El pesimismo se adueña de la oposición serbia ante la intransigencia de Milosevic
El fatalismo impregna la opinión de Radic Borivoje sobre las posibilidades de la oposición serbia de destronar al presidente Slobodan Milosevic desde la calle, a pesar de que su propio partido, el Democrático, al que representa en Kragujevac, es uno de los que lleva la voz cantante en el apadrinamiento de la revuelta. La coalición Unidos ganó el mes pasado las elecciones municipales en esta ciudad industrial de 200.000 personas y Borivoje asumirá dentro de unos días el gobierno municipal.
Casi todo es gris, destartalado y uniformemente decrépito en Kragugevac, dominada por enormes chimeneas y sede de la en otro tiempo rutilante fábrica de automóviles Zastava (la Seat yugoslava), todavía la mayor instalación industrial de Serbia y la que da trabajo a más personas. "No hay que hacerse ilusiones, que nos hayamos librado por segunda vez de los turcos", así llama Borivoje a los ex comunistas en el poder, "arrebatándoles la ciudad después. de 50 años no significa que tengamos poder para cambiar sustancialmente las cosas. Este es un país absolutamente centralizado, y el dinero que recogemos aquí va a parar al Gobierno, que nos dará luego lo que quiera. Muy poco, habida cuenta que somos sus enemigos".
Kraguievac, 150 kilometros al sur de Belgrado, se ha convertido en un bastión de la oposicion al régimen. Para intentar combatir el imparable malestar social y su expansión a otras zonas industriales igualmente semiarruinadas, Milosevic prometió antes de las elecciones de noviembre 2.000 millones de pesetas para Zastava, muchos de cuyos trabajadores no cobran desde hace meses. La empresa orgullo de la antigua Yugoslavia llegó a producir más de 200.000 automoviles al año. Ahora trabaja a menos del 10% de su capacidad, y sus coches, los Yugo, sobre los que se hacen muchos chistes en Europa oriental, no tienen ya salida en ningún mercado que no sea el vitualmente cautivo serbio.
Fabricación de armamento
Una parte de las instalaciones se dedica a fabricar armamento, "pistolas, granadas y piezas para cañones, pero no me sé los calibres", dice Borivoje en su precaria oficina del partido, flanqueado por carteles electorales de la coalición Unidos y fotografías favorecedoras de su jefe, Zoran Djindjicc, mucho más joven que él. "Al menos 35.000 de los 60.000 trabajadores a los que daba empleo en la zona están ahora en la calle", asegura.Uno de ellos es Petar R., que emplea sus días intentando vender gasolina en una esquina, una de las ocupaciones habituales de los muchos serbios que no tienen ninguna. "En una buena jornada puedo llevarme a casa 50 dinares [unas 1.200 pesetas], suficiente para que mi mujer y mis dos hijos podamos sobrevivir". De ocho de la mañana a diez de la noche, ayer a 4ºC a mediodía, este electricista cualificado de 45 años y mirada inteligente ofrece el combustible en botellas de Coca Cola de dos litros, envase de rigor para las necesidades de muchos automovilistas. En el suelo, junto a él, un ejemplar del día de un periódico de Belgrado crítico con el poder.
"Nunca he votado a Milosevic, y creo que casi ninguno de mis compañeros en Zastava, muchos de los cuales se dedican ahora a pasar de contrabando ropa de Rumania o Bulgaria o a vender tabaco en la calle". "Yo trabajaba en la fábrica desde 1972, y hasta hace tres años, cuando me despidieron, ganaba 130 dinares al mes. Nadie que trabaje por ese dinero puede votar a los comunistas. Espero que aquí pase algo, porque si no habremos perdido una oportunidad histórica". Petar cree que el miedo -a la represión y a la pérdida de la chapuza- es lo que explica el absentismo de los trabajadores en las manifestaciones contra el régimen.
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