando que al único presidente norteamericano que tuvo que dimitir le valía casi todo para disfrutar del gran haber de Washington: el poder.Nixon abandonó su cargo el 9 de agosto de 1974, dos años después de haber conseguido la reelección. The Washington Post, el diario cuyas investigaciones sobre el caso Watergate fueron decisivas en la caída del presidente republicano, está publicando ahora la transcripción de algunas de las conversaciones que éste sostuvo en su despacho oficial en los primeros años se tenta. Esos diálogos, grabados en su momento, fueron pues tos a disposición del público en noviembre por los Archivos Nacionales.
En la entrega del pasado sábado, el diario de la capital reproduce una conversación sostenida el 13 de mayo de 1971 por Nixon con dos de sus más íntimos colaboradores, Bob Haldeman y John Ehrlichman, en la que el presidente les informa que ha llegado a "un acuerdo" con ITT para que el Departamento de Justicia no insista demasiado en su, investigación sobre la violación de las leyes contra el monopolio que podían suponer una reciente serie de adquisiciones de empresas por parte de ese gigante de las telecomunicaciones.
"¿Va a soltar ITT algún dinero?", pregunta Haldeman. "Por Dios, sí", responde Nixon. "Eso es parte del juego. Pero se hará más tarde. No debe hacerse en estos momentos". Más tarde, cuando ya había estallado el escándalo del Watergate, los periodistas y los congresistas que lo investigaban aludieron tangencialmente a una "oscura" contribución de ITT de más de 400.000 dólares a la convención republicana de 1972, en la que el partido designó de nuevo a Nixon como su candidato a la Casa Blanca.
Ahora, gracias a la divulgación de aquella entrevista con Haldernan y Ehrlichman, sabemos que aquella donación fue parte del pago por la benevolencia del Gobierno de Nixon en el asunto de la violación de las leyes antitrust.
Nixon, según otras conversaciones, tampoco tuvo reparos en investigar a fondo las declaraciones de impuestos de sus rivales políticos para intentar encontrar elementos con los que chantajearles o quitarles de enmedio. "Quiero estar seguro de que sea un implacable hijo de puta, que haga lo que yo le diga. Que vaya contra nuestros enemigos y no contra nuestros amigos", le dijo a sus dos asesores al referirse al hombre que debía dirigir la Agencia Tributaria Federal.
Encarnado en el cine por Anthony Hopkins en una controvertida película de Oliver Stone, Nixon era capaz de la mayor blandenguería sentimental a la hora de fulminar a sus colaboradores. Lo confirma su conversacíón con Haldeman del 30 de abril de 1973, en plena polémica sobre el Watergate, el escándalo del esionaje realizado por fontaneros de la Casa Blanca en el cuartel general del Partido Demócrata. El presidente que, a fin de intentar salar su cabeza, acababa de anunciar públicamente el cese de Haldeman y Ehrlichman, le dice al primero: "Es un tiempo duro, Bob. Para todos. Pero, maldita sea, no voy a volver a discutir este hijo puta asunto nunca más. Nunca, nunca, nunca, nunca. ¿No estás de cuerdo?". Haldeman responde que espera que con el sacrificio de sus más directos colaboradores, el presidente ya no tenga que seguir sufriendo dolores de cabeza a causa del Watergate. Nixon, que intercala obscenidades con "Dios bendiga a América" y "Dios te bendiga, Bob, porque yo te quiero, y tú lo sabes", confiesa que el único miembro del Gabinete que le ha llamado ha sido Caspar Weinberger. "Todos los demás están mirando cómo evolucionan las encuestas. Maldita sea, un Gabinete fuerte, ¿no?·"
La divulgación de éstas y otras conversaciones del presidente con peor reputación llueve sobre un Washington que vuelve a interrogarse, aunque con escepticismo, sobre la dudosa moralidad del sistema norteamericano de financiación de la vida política.
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