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Lo que de verdad está en juego en 1997

El año 1996 ha ratificado sin duda la cuestión electoral: en casi todas partes se votó, y además libremente. Pero, sin embargo, no ha demostrado que la indispensable democracia fuera una panacea. De hecho, desde que ha desaparecido el condominio soviético-estadounidense, los conflictos no sólo no son menos numerosos, sino que corren el riesgo de durar más tiempo. Cuando terminaban de desafiarse por medio de pueblos y facciones, las dos superpotencias decidían a menudo poner fin a un conflicto. El año "democrático" 1996 ha sido el de los rebrotes del genocidio en el África de los Grandes Lagos, el del terrible frenazo al proceso de paz en Oriente Próximo, el del nuevo impulso del terrorismo integrista en Argelia, con sus repercusiones en Francia, y el de las tensiones, cargadas de conflictos de todo tipo.Al no existir aún Europa en el plano de la política exterior, no se la puede sentar en el banquillo ni tampoco atribuirle un proyecto. Sólo se puede señalar que 1996 se terminó con un ligero agravamiento de la discrepancia entre Francia y Estados Unidos: a partir de ahora, los franceses se negarán a participar en las misiones aéreas de vigilancia sobre Irak. Pero, por muy conscientes que sean de la interdependencia entre las naciones, por muy afectados que se sientan por los efectos de los desórdenes exteriores, franceses y europeos se ven sin embargo atenazados por una inquietud más inmediata y más precisa: la de ver cómo se extiende un paro y una pobreza que se vuelven cada vez menos soportables para sectores enteros. Los franceses que no están en paro no excluyen que sus hijos puedan estarlo. Todos viven con el presentimiento de que pronto ya no podrán vivir como antes. Este temor impreciso, alimentado por un nihilismo ideológico, por un escepticismo político y por una crisis de identidad, lleva a refugiarse en las posiciones adquiridas, por insignificantes que éstas sean.

Ante este inmenso problema, los expertos o los diferentes candidatos que se someten al dictamen de la opinión pública se acusan mutuamente de apoyarse en un "pensamiento único" ineficaz, de retroceder hacia la estéril doctrina de la "Francia en solitario", de ser o bien los criados de los bancos centrales o bien los enterradores de Europa. A menudo, las divisiones calan tan hondo en los partidos (y en los medios de comunicación) que les llevan a enfrentarse entre sí. Esto es algo que invita a todo el mundo a realizar una reflexión seria y personal. En este comienzo de año, me gustaría decir en términos sencillos qué puede decidir una elección y por qué lo propongo. Desde mi último viaje de investigación a Estados Unidos, he llegado a las siguientes conclusiones.

Creo que las lógicas diferentes pero convergentes de la economía de mercado experimentan un efecto de aceleración sin precedentes y que estas lógicas desembocan en la tentación de recurrir de forma generalizada al capitalismo salvaje o a lo que ya se conoce con el nombre de la Dama de Hierro británica, la "thatcherización". Los comentarios realizados en todo el mundo sobre los éxitos obtenidos tanto en el campo de la producción como del empleo por los dragones del sureste asiático, por el Reino Unido y, sobre todo, últimamente, por Estados Unidos, los presentan como ejemplos de una evolución inexorable. Sin duda, aquí y allá se pone en duda que los puestos de trabajo sean reales o duraderos. Se hace balance de los resultados socialmente desastrosos, al menos temporalmente, de los métodos del capitalismo salvaje. Pero rara vez se pone en duda la realidad última de una recuperación económica lograda mediante la inversión, el consumo y, por tanto, el crecimiento.

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¿Cuáles son las fuerzas que pueden oponerse a esta evolución y que se tiende a bautizar como "conservadoras" porque, a corto plazo, están decididas a preferir lo malo actual a lo peor? Son, por supuesto, las fuerzas que pueden agruparse en torno a las víctimas de la "thatcherización". En el seno de las sociedades industriales, están los potenciales sacrificados de la protección social, los futuros excluidos de la garantía del empleo y una parte mayoritaria de las clases medias. Algún día podrán integrarse también, en la medida en que se organicen, los parados y los inmigrantes en busca de empleo. En el mundo todavía no industrial pero en vías de serlo (porque el cuarto mundo, por definición, no puede suponer una fuerza), existe una contrapartida al conservadurismo de los falsos ricos de Occidente: el tradlcionalismo de los verdaderos pobres de Oriente. En los países musulmanes, sobre todo, una gran fuerza de resistencia se opone a la modernidad occidental y a la mundialización despiadada y uniformizadora de las concentraciones económicas. Sin embargo, estas fuerzas de resistencia no suponen en absoluto un progreso. No son de ningún modo una alternativa a la evolución hacia lo peor.

