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Tribuna
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Ni Robin Hood ni párvulo

La situación, no ya de la Audiencia Nacional, sino de la totalidad del Poder Judicial, hace pensar que, a menudo, las peores consecuencias de decisiones previas radican en los hábitos culturales e informativos que provocan. Pongamos unos cuantos ejemplos tan transparentes que ni siquiera necesitarán la utilización del NIF de los aludidos. En condiciones normales, una sentencia del Tribunal Supremo revocando parcialmente la de un juez no debiera servir para acusar a éste de inepto ni para afirmar que la Justicia no existe en España. Tampoco da la sensación que entre dentro de la normalidad que un ex alto cargo público acusado de delitos graves pueda tomarse la libertad de achacar a un juez una conspiración para delinquir. Y, en fin, si en la Universidad los alumnos fueran empleados para corregir los exámenes o el profesor diera instrucciones para que a alguno de ellos se le arrancaran algunas hojas, pensaríamos que había degenerado en parvulario con el agravante de jugar con materias demasiado importantes como para tomarlas a broma. El espectáculo de la Audiencia Nacional no anda, por desgracia, muy lejano a ése.Ante ese conjunto de imágenes, más de uno se puede preguntar a quién le benefician. Lo cierto es, sin embargo, que eso equivale a reproducir los malos hábitos como si el Bien y el Mal estuvieran perfectamente claros y no hubiera otra cosa que turbias maniobras para engañar al ciudadano. No es así y lo más lógico sería, por el contrario, remitirse a los precedentes.

El, poder judicial es expansivo en el mundo actual. Como en tantas otras materias, ya Tocqueville supo ser profeta al prever esta situación. Quizá, sin embargo, no llegó a adivinar que el protagonismo del juez aparecería de forma radiante como consecuencia de la falta de credibilidad del sistema político y en estrecha relación con la prensa. Constatar esta realidad no es denunciarla porque, sin duda, ha tenido muchos aspectos muy positivos. Habría que preguntarse qué habría sido en todas las latitudes del sistema democrático sin jueces a la altura de las circunstancias. El juez ha ido protagonista no sólo de la defensa de derechos emergentes -como los relativos a la ecología-, sino también de otros a los que la práctica había condenado a la desaparición, como por ejemplo los de la minoría negra en los Estados Unidos. El juez, en fin, ha jugado un papel decisivo en esa transformación del binomio Estado de Derecho para afirmar que el segundo es más importante que el primero.

Lo malo es cuando el juez pasa a ser considerado como una especie de Robin Hood que imparte justicia sumaria y expeditiva. No suele ser el culpable de esta situación, pero, cuando se produce, le puede hacer desbarrar. La respetabilidad de la Justicia reside no sólo en la voluntad de hacer triunfar el Bien, sino también en la complejidad del derecho en un Estado democrático. Un juez no debiera ser considerado como una especie de robot destinado a aplicar las leyes, pero tampoco como el dueño de la Justicia con mayúscula.

El nivel de calidad de una democracia se mide, en gran parte, por el funcionamiento de sus instituciones de control. Los jueces forman parte de ella, pero ellos mismos deben ser controlados. El grave inconveniente de una situación como la española reside en que no parece nada sencillo encontrar el punto de apoyo para hacer palanca y conseguir la regeneración. Más lamentable aún que todos los espectáculos mencionados ha sido el hecho de que los miembros del CGPJ vengan a resultar tan sólo terminales de los partidos que cubiletean con ellos para los nombramientos futuros en la carrera.

No hay otro remedio que remitirse a lo esencial, aunque resulte tan impopular como ingrato. Desde ese punto de vista, el hecho de que Oubiña sólo haya sido condenado por delito fiscal -como Al Capone- es una garantía de los derechos de todos. Y, sobre todo, habría que conseguir un voluntario ejercicio de la contención propia, la gravedad y el sosiego, dado lo mucho que nos jugamos. Es lo que recomendaba Azaña para situaciones de confusa barahunda como aquélla en la que nos encontramos.

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