Ni medio eje
EL PRIMER ministro turco, Necmetin Erbakan, está empeñado en dotar a su país de una nueva política exterior de carácter islamista, que lo aleje de su tradicional alineamiento con Occidente y que podría convertirlo en una grave peculiaridad en el seno de la OTAN. Pero lo precario de su asiento en el poder, donde se sostiene gracias a una coalición con el principal partido laico de Turquía, que dirige su propia ministra de Exteriores, Tansu Çiller, hace que apenas pueda aspirar a media política exterior, en vez de a una entera. Erbakan visitó en agosto Teherán, y allí comenzó a tejer los hilos de lo que se llama con hipérbole eje de naciones islámicas. Esta semana, el presidente iraní Hachemí Rafsanyani, devuelve visita en Ankara, y las pretensiones de Teherán sirven para subrayar hasta qué punto Erbakan toma sus deseos por realidades. En agosto, Turquía e Irán suscribieron un acuerdo para la construcción de un oleoducto y el suministro de gas a Ankara por valor de más de 20.000 millones de dólares. Aunque la previsión de la visita y las primeras negociaciones sobre el gas habían sido cosa del anterior Gobierno de la propia señora Çiller, y el acuerdo no vulnera la ley D'Amato, con la que Estados Unidos amenaza de sanciones a quienes inviertan en Irán y Libia, ya que se trata sólo de un acuerdo de importación, Washington vio ya entonces con mal ojo la familiaridad entre las dos capitales.
Erbakan visitó posteriormente Libia -otro gran apestado de Washington-, cosechando un retumbante fracaso de relaciones públicas: el coronel Gaddafi le espetó en público un apasionado alegato en favor de la libertad del pueblo kurdo, a lo que Erbakan no supo qué responder. Aunque ya no es del todo anatema en Turquía hablar de algún tipo de autonomía para resolver el problema de la minoría kurda, no parece el partido islamista, con su acendrado nacionalismo, el más idóneo para atraer a los kurdos.
Rafsanyani, que necesita combatir el aislamiento en el que quiere encerrarle Estados Unidos, desearía, por su parte" que los dos países firmaran un tratado de no agresión, lo que excluiría todo apoyo turco a una acción militar contra Irán, y, mejor aún, que Ankara revocara su acuerdo con Jerusalén para que la fuerza aerea israelí se entrene en el país, así como la modernización de los F-4 turcos. Ninguno de esos deseos se va a cumplir, y el ministro de Defensa de Ankara ha excluído la ruptura con Israel.
El fracaso de los procesos de modernización, según el modelo occidental, en gran parte del mundo musulmán está en la base del crecimiento del islamismo más o menos integrista en un vasto arco de naciones que va desde Pakistán a África del Norte. La revolución jomeinista y el. auge del FIS en Argelia no se explicarían sin el desarrollo caótico en tiempos del sah en Irán o el. pésimo gobierno del FLN -en este caso apuntado a un socialismo de estar por casa- en Argelia.
Turquía parecía hasta hace poco al abrigo de esa algarada político-religiosa. En las elecciones de diciembre pasado, sin embargo, en parte a causa del desinterés europeo hacia la pretensión turca de integrarse en la UE, el partido islámico fue el más votado, aunque sólo con el 21% de sufragios. La división de sus rivales laicos permitió, tras meses de negociaciones, la formación del Gobierno que encabeza Erbakan. Un Gobierno con varías políticas exteriores a la vez, lo que es no tener ninguna.
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