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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El azar y la necedad

EL CARAJAL de Barajas es de calibre tal que ha servido para acunar un nuevo nombre del aeropuerto de Madrid: Barajal. Dos incidencias que por suerte no produjeron víctimas han engrosado esta semana un catálogo ya de por sí extenso. El martes, una máquina de sondeos se llevó por delante una línea eléctrica y paralizó el aeropuerto por más de seis horas; el jueves, un avión que se salió de la pista no se pudo retirar durante 17 horas. La mala suerte que se ha invocado sólo pretende cubrir la incapacidad de algunos. Por ejemplo, es inimaginable que alguien pueda realizar sondeos en la zona del aeropuerto sin permiso -como se ha dicho- y que lo haga sin un plano de las líneas eléctricas que discurren por el subsuelo. Que un avión se, salga dé pista es un accidente, pero no que se tarde en retirarlo más de 17 horas. Y en todo caso, hay muchas personas muy bien pagadas únicamente para conseguir que la incidencia de lo azaroso sea mínima: para que si de todas formas acontece lo imprevisto, alguien dé la cara, explique lo sucedido, tome las medidas precisas para paliar el daño y pida excusas. Al azar se ha unido la necedad.Afortunadamente, los daños se han medido esta vez en irritación de los afectados, y no en quebranto físico. La Organización de Consumidores y Usuarios (OCU) ha llamado la atención sobre el trato recibido por los perjudicados, y les ha recomendando que reclamen una compensación. Pero la imprevisión comienza por que sólo hay un libro de reclamaciones para un centenar de afectados, lo que significa que quien quiera hacer constar la suya necesitará un plus de paciencia.

Para muchos viajeros, el perjuicio se mide en retrasos -una media de 45 minutos por vuelo el viernes-, y para casi todos, en desatención y falta de información.

Los ocupantes del avión que descarriló reconocen que funcionó con eficacia el desalojo del aparato, pero se quejan de que una vez fuera hubieron de esperar 15 minutos bajo la lluvia antes de ser trasladados a cubierto.

Llueve sobre mojado, porque hace meses que los retrasos son la norma en Barajas. Desde AENA, la entidad encargadá de la gestión de los aeropuertos, se aduce que ello es consecuencia de un aumento de la demanda de vuelos producida al calor de la liberalización del sector. De entrada, sería bueno que esa u otra explicación hubiera sido adelantada antes de que se produjera un desbordamiento de la irritación. Pero sobre todo ¿cómo es posible que nadie previera ese efecto tan obvio de la desregulación del transporte aéreo?

La idea de tranquilizar a la opinión con la apariencia de que se toman decisiones resulta más bien inquietante cuando lo que se propone son fantasías. La ocurrencia. genial del ministro de Fomento, Rafael Arias Salgado, de poner en marcha en 15 días la base militar de Torrejón como segundo aeropuerto hasta que se construya la tercera pista de Barajas (plazo: 22 meses) se enfrenta a dificultades casi insalvables. Con ocasión de la guerra del Golfo, el aeropuerto de Torrejón registró un tráfico militar intensivo que semiparalizó Barajas por el cruce de los pasillos de aterrizaje y despegue de ambos aeropuertos. Alguien tiene que explicar ahora cómo piensan resolver esa incompatibilidad. Cabría añadir algo más: si tan simple era recurrir a Torrejón, ¿por qué nadie lo pensó antes? Y qué decir de la también genial idea de construir una carretera de ocho kilómetros para comunicar ambos aeropuertos. ¿Cree el inventor de tal cosa que se tardará menos en hacerla que en terminar la nueva pista de Barajas? Tampoco tranquiliza, sino lo contrario, esa otra ocurrencia del ministro de Fomento, avalada por el vicepresidente Álvarez Cascos, de comparecer sólo para echar la culpa a los anteriores gobernantes. Revela una inseguridad incompatible con la responsabilidad de pilotar un país.

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