_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Una pedrada en el estanque

La reacción de la conciencia moral internacional, casi universal, a la tragedia de los Grandes Lagos, ha sido como una pedrada de indignación que ha agitado un momento un espejo de agua verdioscuro y en sus orillas pestilente. La miseria, el crimen, la sinrazón, la profunda alienación de los refugiados sobrenada las aguas. Todas las excrecencias del desorden han penetrado en nuestros hogares por las pantallas televisivas. Pero el zapping nos permite olvidar el dolor y el reto del desorden. Pero esta roca moral levanta en la opinión mundial unos círculos que se propagan cabalgando sobre el líquido azul hasta chocar con los juncos en la orilla, abrazarlos en pequeños y transparentes anillos y luego integrarse en las aguas reposadas y estancadas de las márgenes pantanosas.La pedrada moral en los Grandes Lagos tiene, carente de instrumentación política internacional, solamente el efecto de manifestar que nuestra conciencia está viva.

La contradicción esencial en el mundo de hoy es que existe cada vez más una economía globalizada de manera que, de una u otra forma, más pronto o más aplazada, pero nunca lejana, sentimos los efectos de todas las decisiones importantes; que nos acercamos a la información casi inmediata y en directo de casi todo lo que ocurre (la CNN ha transmitido 24 horas al día la guerra del Golfo y muchas los Grandes Lagos) y que, en consecuencia, apunta una conciencia moral universal y bastante homogénea; pero que los efectos de las operaciones bursátiles no se ajustan a una regulación también universal; que la marea encrespada de información no encuentra referencias en el encuadre del comentario neutral y universal; y que la simultaneidad de escenarios no se ordena en unas ideas que nos permitan alcanzar un verdadero conocimiento.

No nos insertamos en un verdadero orden mundial; ni en la economía, ni en la información, ni en el orden político. Estamos en el fin de un periodo, el de los bloques y la bipolaridad imperfecta entre los mismos, apuntando a una multitud de escenarios liberados por el fin del reparto bipolar, ante una hegemonía -renuente a ratos- de una sola superpotencia, con una revisión de los valores e instrumentos de la época pasada en una inercia de, la clarificación de lo central y lo marginal; apuntando principios que corresponden a la universalidad y operan en las conciencias pero sin regulación general y sin medios, definición, fines, ni estructuras para llevarlos a cabo con eficacia y con certidumbre (por ejemplo, el principio de la legitimidad de la injerencia por razones humanitarias).

Haz que tu opinión importe, no te pierdas nada.
SIGUE LEYENDO

Cuando una época está definida con claridad en lo esencial -aun con brutalidad-, sigue una regulación internacional aceptada. Así la política de poder nacida de la conjunción de nacionalismo y de industrialismo, y la racionalización del imperialismo (países "civilizados" y otros culturalmente nullius) condujo a la Conferencia de Berlín, a la regulación del Derecho de Guerra y a la codificación iusprivatista intemacional que correspondía a la consagración de mercados que rebasaban al Estado nacional. Estamos ante la necesidad de sacar las consecuencias de la globalización y la aceptación de las diferencias culturales y religiosas en un mundo uno culturalmente, ante el fin de las versiones ideológicas que descalifican al antagonista. Pero estamos muy lejos de emprender estas tareas.

Nuestro desorden nace de que estamos ante la necesidad de definir un orden general y de las inercias de la época anterior.

La tragedia de los Grandes Lagos tiene causas concretas que un orden mundial claro no puede eliminar por la mera existencia de una definición congruente. Pero se enmarca y se convierte, como tantos otros conflictos endémicos o recurrentes, por, la carencia de este orden. La conciencia exige intervenir, pero ¿cómo?, ¿con qué mandato?, ¿con qué objetivo? ¿facilitar solamente la vuelta de los refugiados, o garantizar órdenes internos que eliminen los conflictos externos?, ¿con qué autoridad?

