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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El partido

SI, COMO se ha repetido hasta la saciedad, la Liga española de fútbol es la más cara y la más competida del mundo -términos que, como se sabe, no son sinónimos-, el partido Real Madrid-Barcelona que se juega hoy debe ser la mejor muestra de tan costosa competición. Las aficiones de ambos clubes, por el momento, están a la altura de las circunstancias y aportan un elemento esencial en el fútbol: pasión. Tal vez tengan razón los sociólogos que afirman que las cuantiosas inversiones en futbolistas y entrenadores, utilizadas frecuentemente como cortina de humo para esconder la desorganización de los clubes, genere un proceso de desidentificación entre los aficionados; puede que los signos de identidad sociológica o política de Madrid y Barcelona se difuminen al mismo ritmo que desembarcan los mercenarios brasileños, portugueses, croatas y montenegrinos; pero las interminables filas en el estadio Santiago Bernabéu para conseguir entradas, la pequeña ciudad de acampados en tomo a las taquillas y las más de 100.000 pesetas que costaba una entrada en la reventa sólo pueden explicarse por la pasión que suscita el fútbol -con frecuencia violenta y reprobable- y las expectativas de gran espectáculo abiertas en la temporada actual.Si los espectadores ya han puesto lo que se espera de ellos, su entusiasmo, los jugadores deben aportar el espectáculo acorde con las decenas de miles de millones gastados en fichajes. La carrera desbocada de los clubes por fichar jugadores caros es uno de los disparates insondables del deporte actual y una demostración palpable de la aventurera gestión de los equipos; pero, al menos Suker, Mijatovic, Ronaldo o Giovanni, deben explicar sobre el césped cómo se traduce en fútbol de calidad el coste de sus contrataciones. El peligro más acusado en este tipo de enfrentamientos entre clubes millonarios, lo sean en jugadores o en deudas, es que los equipos renuncien a la vehemencia para minimizar los daños. Semejante disposición supondría una profunda decepción para los amantes del buen fútbol.

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Madrid y Barça llevan a la cumbre la pasión del fútbol
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