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Los estragos de la indiferencia

Nada hay más temíble que el cinismo de los poderosos ni más efímero que una emoción colectiva. Juan Pablo II conocía de sobra esas viejas leyes de la política y de la moral, pero no se podía resignar. Por ello, el Papa estaba perfectamente en su papel, el de un Don Quijote de la compasión, al denunciar con fuerza en su mensaje de Navidad la indiferencia general de la comunidad internacional" frente al drama que vive desde hace semanas todo un pueblo condenado a vagar en el corazón del África de los Grandes Lagos. La indiferencia es, en este caso, el mal supremo, tanto más insoportable a los ojos de Juan Pablo II como a los dirigentes del mundo cuando, con la CNN e Internet, no pueden esgrimir la excusa de su ignorancia. ( ... )De manera más general, todo ocurre como si el umbral de la indignación colectiva estuviese en alza sin parar, como si sólo las catástrofes humanas de amplitud desmesurada, y debidamente mostradas por las televisiones, fuesen capaces de desencadenar entre los pueblos un movimiento de solidaridad tal que obligara a sus Gobiernos a intervenir. La capacidad de indignación alcanza más rápido sus límites y el de ber de asistencia, tan exaltado en los foros internacionales, parece bastante pasado de moda. En materia de acción humanitaria, la ausencia -que es el colmo de la indiferencia- seguirá siendo siempre la peor de las elecciones. ( ... )

27 de diciembre

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