De manera que tantas preguntas con escasas respuestas justifican las dudas de quienes no quieren intervenir y obligan a los que sí están -o estaban decididos- a definir un consenso que no reposa en algo -un orden claro- anterior a la necesidad concreta, temporal, coyuntural y que como tal es interpretable.En las tragedias de los Grandes Lagos -en la de 1994, en las recientes, en las que amenazan- aparecen: a) la discrepancia entre conciencia moral muy extendida si no universal, y la estructura internacional general; b) en consecuencia, la función necesaria de las Naciones Unidas y su estado actual; c) la lectura que de sus responsabilidades e intereses tiene la potencia hegemónica; y los más próximos al escenario, y d) una fase del periodo postcolonial en África.

Dos palabras nada más sobre estos factores, cada uno de ellos de máxima importancia. Existe en embrión una conciencia moral general. En cada una de las unidades internacionales esta conciencia ni se limita ni incardina en la conciencia nacional, en la del Estado Nación. Esta aparición de ideales extraestatales se manifiesta al interior de cada nación en la pérdida del monopolio de la acción política y social del Estado y de los partidos políticos. Las ONGs, las asociaciones, tienen protagonismo parcial porque a diferencia de los partidos no tienen vocación de dar solución a todos los problemas, sino que son selectivas. Pero la imputación ante instancias internacionales o no está definida o pasa, en última instancia, por los Estados. Carecen las ONGs del poder coercitivo que es elemento esencial de los Estados y que es necesario a la Comunidad Internacional organizada.

Las Naciones Unidas están sometidas a una profunda y larga crisis que se manifiesta en su situación financiera, en su ausencia, directa y con el control suficiente, en los grandes conflictos; en su deslegitimación relativa ante las opiniones públicas y en el estancamiento de lo que pudo ser una construcción ideológica de la Organización Internacional organizada conforme a derecho. Las Naciones Unidas tal y como se crearon eran un compromiso hacia el establecimiento de la Comunidad Universal organizada conforme a derecho y el respeto a la no injerencia en asuntos internos (Preámbulo, artículo 2.7); y entre universalidad y realidad política e ideológica de los vencedores (Naciones Unidas desde el Pacto del Atlántico); entre el principio de igualdad de los miembros y la realidad del poder y responsabilidad histórica de los grandes (Consejo de Seguridad, miembros permanentes, veto). La Carta contenía (Capítulos VI y VII) funciones a desarrollar para poder mantener e imponer la paz y la seguridad.

La guerra fría, la descolonización, la política de poder a escala individual o de bloque, la formulación jurídica de las hegemonías (OTAN, Pacto de Varsovia) van reduciendo la capacidad expansiva hacia lo universal de la Organización. La convierten en una estructura complementaria y accesoria a la verdadera estructura de poder bipolar. La capacidad del Consejo de Seguridad para creación de la paz se paraliza con el veto. El Estado Mayor bajo el Consejo y el secretario general no se forma; los cascos azules son esporádicos; el recurso a la Asamblea General para desempantanar al Consejo paralizado por el veto (1950, Resolución "United for peace" de 1950 sobre Corea) se obstruye para Estados Unidos cuando el número de países afroasiáticos hace temer a Washington una inclinación izquierdista y demagógica de la Asamblea. En cuanto al secretario general, va desapareciendo su vocación de actor político. Cuando un secretario general, Ham

Pasa a la página siguiente

Fernando Morán es eurodiputado; ha sido embajador ante las Naciones Unidas.

Una pedrada en el estanque

Viene de la página anteriormerskjoed, rompe dependencias en el caso de Katanga, muere en accidente de avión; otros como U Thant, tienen dificultades; el pasado de alguno como Waldheim les convierte en previsible rehén de una o de las dos superpotencias.

Naciones Unidas, su sistema (agencias especializadas, regionales) han realizado una obra ingente sin la cual no comprenderíamos la acción civilizatoria en el mundo moderno. Pero, como estructura definitoria del orden mundial, las Naciones Unidas son complementarias de lo esencial. El fin de la guerra fría hizo pensar que uno de los dividendos de la paz iba a ser la revitalización de la Organización. No ha sido así: los ataques y marginación continuaron.

Desde la estructura mundial vigente es inevitable decir que esta revitalización no se producirá si los Estados Unidos no la ven compatible y beneficiosa para sus intereses nacionales.