En Estados Unidos, esta mundialización del capitalismo salvaje ya no provoca mucha in quietud en la medida en que la mundialización, una vez que Japón ha perdido su capacidad para competir y al carecer Euro pa de ella todavía, equivale de hecho a otorgar una escala planetaria a la expansión estadounidense. Ya no se trata de una mundialización, sino de una americanización. Además, es lo que ocurre en casi todo el mundo con la introducción en los mercados de productos de consumo estadounidenses, tanto en el terreno de la bebida y la comida como en el de los programas de televisión y el conjunto de las industrias de la comunicación. Resumo de forma muy somera las causas, efectos y razonamientos en cadena que llevan a la obser vación siguiente: puede que no tengamos más elección que soportar la americanización, por que no podríamos resistir solos a la mundialización. A ello se debe el que, por temor a la Europa alemana, algunos nos propongan el mundo americano.

Nos hallamos, por tanto, ante dos obligaciones ineludibles. La primera es la de encontrar una alternativa a la "thatcherización" para asegurar la producción de riqueza y al mismo tiempo garantizar la protección social. Al respecto, existen dos escuelas, que hace un tiempo podía decirse que separaban la izquierda de la derecha. Una sostiene que los derechos sociales forman parte de los derechos del hombre al igual que el derecho a las libertades. Por tanto, es necesario preocuparse por el comienzo de una reforma. La otra tiene como filosofía que los derechos sociales no existen realmente y que son una recompensa que se asegura mediante la producción de riqueza. Ya que algunos gaullistas e incluso los herederos del catolicismo social forman parte de la primera escuela, la separación entre derecha e izquierda se ha vuelto en este punto más compleja. Sobre todo desde que la izquierda, por su parte, se ha adherido a la economía de mercado.

La segunda obligación consiste en crear junto a Estados Unidos -única fuerza de captación de la mundialización, ya que ni Japón ni siquiera Alemania tienen peso suficiente- una fuerza competidora sólida, social y conquistadora. Pero aquí nos encontramos en presencia de otra división, también transversal, que separa a los europeos de los antieuropeos. Si este análisis es fiel, debemos deducir que nos encontramos ante exigen cias gigantescas. Sobre todo porque en todas partes existen buenas razones, sean nacionalistas, antialemanas o ideológicas, pero también completamente reaccionarías, para rechazar bien la democracia social, bien Europa. Tras releer algunos textos suyos, creo que Lionel Jospin es perfectamente consciente de es tos envites y de esta dificultad. Dicho esto, lo que resulta más chocante en Estados Unidos es que el capitalismo salvaje (o sea, la posibilidad de hecho de despidos inmediatos, masivos, etcétera) es cuestionado por quienes lo practican y se aprovechan de él. Ya he citado las declaraciones de algunos altos dirigentes de institutos de estudios económicos, que pueden resumirse en las del presidente de la Fundación Rockefeller: "Si hubiésemos tenido que esparar un año más para cosechar los resultados en empleos de los sacrificios en despidos, no sabemos si en tal o cual sector, en tal o cual país, habrían tenido lugar pequeños, disturbios, minirrebeliones o explosiones que habrían podido sacudir algunas regiones".

Dicho de otro modo, incluso desde el punto de vista de la rentabilidad más cínica, el "thatcherismo" tiene unas virtualidades explosivas. De ahí la formación de esta escuela de politólogos, sociólogos e ingenieros, pero también de jefes de empresa, que intenta reflexionar sobre la mejor forma de inyectar en la economía de mercado un mayor control y más objetivos a nivel nacional, a veces mediante medidas que se asemejarían a la planificación, ya que lo que no se quiere decir bajo ningún concepto es que se desea una intervención del Estado.

La gran idea de esta escuela es que los economistas tienen razón al denunciar que la asistencia del Estado-providencia castra el instinto de competición, pero están completamente equivocados al confiar en un mercado ante todo financiero que ha demostrado o bien que no se autocorrige, o bien que sólo puede acompañarse de una autorregulación en detrimento del conjunto de una sociedad, como se ha podido comprobar en México. Este análisis lleva a contemplar, a escuchar y a juzgar a unos y otros sólo según su capacidad para inventar, por un lado, un sistema económico-social alternativo al capitalismo salvaje, o, por otro lado, para construir una fuerza competitiva europea que impida que la mundialización se confunda con la americanización.

¿Parece una apuesta imposible? Sin duda. Pero a lo largo de 1997 los debates deberán centrarse en tomo a ella. Por mi parte, pienso que la posibilidad de una democracia social francesa está mucho más amenazada por el rodillo compresor de la americanización que por las incertidumbres de Europa.

Jean Daniel es director del semanario francés Le Nouvel Observateur.

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