En los Grandes Lagos la intervención no ha tenido lugar -lo bien fundada logística, operacional y políticamente, es otra cuestión- porque Washington no encontró, es poco decir, interés en ella. Los Estados Unidos son la única superpotencia, pero son una superpotencia renuente. Una larga tradición de no intervención -salvo en su coto americano- desde la formulación de la doctrina Monroe en 1824-, el papel del Senado en política exterior, el trauma del Vietnam y de la operación rescate en Irán, convierten el mover la opinión en operaciones que no aparezcan como decisivas para sus intereses en algo difícil y arriesgado. De ahí doctrinas sobre la intervención como la de Colin Powell -claro fundamento político, carácter decisivo de la acción militar, no limitación en el uso de armas, aplastante superioridad militar, previsible pequeño número de bajas- o la actual de la Administración Clinton que añade la percepción indudable del interés nacional.

Las intervenciones por razones de humanidad son por definición coyunturales, de resultados concretos pero difícilmente traducibles en prestigio político, y tienen un límite en el uso de la fuerza. Acercándonos un poco más a los Grandes Lagos. Otros tipos de intervenciones hubiesen podido ser las multilaterales o bilaterales. Tradicionalmente de las potencias con zonas de interés reconocidas. Una de las realidades más evidentes, en la actual situación, es el fin del reconocimiento por Estados Unidos de la zona de influencia francesa en la forma del subsistema francés. Esta hegemonía parcial e indirecta, pero muy operante, se basaba en una moneda base común, el franco CFA, y en la intervención militar, concreta y limitada en los conflictos entablados en diversas partes. Mientras duró la guerra fría, los Estados Unidos aceptaron que Francia' se encargase de mantener el sistema. Pero la retirada de los cubanos de Angola tiene dos efectos esenciales: la posibilidad de la evolución multirracial en Suráfrica, el fin de la necesidad del subsistema francés.

El mapa colonial de África se estableció mediante una demarcación cartográfica que no tuvo en cuenta si elementos de una misma tribu quedaban separados por las fronteras: sin consideraciones lingüísticas, étnicas, ni incluso autonomías geográficas. Los criterios de los que partían las potencias europeas en su reparto fueron la ocupación efectiva (definida con extensión muy benévola) y la consideración de los territorios como no integrados en autoridad reconocida (res nullius). El sistema se consagró, como se sabe, en la Conferencia de Berlín en 1884. Las potencias coloniales lo mantuvieron. Los conflictos territoriales se zanjaban en las mesas de negociación de las metrópolis. Los habitantes originarios no eran parte en ellos; sí objeto.

Al proclamarse la descolonización y establecerse la Organización para la Unidad Africana en 1963, todos los fundadores están de acuerdo en mantener la división de 1884. Fue a corto y medio plazo una decisión prudente. Pero, una ratificación que no tiene en cuenta muchas realidades, y sobre todo la posibilidad del cambio político.

De la misma manera, en los años sesenta parecía imprescindible importar sin adaptaciones el Estado Nación europeo; y en cuanto a la organización interna, el sistema de partidos,. con la conclusión, basada en la observación de lo que ocurría, del carácter inevitable de la implantación del partido único o preponderante. Se admitia que el caudillaje del líder de la lucha anticolonial y el partido preponderante sería un factor de modernización frente a la división tribal y la resistencia fragmentaria. Casi todos hacíamos este análisis (por ejemplo, F. Morán Nación y alienación en la literatura negroafricana, Madrid 1964); pero también algunos señalábamos que este Estado Nacional importado necesitaría ajustes con la realidad (Revolución y tradición en África Negra, Madrid 1971). En Zaire, el Kasai, y Shaba (Katanga) están en proceso de secesión desde los sesenta. Y en el Este se configura un complejo swahili anglófono.

Un sistema internacional exige estabilidad, pero también procedimientos para el cambio pacífico y los ajustes intervencionales pactados. ¿Quién facilitará estos cambios, arbitrará laudos y servirá de mediador en una situación africana que rebasa la inmediata a la descolonización y en el marco de una sociedad de naciones que aún no ha superado las secuelas de la estructura de bloques?

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_